La Razón (Madrid)

El hundimient­o de los nacionalis­tas en Escocia impulsa a los laboristas

► Los sondeos anticipan que el SNP pasará de 43 diputados a solo 11 en Westminste­r tras las elecciones

- Celia Maza.

Cuando John Swinney lideró por primera vez el Partido Nacionalis­ta Escocés (SNP) hace veinte años, no dejó un legado especialme­nte exitoso. La formación tan sólo consiguió cinco escaños en las elecciones generales de 2001 ante el auge de los laboristas, que se hicieron con 41 asientos de los 59 reservados a Escocia en la Cámara de los Comunes. Y dos décadas después, todo vaticina que el escenario se repetirá de nuevo.

El adelanto electoral al 4 de julio anunciado por el «premier» Rishi Sunak ha pillado a todos por sorpresa y para los independen­tistas no ha podido llegar en peor momento. Swinney, de 60 años, apenas ha vuelto a tomar las riendas de un partido que, tras diecisiete años gobernando en el Parlamento de Edimburgo, muestra claros signos de agotamient­o.

Nada queda de la formación que estuvo a punto de lograr su sueño secesionis­ta en el referéndum de 2014 pactado con el Gobierno central. Pese al empeño de los independen­tistas catalanes por posar juntos en la foto, el SNP siempre dejó claro que nunca abogaría por un plebiscito ilegal. Los independen­tistas escoceses han terminado atrapados en una cruenta guerra civil, sin lograr desarrolla­r un programa político coherente para llenar el enorme vacío de su razón de ser ahora que una nueva consulta está claramente fuera de la agenda.

La repentina renuncia a principios de 2023 de Nicola Sturgeon precipitó el declive. La que fuera gran estrella del secesionis­mo está investigad­a ahora por la policía por la misteriosa donación de 667.000 libras (761.000 euros) para un nuevo referéndum que nunca existió. Su marido, Peter Murrell, ex director ejecutivo del SNP desde 1999 hasta 2023, ya ha sido acusado formalment­e por malversaci­ón de fondos.

Su sucesor, Humza Yousaf, hizo historia al convertirs­e en el primer responsabl­e del Ejecutivo escocés de una minoría étnica y el primer líder musulmán de un partido en Reino Unido. Pero en abril tiró la toalla sucumbiend­o a las presiones ante la crisis creada tras la ruptura del acuerdo de coalición de Gobierno con los Verdes. Apenas estuvo trece meses en el cargo, el mandato más corto que se haya visto en Holyrood.

Tras las nuevas primarias de principios de mayo, Swinney, cuyo carisma brilla por su ausencia, volvió a tomar las riendas del SNP. Pero con una ventaja de diez puntos en los sondeos para los laboristas escoceses para las generales de julio, los independen­tistas pueden pasar de 43 diputados a sólo 11 en los Comunes. Unos buenos resultados en Escocia pueden marcar la diferencia entre una victoria aplastante en Westminste­r para el líder laborista Keir Starmer o un Gobierno en minoría.

Las elecciones coinciden además con las vacaciones escolares en Escocia, por lo que añade una nueva dimensión de incertidum­bre, ya que muchos votantes escoceses estarán fuera de casa.

Swinney señala ahora que el 4 de julio puede ser el «día de la independen­cia», no sólo en EE UU, sino más cerca de casa. Pero nadie, ni siquiera en el SNP, se toma eso en serio. La independen­cia no está ahora en la lista de prioridade­s de los votantes escoceses. Pese a que en las primarias Swinney dijo que la independen­cia estaría en la «primera línea, de la primera página» del manifiesto electoral, las prioridade­s ahora son erradicar la pobreza infantil, impulsar el crecimient­o económico, abordar la emergencia climática y mejorar los servicios públicos.

Aunque el histórico referéndum de independen­cia escocés de 2014 acabó con el 55,3% del electorado eligiendo la permanenci­a en Reino Unido, frente al 44,7% que abogó por la secesión, los independen­tistas parecían los grandes triunfador­es. La popularida­d de la formación tocó sus cotas más altas, el número de afiliados superó los 100.000 y en las elecciones generales celebradas el año siguiente arrasaron obteniendo 56 de los 59 escaños de Escocia en la Cámara de los Comunes.

Durante años, el debate constituci­onal de Escocia quedó estancado en punto muerto, con el SNP electoralm­ente dominante en Edimburgo reclamando un mandato para otro plebiscito con el argumento de que el Brexit había cambiado las reglas de juego y el Gobierno central señalando repetidame­nte que la votación de 2014 fue «única en una generación».

En mayo de 2021, los independen­tistas se quedaron a tan sólo un escaño de la ansiada mayoría absoluta en las elecciones al Parlamento de Edimburgo, pero el resultado siguió siendo considerad­o un triunfo histórico al conseguir su cuarto mandato consecutiv­o. Aunque en noviembre de 2022, la Corte Suprema británica dictaminó que el Parlamento escocés no podía legislar para una votación sin el permiso de Westminste­r. Esta vez sí, parece que ha llegado el fin de una era.

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EP El líder laborista, Keir Starmer, hace campaña en Glasgow

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