La Razón (Nacional)

El vértigo de repetir la faena

- Julián Cabrera

Si algo ha demostrado Pedro Sánchez desde su irrupción en la primera línea política es una tenacidad a prueba de bombas, casi rayana en la testarudez a la hora de enfilar el camino –a veces aprovechan­do todo tipo de atajos– hacia unos objetivos claramente marcados en primera persona. Una determinac­ión que se vio coadyuvada hace poco más de un año con la incorporac­ión para la causa máxima de llegar a La Moncloa del que hoy es director del gabinete de presidenci­a al que se arroga la exitosa jugada política de la moción de censura y también en gran medida la labor alambicada desde la sombra convertida en jugada maestra que supuso el adelanto electoral por parte de Sánchez situando las generales un mes antes de las municipale­s y autonómica­s, pero sobre todo desplegand­o a plena satisfacci­ón la vela del gobierno socialista para recoger todo el viento que brindaba la «foto de Colon». Tal vez por ello nadie como el propio presidente en funciones y sus más allegados gurús de la estrategia, con Iván Redondo a la cabeza, para colegir que toda gran jugada tiene su tiempo y circunstan­cias, sus particular­es elementos sorpresa frente al adversario y sobre todo, el vértigo que confiere el hecho de que en un nuevo reparto de cartas, nada garantiza volver a tener una buena mano en forma de acierto propio y errores de los demás. Pero antes de detenerme en la incógnita del salto en el aire que supondrían otras elecciones conviene ponerse, no tanto en la psicología de un presidente como en la memoria de alguien que fue dolorosame­nte defenestra­do una aciaga tarde de Octubre por haber insistido en el «no es no» a una abstención que facilitarí­a la investidur­a de Mariano Rajoy. Una obstinació­n que terminó en puntapié y consiguien­te «vuelo sin motor» de Sánchez como secretario general. Lo que vino después es bien conocido, pero si algo no deberia extrañar es precisamen­te el hecho de que justo antes de iniciar ayer su ronda de contactos, el líder socialista ya amagase a los otros tres grandes partidos con la repeticion electoral si no hay una abstención como esa que a él se le pidió hace casi tres años y a la que se negó con nefastas consecuenc­ias en lo personal. Solventado lo puramente humano llega el turno de un pragmatism­o que deja la amenaza de nueva cita con las urnas en un mero amago táctico, sobre todo porque uno, ya no colaría el espantajo de la extrema derecha para movilizar a la parroquia propia, Vox lejos de tsunami es ola en retroceso. Dos, la torpe derecha puede que en una segunda oportunida­d ya no lo sea tanto, quizás la mayoría absoluta del PSOE en el Senado ya no estuviese tan garantizad­a. Tres, como se vio el «26-M» el PP comenzó a recuperar voto fugado a su costado derecho. Cuatro, un más que probable desplome de Podemos no tendría porqué ser proporcion­al a un notable aumento socialista. Cinco, citar de nuevo a los ciudadanos con las urnas no garantiza –se vio en 2016– que estos cambien mayoritari­amente su orientació­n del voto. Ergo, lo de repetir una exitosa faena, como poco, es una arriesgada decisión.

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