La reina que pasó de la minifalda a proteger a los niños víctimas de la explotación sexual
La protección de la infancia, la jardinería o la decoración fueron actividades en las que se volcó la monarca, de carácter aparentemente rebelde pero en el fondo muy humilde
SiSi damos un somero repaso a las reinas de los Belgas, encontraremos a Luisa( de Orléans), esposa de LeopoldoI, romántica, tendente a in fluir en política, muy religiosa, que educó a sus hijos en el catolicismo a pesar de que su marido era luterano; a María Enrique ta( de Austria ), amante de los animales y de la música de Wagner, pero no de su autoritario y controvertido marido Leopoldo II; a Isabel, mujer del rey alpinista Alberto I, soberana anticonformista y mecenas de las artes, en especial, de la música, cuyos viajes por países comunistas le valieron el sobrenombre de «Reina Roja»; a Astrid (de Suecia), cuya etérea belleza se truncó con su prematura muerte un año después de que Leopoldo III ascendiera al trono, y hasta a candidatas a santas como Fabiola (de Mora y Aragón), firme apoyo de su pío marido el rey Balduino. Cuando estos se casaron, el 15 de diciembre de 1960, ya hacía año y medio que alguien muy diferente a ella, Paola Ruffo di Calabria, había contraído matrimonio con el príncipe Alberto de Lieja, hermano menor del monarca belga. Ambas pertenecían a la nobleza de sus países, España e Italia, pero Paola provocó reacciones bien distintas a las de Fabiola.
La antiquísima familia napolitana de los príncipes Ruffo di Calabria está repleta de caballeros del Toisón de Oro o del Espíritu Santo, de grandes de España y de poderosos señores. Paola descendía de los príncipes de Scilla, Palazzolo y Licodia Eubea, duques de Guardia Lombarda, condes de Sinopoli y Nicotera, barones de Calanna y Crispano. Ella y Alberto se encontraron en la embajada belga en Roma durante las ceremonias de entronización de Juan XXIII, hoy santo, y no tardaron en contraer matrimonio. Su accidentada y hoy serena unión ha sufrido profundos altibajos que la famosa canción «Dolce Paola», de Salvatore Adamo, dedicada en 1965 a la princesa de Lieja, no logró apaciguar. La larga relación de Alberto, que no dudaba en viajar en helicóptero al castillo de Mellery, con la baronesa Sybille de Sélys Longchamps, hija de un embajador belga, supuso el estallido de una crisis conyugal entre los príncipes de Lieja. El 22 de febrero de 1968, Sybille, casada con el industrial Jacques Boël, dio a luz una hija, Delphine, que en octubre de 2020 fue reconocida oficialmente como princesa de Bélgica, tomando el apellido Sajonia-Coburgo.
Hubo que esperar a fines de los años setenta para que Alberto y Paola se reconciliaran. Durante esos años, Paola se convirtió en un icono de elegancia y estilo.
Encontró en actividades como la protección de la infancia, la jardinería o a la decoración los bálsamos que compensaran su agitada vida matrimonial. Aunque la Constitución belga no reserva un papel a la consorte del monarca, abrió oficina en el palacio real de Bruselas e impulsó la Fundación Reina Paola. Se ocupó de la organización de las recepciones en palacio, de la restauración de sus muebles, de cuidar los parques y jardines de las mansiones reales y de desplegar su buen gusto en los palacios de Belvedere y de Fenffe, introduciendo el arte contemporáneo en ellos y actuando de verdadera mecenas.
Actitud moderna
Es la primera monarca belga con orígenes belgas, ya que su abuela paterna, Laure Monsseman du Chenoy, era nieta de Jacques Coghen, ministro de Finanzas de Leopoldo I, e hija del senador belga Théodore Mosselman du Chenoy. Su amor por lo belga ha contribuido a su devoción por ocuparse de labores humanitarias en favor de los necesitados en Bélgica a través de «Les OEuvres de la Reine». Es madrina de treinta niñas y, gracias a su citada Fundación, creada en 1992, apoya la reinserción de jóvenes con problemas. El Premio Reina Paola impulsa proyectos educativos y es la presidenta de «Child Focus», dedicada a los niños desaparecidos y víctimas de explotación sexual. Estos son solo algunos de los patronazgos que ejerce.
Su actitud moderna la llevó hace dos años a conceder a la televisión belga RTBF una entrevista donde confesó su falta de madurez al casarse o los errores en la educación desushijos.Estaspúblicasmanifestacionesrevelaronsuhumildadysu reconocimientodeque,deprincesa rebelde –que no dudó en acudir en cierta ocasión al Vaticano con un vestido mini sin mangas, lo que supusoquenoladejaranentrar–había pasadoareinasensataydiscreta.Su desenvolturaliberaldeaficionadaa la «dolce vita», que en tiempos – como en Cerdeña en 1970– ocultó bajo el nombre de «Madame Legrand» cuando se paseaba con Albert de Mun, se convirtió en una vida volcada en los demás. Su alocada vida romana en los tiempos de separación de facto –nunca oficial– de su marido, devino luego en una serena relación en la que todo lo malo quedó atrás.
Su accidentada y hoy serena unión ha sufrido altibajos que la famosa canción «Dolce Paola» no apaciguaría