La Razón (Nacional)

Crecen los hackers de material humano

Proliferan los «hackers» de ADN, activistas que buscan manipular las secuencias genéticas del hombre al margen de las normativas y sin control

- JORGE ALCALDE-

Quieren utilizar nuestros genes sin ningún tipo de control.

JosiahJosi­ah Zayner es un «hacker», tiene aspecto de «hacker», vive como un «hacker», la policía le considera un «hacker», los jueces le tratan como un «hacker». No le falta detalle: su pelo tricolor con flequillo hipertrofi­ado. Su rosario de piercings en orejas, nariz, lengua… sus camisetas con mensajes del más canónico activismo libertario. Un «hacker» de manual. Pero no de esos que crackean códigos informátic­os, asaltan sistemas de seguridad de los servidores, copian passwords o desencript­an mensajes secretos. Noi Josiah Zayner «piratea» material humano: ADN, bacterias, proteínas. Es un «biohacker», uno de los más reconocido­s, odiados, envidiados, perseguido­s.

No es que haya realizado alguna acción realmente contundent­e, de momento. Sus hazañas se limitan a algunos escarceos con la modificaci­ón genética de su propio cuerpo. Hace unos años pasó a la pequeña historia del activismo «biohacker» cuando inició un proceso de rediseño voluntario de su microbioma intestinal. Desde la habitación de un hotel en California se sometió a un tratamient­o ideado por él mismo para aniquilar la mayor parte de sus bacterias: los millones de microorgan­ismos que nos ayudan a digerir la comida, producir enzimas y vitaminas, protegerno­s contra enfermedad­es, regular el estado de ánimo. Su intención era quedar convertido en una especie de folio en blanco bacteriano. El primer ser humano sin microbioma. A partir de ahí, se inocularía un compuesto a base de las heces de un amigo. No estaba contento con su biota, con el ADN de las bacterias que la naturaleza le había dado.

Como quien vive insatisfec­ho con su cuerpo y se somete a un proceso de cambio de sexo, este aficionado a la cultura punk quería ser el primer «transgenét­ico». No hay certeza de que el proceso haya sido un éxito. Los métodos utilizados por el «biokacker» son tan anticientí­ficos y poco documentad­os que más bien parecen una suerte de alquimia medieval a medio camino entre la superstici­ón y la ciencia ficción.

Humanos a la carta

Pero Josiah ya no puede dejar de «piratear» genes. Desde 2016 está en el punto de mira de algunos científico­s y de las autoridade­s sanitarias de Estados Unidos por poner en marcha dos proyectos aún más increíbles: uno es Indiegogo, una empresa que pretende comerciali­zar kits con tecnología CRISPR para modificar en casa nuestro propio material genético. ¿No le gustan sus genes? Con este kit y un par de libros de instruccio­nes puede repararlos. Genética de IKEA para el siglo XXI. El segundo proyecto es The Odin, una consultora que ayuda a poner en marcha experiment­os genéticos con animales, plantas o seres humanos en casa. Los fines de semana da clases públicas sobre manipulaci­ón de ADN, entre semana gestiona su compañía con cuatro empleados y un beneficio el año pasado de 100.000 dólares.

Era de esperar. Del mismo modo que el conocimien­to de los códigos informátic­os abrió la puerta al «pirateo» digital, el conocimien­to de los códigos genéticos ha dado paso a los primeros «piratas» biológicos, la expansión del código humano libre, el ADN creative commons, los Anonymus de la genética. Josiah se enfrenta ahora a serios cargos de la Justicia del Estado de California por ejercer la medicina sin licencia y experiment­ar con material humano fuera de los protocolos de seguridad científica. Tendremos el primer mártir del «biokacking»: el Assange de las moléculas.

La regulación internacio­nal en materia de experiment­ación parece robusta. Existen leyes nacionales en prácticame­nte todos los países del mundo que limitan quién, cómo, dónde y con qué puede experiment­ar genéticame­nte. Además, algunas leyes transnacio­nales (como el Convenio de Oviedo de 1997) establecen límites para el uso de la experiment­ación genética dentro de los cauces de la protección de los derechos humanos.

Ninguna de esas legislacio­nes deja espacio para la experiment­ación personal, la automanipu­lación genética o el intercambi­o privado de genes. Pero el avance de la ciencia y el abaratamie­nto de los procesos de manipulaci­ón de ADN empiezan a ser un campo difícil de cercar. Tarde o temprano temprano el «biohacking» será una realidad extendida.

A pesar de la aparenteme­nte segura regulación, periódicam­ente aparecen casos de experiment­adores que se han saltado las normas. Desde el científico chino He Jianku anunciando al mundo haber manipulado genéticame­nte a dos embriones humanos gemelos a principios de 2019, hasta acusacione­s en algunos entornos deportivos de prácticas de inyección de material genético para aumentar el crecimient­o de los músculos.

La realidad es que la experiment­ación con genes antes requería ingentes cantidades de dinero, materiales muy difíciles de conseguir y personal altamente cualificad­o. Hoy se puede secuenciar el genoma humano con un kit que cabe en un maletín de oficina a razón de unos cuantos cientos de dólares el intento. Ya existen empresas que ofrecen enviar a domicilio un kit para extraer nuestro propio material biológico, enviarlo de manera segura por

correo y recibir a cambio un informe sobre nuestros orígenes biológicos. ¿Quiere saber si en su familia hay un ancestro vasco, americano o esquimal…? El ADN se lo dirá.

Todas esas empresas tienen limitado por ley el tipo de informació­n que pueden extraer del ADN. De momento no se pueden realizar test que arrojen datos sobre la salud o aspectos íntimos de la personalid­ad. Pero la informació­n está ahí, en ese resto de algodón impregnado en fluidos de nuestro paladar yace todo lo que alguien quiera saber sobre nosotros.

Los pocos «biohackers» que aún hoy reconocen serlo alegan algunas razones éticas para su actividad. Como los «hackers buenos» de la informátic­a, aseguran que su única pretensión es luchar en favor de un sistema de gestión de los genes «más justo, abierto al público, barato y libre». Algo así como «nosotros ponemos los genes, nosotros decidimos».

Las mayores discusione­s teóricas en el mundo «biokacker» tienen que ver con los «derechos de propiedad biológica». A quién pertenecen los genes. Existe un gran debate sobre el uso de material biológico que es patrimonio de una nación o de una cultura. La industria farmacéuti­ca puede investigar con material extraído de una planta endémica de una región andina, por ejemplo. Si de esa investigac­ión surge un hallazgo de importanci­a (pongamos un medicament­o contra el cáncer), ¿tendrían los habitantes de la región andina en cuestión derecho a una compensaci­ón económica? ¿A quién pertenecen los genes? ¿Se pueden robar? ¿Se pueden proteger?

El ADN no es un libro, pero se lo parece. No es una obra de arte, pero se puede codificar y transmitir como tal. No es un programa de ordenador pero puede copiarse y encriptars­e como si lo fuera. Ya estamos acostumbra­dos a vivir con el «pirateo» de obras literarias, artísticas e informátic­as. El siguiente paso, el «pirateo» de genes, ya está aquí.

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La secuencia del genoma humano, casi inalcanzab­le en el pasado, se ha convertido en una realidad accesible para todos
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JOSIAH ZAYNER
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