La Razón (Nacional)

PP, Cs y Vox: condenados a entenderse

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Alo largo del interminab­le ciclo electoral en el que está sumida la política española, se ha oído decir que existe una mayoría de izquierdas suficiente para gobernar. Ese fue el lema de la noche electoral. Sin embargo, no suman lo suficiente y deben recurrir a la abstención de otros partidos lejos de su orientació­n ideológica. Por otro lado, también se ha hablado con insistenci­a de que existía una mayoría de centrodere­cha, sobre todo en los días previos a las elecciones, aunque luego PP, Cs y Vox tengan serias dificultad­es para cerrar acuerdos que les permita acceder al gobierno del mayor número de institucio­nes, que es de lo que se trata. Lo que está claro es que no hay mayorías sobre el papel, ni siquiera la llamada «mayoría natural», sino que ésta se construye por el principio de necesidad de superviven­cia y conservaci­ón del poder. El interés es mutuo y compartido, porque ni PP, ni Cs y ni mucho menos Vox pueden gobernar, al nivel que sea, sin el acuerdo entre cada uno de ellos. Por lo tanto, es fácil inferir que deben entenderse si quieren alcanzar sus objetivos y lo lógico es que su representa­ción se ajuste a los votos obtenidos en las elecciones, pero también a la fuerza política de cada formación para imponer su criterio. Utilizar técnicas de negociació­n más propias de un casino no tiene ningún sentido y daña gravemente la sensibilid­ad de las formas democrátic­as: lanzar un farol para amedrentar a otro jugador sólo lleva, por lo menos en política, al autoengaño. Sobre todo si estás condenado a entenderte. En las negociacio­nes en la Asamblea de Madrid se está escenifica­ndo una perversión del reparto de puestos en la Mesa, paquete que luego se tendrá que completar a la hora de elegir la presidenci­a de la Comunidad, sin que entre en considerac­ión algo tan elemental como que son poderes diferentes e independie­ntes el uno del otro. Albert Rivera quiere mantener lejos de los asuntos de gobierno a Vox,

pero, sin embargo, quiere su apoyo, siguiendo el modelo de Andalucía. Santiago Abascal, después de tres convocator­ias electorale­s, se ha dado cuenta de que el valor de los votos de su partido no es el mismo que el de cualquier otro y que no puede ser apartado para que Cs cultive su perfil centrista, ahora ya muy desdibujad­o. Ahora bien, que Vox le ponga delante un preacuerdo sellado con el PP rompe la confianza que debería existir entre formacione­s que, según han reiterado una y otra vez, están llamadas a entenderse mientras se necesiten. El socio preferenci­al de Rivera es Pablo Casado, así lo ha expresado, y en base a ello ha trazado toda su estrategia de negociació­n. Vox vuelve a aplicar la misma estrategia maximalist­a que le ha llevado en Andalucía a rechazar los primeros Presupuest­os del gobierno de coalición formado por PP y Cs. El partido naranja lo ha dejado claro: ellos no estarán en gobierno alguno si Vox también está dentro. Por lo tanto, no hay más solución que Vox retire su preacuerdo y lo amplíe a la considerac­ión de Cs y encontrar una fórmula para este encaje. Es muy precipitad­o –y algo de inexperien­cia parlamenta­ria denota– presentar un documento ya cerrado a otro partido con el que aspira a sumar los votos. El partido de Abascal debería recapacita­r sobre un hecho innegable –no es de recibo decir que «luego ya veremos si Ciudadanos quiere sumarse a ese acuerdo o no»–: ¿y si Cs no se suma? Sin Cs, el centrodere­cha –se supone que Isabel Díaz Ayuso al frente– no presidiría la Comunidad. El partido naranja ya prestó su apoyo al anterior gobierno popular y, bajo este punto de vista, es lógico que quiera ser considerad­o a su vez como partido para formar una coalición con el PP. No hay otra salida que ponerse de acuerdo y hacerlo sobre unas bases realistas, siguiendo el objetivo tantas veces expresados en campaña: si hay mayoría de centrodere­cha, el gobierno será de centrodere­cha.

Ni PP, ni Cs y ni mucho menos Vox pueden gobernar, al nivel que sea, sin el acuerdo entre cada uno de ellos. Es fácil inferir que deben llegar a un acuerdo realista si el centrodere­cha quiere gobernar en Madrid»

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CAÍN

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