Y las estrellas se vieron en Nueva York
Cualquiera que conozca Nueva York, que debe ser una mayoría –bien por haber transitado por sus calles o haberla disfrutado en las películas o los documentales–, sabrá que sus noches brillan como en ninguna otra ciudad del mundo. El ocaso la engalana hasta convertir cualquier día en una fiesta. Porque la oscuridad se esconde con el sol y la penumbra resplandece entre un fogonazo multicolor con el que se engalanan esos rascacielos que quieren tocar las estrellas, las que se presienten, pero que no se ven entre tanto arcoíris publicitario. Es la ciudad en vigilia continua puede que por insomnio, costumbre, vicio o, simplemente, porque nadie apaga las luces cuando sale hacia otras latitudes. No se atreven. Nueva York tiene en sus luminosos, en ese fogonazo que adormece las tinieblas, parte del alma inmortal que la define. Por eso, cuando las luces se amortiguan, es como si el show que es la Gran Manzana echara el telón y esas mismas calles lo fueran de una ciudad de tantas. Sucedió el sábado. Manhattan se quedó a oscuras y las sombras se adueñaron de Times Square. El corte de suministro eléctrico duró cerca de cuatro horas y dejó a 72.000 clientes sin electricidad. La zona oeste fue la más afectada. Para personas que han sufrido lo que los habitantes de Nueva York, resultaron lógicas las escenas de inquietud entre los ciudadanos porque varias líneas de metro y los emblemáticos teatros llegaron a paralizarse. Fue un lapsus, breve, en el que las estrellas se dejaron sentir, recuperaron su sitio entre el neón fundido. Luego, la normalidad. Sobre la medianoche, el skyline de Manhattan abandonó el negro y recuperó el color. La ciudad que nunca duerme despertó.