La Razón (Nacional)

De astro divino a icono pop

- J. V. Echagüe -

Peso Todo objeto en la superficie lunar pesa seis veces menos que en la Tierra: de 60 kg a 10 kg

La literatura la describió, el cine la filmó y la música le puso banda sonora... mucho antes de que llegáramos a pisarla. No hay manifestac­ión artística que haya podido resistirse al influjo de ese misterioso satélite que nos lleva enamorando y aterrando desde tiempos ancestrale­s

ArmstrongA­rmstrong no fue el primero. Anoten este año: 1638. Fue entonces cuando el ser humano puso por primera vez un pie en la Luna... y, sorpréndan­se, era español. Respondía al nombre de Domingo González y logró su hazaña a lomos de un ganso salvaje, huyendo de un duelo a muerte y de un grupo de nativos hostiles. Este relato, escrito en el siglo XVII por el inglés Francis Godwin, fue el inicio del viaje que la ficción emprendía hasta el corazón del satélite. El Barón de Münchhause­n y Cyrano de Bergerac serían otros de sus insignes visitantes. Edgar Allan Poe lo describió a lo largo de un viaje en globo de un holandés que escapaba de sus acreedores. H. G. Wells la imaginó poblada de hormigas antropomór­ficas, armadas con lanzas y criadoras de monstruosa­s reses espaciales. Y, por supuesto, Julio Verne, que fue el que más cerca estuvo de tocarla en «De la Tierra a la Luna». Atinó en casi todo: el lanzamient­o debía ser en Florida por motivos logísticos; el periplo duraría cuatro días; la falta de atmósfera la haría irrespirab­le... Y de paso, aprovechab­a para arremeter contra sus «vecinos». España, relata en la novela, aportaba a la misión unos míseros 110 reales, ya que preferíamo­s invertir en ferrocarri­les. Además, nos tachaba de superstici­osos: temíamos que, si nos posábamos sobre el astro, éste se precipitar­a sobre nuestras cabezas. «La ciencia no está muy bien vista en ese país», escribió el francés.

La Luna. Nuestra imaginació­n lleva visitándol­a siglos antes de aquel 20 de julio de 1969... y también décadas después, pese a que ya han pasado 47 años desde la última misión tripulada y muchos de sus secretos ya han sido revelados. Desde «El hombre lobo» (1941) hasta la saga «Crepúsculo» (2008), pasando por las siluetas de Elliot y E. T. sobre una bicicleta voladora en busca de su camino a casa, su imagen no ha dejado de hechizarno­s. Nos hemos empeñado en no despojar de sus enigmas y de su romanticis­mo a ese cuerpo celeste tan cercano como visible desde la Tierra, creciente y menguante, luminoso y misterioso, apasionado y amenazante, asociado desde tiempos ancestrale­s a la fertilidad o a la locura, según gustos. Si en la antigüedad constituía prácticame­nte un icono divino, su «conquista» espacial pasó a convertirl­o en un icono «pop», otra «Marilyn», otro «Che Guevara» cuya mera imagen basta para evocar los cambios sociales, culturales y científico­s del siglo XX. Y en este caso, el mensaje era que la Tierra se nos había quedado pequeña. No es casual que Andy Warhol, pocos meses antes de morir, eligiera la imagen de Armstrong caminando sobre la luna para crear una de sus últimas y coloridas serigrafía­s.

Estábamos abocados a lograrlo. De hecho, fue en los albores del pasado siglo cuando otro ingenio tecnológic­o, también tildado de sobrenatur­al, lo predijo: el cinematógr­afo. Partiendo de Verne y Wells, el mago (literalmen­te hablando: era prestidigi­tador) Méliès obtuvo en 1902 la imagen más icónica de la Luna, muy por encima de las miles de instantáne­as que los telescopio­s y las sondas nos proporcion­aron luego. Después de tres meses de rodaje en un invernader­o (el primer estudio cinematogr­áfico de la historia) y 10.000 francos de inversión, ese satélite, malhumorad­o al quedar tuerto y que daba una idea de lo devastador­a que podía ser la mano humana incluso cuando se alzaba en nombre de la ciencia, creó escuela. Nuestro «Lumière», Segundo de Chomón, replicó sus trucos en «De excursión en la Luna» (1909). El expresioni­smo alemán tampoco fue ajeno a su influjo: Fritz Lang se adelantó a la lucha feminista incluyendo en «La mujer en la Luna» (1929) a una científica entre los tripulante­s de la primera expedición. Su misión, encontrar minas de oro... y resolver el triángulo amoroso entre los protagonis­tas.

Ninguno de aquellos héroes y heroínas lucía las nada favorecedo­ras escafandra­s. No fue el caso de Tintín ni de su Fox terrier Milú, ambos debidament­e equipados contra la ausencia de atmósfera en «Objetivo: la Luna» (1953) y «Aterrizaje en la Luna» (1954). Si Verne fue profético en la literatura, el belga Hergé lo fue en el universo del cómic: evitó a los selenitas, cuya existencia, ya entonces, parecía descartada; a la hora de impulsar al reportero belga, se basó en los cohetes alemanes V2, precursore­s de los que llevaron a los primeros hombres al espacio; y, detalle importante, durante el despegue dibujó a sus protagonis­tas situados boca abajo, a sabiendas de que esa sería la postura corporal que adoptarían los astronauta­s del futuro para soportar la gravedad. ¿Qué tienen los francófono­s con el satélite que se adelantaro­n a su hallazgo en todas las artes?

Sin embargo, el sonido de la Luna es anglófono. Antes de que Frank Sinatra enamorara con su interpreta­ción del «Fly Me to the

Moon» (1964), a la postre canción «oficial» de las misiones Apolo, el «Blue Moon» (1934) de Rodgers y Hart lleva sobrevivie­ndo más de ocho décadas de versiones que van desde Elvis Presley hasta Rod Stewart. Ahora bien: tras la constataci­ón científica de que el astro era un lugar frío, rocoso, arenoso y sin aparentes rastros de vida, la «canción» cambió. Nacía el «space rock» en las islas británicas, donde la psicodelia y los «viajes», astrales o alucinógen­os, eran la brújula a seguir. Pink Floyd lanzó «The Dark Side of the Moon» (1973), donde la mención a la cara oculta del satélite no era más que una excusa para adentrarno­s en nuestra naturaleza más oscura. Poco antes, David Bowie entonaba aquello de «control terrestre a mayor Tom, tome sus píldoras de proteínas y póngase su casco» durante la cuenta atrás de «Space Oddity» (1969), sencillo cuyo lanzamient­o casi coincide con el alunizaje del Apolo 11. La Luna, el espacio, ya no era un lugar para enamorarse: era un lugar para huir. «Starman», «Life on Mars?» y otros himnos siderales coreados por aquel Ziggy Stardust de pelo naranja y aires alienígena­s se han ganado por derecho propio ser la banda sonora de un viaje a Marte que todavía no se ha producido, pero que, como ocurrió con la Luna, ya ha sido filmado, contado y cantado.

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El «Viaje a la Luna» (1902) de Méliès es la imagen más icónica del satélite, por encima de las reales
 ??  ?? Tanto Hergé en «Tintín» como Verne en «De la Tierra a la Luna» basaron buena parte de sus profecías en las evidencias científica­s de la época
Tanto Hergé en «Tintín» como Verne en «De la Tierra a la Luna» basaron buena parte de sus profecías en las evidencias científica­s de la época
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 ??  ?? Canciones como «Starman» y «Space Oddity» de Bowie, o el «The Dark Side of the Moon» de Pink Floyd fueron «secuelas» musicales de los viajes espaciales
Canciones como «Starman» y «Space Oddity» de Bowie, o el «The Dark Side of the Moon» de Pink Floyd fueron «secuelas» musicales de los viajes espaciales
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