De gran imitadora a amenaza medioambiental
Estos son los puntos más importantes para comprender qué es la inteligencia artificial, cómo funciona y cómo irá evolucionando a lo largo del siglo XXI
Decían que el siglo XXI sería el de la genética y la neurociencia, pero nadie sospechaba hace unas décadas que también sería el siglo de la inteligencia artificial. Aunque ya estaban presentes en buscadores y en las sugerencias de algunas páginas web, ahora podemos encontrarlas en casi cualquier negocio. Su evolución es vertiginosa y, lo que hace un año lograban a duras penas, ahora lo consiguen con una maestría que supera la de la mayor parte de los humanos. Porque ninguna de las inteligencias artificiales modernas son Shakespeare, Rubens o Mozart, pero yo tampoco y, posiblemente, ni siquiera usted lo sea. Si las inteligencias artificiales continúan mejorando a este ritmo, quién sabe lo que podrán hacer en un par de años, en dos décadas, o en lo que queda de siglo. Es difícil estar preparados para enfrentarnos a lo que ni siquiera somos capaces de predecir, pero eso no significa que estemos totalmente vulnerables.
Hay aspectos de la IA que sí tenemos controlados y que nos ayudan a comprender mejor tanto el presentecomo el futuro que nos espera. Y, el primero, es comprender lo que es. Los últimos estudios plantean que nos cuesta no humanizarlas, sobre todo, a los niños, pero debemos contener esa empatía. De hecho, ni siquiera es nueva, sabemos que empatiz amos rápidamente con objetos inanimados que imitan formas de vida, desde robots antropomorfoshasta cucarachas mecánica s compuestas por cuatro ruedecitas, un cuerpo cúbico y dos antenas. Pero, ¿qué es realmente la IA?
Matemáticas venidas a más
Son operaciones matemáticas que siguen el algoritmo adecuado para almacenar información, extraer tendencias y reproducirlas estableciendo relaciones complejas entre elementos. Grandes imitadoras, pero eso es todo. De hecho, para muchos expertos en cognición, no podemos llamar «inteligencia» o «memoria» a lo que exhiben, aunque otros opinan lo contrario, por lo que la polémica está servida y dará mucho de lo que hablar durante los próximos años.
Ahora bien, los primeros trabajos se remontan a 1956 y, desde entonces, la inteligencia artificial ha pasado por dos periodos en los que el progreso se ha estancado por completo por motivos desde mercantiles hasta tecnológicos. ¿Quién sabe si alcanzaremos pronto otra meseta y el progreso se frenará hasta que mejoremos nuestros sistemas de computación? Porque cabe la posibilidad de que la moda pase o que la legislación imponga una moratoria que ralentice su avance.
No obstante, ante situaciones tan nuevas y cambios tan profundos, conviene ponerse en lo peor. Y es que, aunque no mejore mucho, la inteligencia artificial ya está teniendo un efecto importante en el mercado y, por lo tanto, en el mundo laboral. Podemos esperar cierta zozobra a corto plazo y, tal vez, la pérdida de algunos trabajos. No obstante, es cuestión de tiempo (no mucho) que surjan nuevos para suplir los antiguamente perdidos y, mientras tanto, la mayor parte de profesiones no serán sustituidas, sino complementadas con inteligencias artificiales. Una mayor productividad por trabajador no significa el despido de trabajadores, los derechos laborales ya nos han salvado antes. Durante los próximos años es probable que veamos etiquetas de «producto manufacturado por humanos» o cupos de un mínimo de trabajadores humanos en las empresas. No es descabellado imaginar que las inteligencias artificiales coticen o tengan subvenciones gubernamentales por emplear a humanos. Por otro lado, los peligros no terminan aquí. Aparte de cuestiones como la propiedad intelectual, los derechos de imagen o la seguridad de nuestros menores, está la crisis medioambiental. Sabemos que el consumo energético requerido para entrenar a una inteligencia artificial como el famoso ChatGPT es realmente alta. Hay inteligencias artificiales cuya programación emite unas 284 toneladas emitidas de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero. Dicho en términos más mundanos y asimilables, estas emisiones equivalen a las de un vuelo cruzando Estados Unidos. Y si en lugar de una IA estándar hablamos de una más sofisticada, sus emisiones estarían al nivel de las de cinco coches durante toda su vida útil.
No podemos pasar por alto que, con el progreso de esta tecnología, estamos viviendo una explosión de nuevos modelos de IA que sigue al alza y que, cada vez, consumirá más energía. En cualquier caso, si su progreso no decelera, ni siquiera las especulaciones más salvajes serán suficientes para adelantarnos a sus consecuencias.