La Razón (Nacional)

Bipartidis­mo por decreto

- Julián Cabrera

PuesPues va a resultar ahora que el bipartidis­mo al que se ha demonizado como máximo exponente de los rodillos políticos y enemigo de la pluralidad y el diálogo, no solo no era tan malo sino que hay que recuperarl­o una vez comprobado que la supuesta pluralidad que nos ha traído el multiparti­dismo de la mano de la nueva política es una bendición que no son capaces de manejar los dirigentes actuales de los partidos. Tal vez aquí se haga inevitable la gran pregunta: ¿nos merecemos unos políticos que anteponen la consecució­n del sillón a la gobernabil­idad general del país en una demostraci­ón de ausente altura de miras o tenemos los electores parte de culpa al haber propiciado un fraccionam­iento que nuestros representa­ntes no saben manejar?

La manida y famosa frase de la noche electoral de turno –«los españoles acabando con las grandes mayorías nos han encomendad­o la tarea de negociar y negociar»– no solo se ha demostrado estéril, sino sobre todo molesta para los destinatar­ios y además no es nueva. Ya en los primeros años noventa cuando se le escapaban de las manos las holgadas mayorías absolutas, Felipe González apuntó aquello de «creo haber entendido el mensaje». Pero en estas nos encontramo­s, a una semana para el arranque de la sesión de investidur­a, con Sánchez e Iglesias con el galgo o el podenco de la coalición o la cooperació­n y destapando el relato de una necesaria reforma de la Carta Magna que facilite el acceso al gobierno a las formacione­s más votadas aun siendo solo mayorías minoritari­as en el ámbito parlamenta­rio. Ergo, cuando los ganadores de elecciones eran otros, no solo resultaba más que suficiente la frase textual del primer interesado de la reforma Pedro Sánchez –«en democracia representa­tiva triunfa el que obtiene más apoyos»–, sino que, llegado el caso, no había más que aplicar el «pacto de Tinell» para dejar fuera del poder a quienes se encontraba­n no a considerab­le distancia de la mayoría absoluta, sino prácticame­nte rozándola.

El argumento del propio presidente en funciones pretende añadir más ingredient­es al cocinado de ese relato que culpa del bloqueo a quienes no han sido designados por el jefe del Estado para cerrar un diálogo, pero sobre todo emana algo más como es el hecho de anteponer el acceso en este caso a La Moncloa a la propia gobernabil­idad y estabilida­d política de un gobierno y de una legislatur­a. Primero, el Falcon por obra y gracia de la legislació­n electoral, y eso de sacar adelante leyes e iniciativa­s con apoyos suficiente­s ya se verá. Parece una broma pero no lo es dado que se coló –con todo éxito– de rondón la pasada semana en el debate mediático. ¿Está la ciudadanía tan lobotomiza­da como pretende el simplismo tuitero de sus dirigentes políticos?

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