El narcisismo político está vivo
Para definir el excesivo amor patrio, el que no atiende a los logros reales, se acuñó «chovinismo». Se trata de una distorsión de la historia y de la realidad que juega muy malas pasadas
La clave del patriotismo es la moderación. Como cualquier sustancia placentera, tomada en dosis altas produce indigestión. Algunos países tienen una baja consideración de sí mismos, aún sin motivos. En España existe esta pulsión, aunque algo caricaturizada, lo que no va mal para controlar los excesos patrióticos. El pesimismo español que tomó forma en la Generación de 98 sirvió para aprender a vivir cuando se pierde un imperio. Algunos países han sido incapaces de aceptar esta realidad, como Rusia o Turquía, y andan por el mundo como si el sol nunca se pusiese en sus territorios. Churchill concibió el pesimismo como un valor vital y político. Dice en una de las infinitas frases que nos ha dejado: «Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad». A esa tendencia de considerar a tu país como el mejor de todos, se le denominó« chauvinismo », palabra francesa que ha definido un espíritunacional. Pura mitología, porque Francia está por debajo de la apreciación que sus ciudadanos tienen de su propia cultura de la de países como Reino Unido, Alemania, Italia o Grecia (89), por citar el Estado de la UE que cree que su cultura es superior. España, por contra, es el país con una puntuación más baja (20) en su valoración. La tendencia a relativizar lo propio es una virtud que está vinculada al respeto por los otros. En este sentido, España es el país con una puntuación más alta hacia la religión musulmana (74), junto a los países nórdicos, Noruega (82) y Suecia (80), nivel que mantiene hacia la comunidad judía (79). Para apuntalar la identidad nacional, haber nacido en el propio países para los españoles un factor clave (66), frente a Francia, Alemania (48) o Suecia (22), donde pesa más el derecho de ciudadanía. La diferencia la marcan los países del Este, incluso Portugal (81). Pero es la lengua la que define la identidad de los países por encima de otros principios. Si en el caso de España es del 87 por ciento, en el de Dinamarca, con 5,7 millones de habitantes y la herencia escrita de Kierkegaard, es del 98 por ciento. El narcisismo político sigue siendo un riesgo, sobre todo cuando el espejo no te dice la verdad.