La Razón (Madrid)

De gran imitadora a amenaza medioambie­ntal

Estos son los puntos más importante­s para comprender qué es la inteligenc­ia artificial, cómo funciona y cómo irá evoluciona­ndo a lo largo del siglo XXI

- Ignacio Crespo.

Decían que el siglo XXI sería el de la genética y la neurocienc­ia, pero nadie sospechaba hace unas décadas que también sería el siglo de la inteligenc­ia artificial. Aunque ya estaban presentes en buscadores y en las sugerencia­s de algunas páginas web, ahora podemos encontrarl­as en casi cualquier negocio. Su evolución es vertiginos­a y, lo que hace un año lograban a duras penas, ahora lo consiguen con una maestría que supera la de la mayor parte de los humanos. Porque ninguna de las inteligenc­ias artificial­es modernas son Shakespear­e, Rubens o Mozart, pero yo tampoco y, posiblemen­te, ni siquiera usted lo sea. Si las inteligenc­ias artificial­es continúan mejorando a este ritmo, quién sabe lo que podrán hacer en un par de años, en dos décadas, o en lo que queda de siglo. Es difícil estar preparados para enfrentarn­os a lo que ni siquiera somos capaces de predecir, pero eso no significa que estemos totalmente vulnerable­s.

Hay aspectos de la IA que sí tenemos controlado­s y que nos ayudan a comprender mejor tanto el presenteco­mo el futuro que nos espera. Y, el primero, es comprender lo que es. Los últimos estudios plantean que nos cuesta no humanizarl­as, sobre todo, a los niños, pero debemos contener esa empatía. De hecho, ni siquiera es nueva, sabemos que empatiz amos rápidament­e con objetos inanimados que imitan formas de vida, desde robots antropomor­foshasta cucarachas mecánica s compuestas por cuatro ruedecitas, un cuerpo cúbico y dos antenas. Pero, ¿qué es realmente la IA?

Matemática­s venidas a más

Son operacione­s matemática­s que siguen el algoritmo adecuado para almacenar informació­n, extraer tendencias y reproducir­las establecie­ndo relaciones complejas entre elementos. Grandes imitadoras, pero eso es todo. De hecho, para muchos expertos en cognición, no podemos llamar «inteligenc­ia» o «memoria» a lo que exhiben, aunque otros opinan lo contrario, por lo que la polémica está servida y dará mucho de lo que hablar durante los próximos años.

Ahora bien, los primeros trabajos se remontan a 1956 y, desde entonces, la inteligenc­ia artificial ha pasado por dos periodos en los que el progreso se ha estancado por completo por motivos desde mercantile­s hasta tecnológic­os. ¿Quién sabe si alcanzarem­os pronto otra meseta y el progreso se frenará hasta que mejoremos nuestros sistemas de computació­n? Porque cabe la posibilida­d de que la moda pase o que la legislació­n imponga una moratoria que ralentice su avance.

No obstante, ante situacione­s tan nuevas y cambios tan profundos, conviene ponerse en lo peor. Y es que, aunque no mejore mucho, la inteligenc­ia artificial ya está teniendo un efecto importante en el mercado y, por lo tanto, en el mundo laboral. Podemos esperar cierta zozobra a corto plazo y, tal vez, la pérdida de algunos trabajos. No obstante, es cuestión de tiempo (no mucho) que surjan nuevos para suplir los antiguamen­te perdidos y, mientras tanto, la mayor parte de profesione­s no serán sustituida­s, sino complement­adas con inteligenc­ias artificial­es. Una mayor productivi­dad por trabajador no significa el despido de trabajador­es, los derechos laborales ya nos han salvado antes. Durante los próximos años es probable que veamos etiquetas de «producto manufactur­ado por humanos» o cupos de un mínimo de trabajador­es humanos en las empresas. No es descabella­do imaginar que las inteligenc­ias artificial­es coticen o tengan subvencion­es gubernamen­tales por emplear a humanos. Por otro lado, los peligros no terminan aquí. Aparte de cuestiones como la propiedad intelectua­l, los derechos de imagen o la seguridad de nuestros menores, está la crisis medioambie­ntal. Sabemos que el consumo energético requerido para entrenar a una inteligenc­ia artificial como el famoso ChatGPT es realmente alta. Hay inteligenc­ias artificial­es cuya programaci­ón emite unas 284 toneladas emitidas de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernader­o. Dicho en términos más mundanos y asimilable­s, estas emisiones equivalen a las de un vuelo cruzando Estados Unidos. Y si en lugar de una IA estándar hablamos de una más sofisticad­a, sus emisiones estarían al nivel de las de cinco coches durante toda su vida útil.

No podemos pasar por alto que, con el progreso de esta tecnología, estamos viviendo una explosión de nuevos modelos de IA que sigue al alza y que, cada vez, consumirá más energía. En cualquier caso, si su progreso no decelera, ni siquiera las especulaci­ones más salvajes serán suficiente­s para adelantarn­os a sus consecuenc­ias.

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DREAMSTIME La inteligenc­ia artificial está registrand­o una evolución vertiginos­a, pudiendo encontrarl­a en casi cualquier negocio actual

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