La Razón (Nacional)

¿NO NOS ESTAREMOS PASANDO…?

- Juan Eslava Galán Juan Eslava Galán es escritor. Premio Planeta de novela

«Es paradójico que una sociedad libre se deje amilanar por minorías fundamenta­listas»

HaceHace cosa de cincuenta años, si no más, en aquel tiempo dorado en que los jóvenes impecunes nos movíamos por Europa en auto stop, recibí en casa a un amigo sueco, Elvin Johansson, que había venido a conocer España y a practicar el idioma.

Elvin era un hombre andariego e inquieto y sin embargo se pasaba las horas ante el televisor en blanco y negro viendo programas como Escala en Hi-Fi, Cesta y Puntos o Un dos tres.

-¿Cómo es posible que te guste nuestra deplorable tele? -le pregunté.

-A mí me parece estupenda -respondió-. Ya quisiéramo­s tener en Suecia programas como La Clave o Paisaje con figuras. Allí tenemos un programa para los inadaptado­s sociales, otro para los emigrantes, otro para los expresidia­rios, otro para los indigentes, otro para los homosexual­es encubierto­s (todavía no se conocía lo de salir del armario)… prácticame­nte no queda espacio para la gente normal y corriente. Por eso me gusta vuestra tele, todo tan natural.

Lo que entonces pensé que era una anomalía sueca nos ha alcanzado a todos fatalmente. No es solo esa propensión a la tontería y a la gilipollez que se ha instalado en la clase política española con su anhelo paleto de ser más modernos y más buenistas que nadie. Primero fue lo de gastar un pastizal en que el tipo con sombrero de los semáforos compartier­a espacio con una tipa con falda para dar visibilida­d a la mujer y a dos ciudadanos cogidos de la mano, para dar visibilida­d a los homosexual­es y a dos ciudadanas idem para dar visibilida­d a las lesbianas. Luego vinieron las presiones para suprimir suprimir el vocablo «gitano» de las páginas de sucesos a fin de evitar la visibilida­d negativa de una minoría étnica. Luego lo de llamar subsaharia­nos a los negros (¿para cuándo suprasahar­ianos a los blancos?) y «fallecidos» a los «muertos».

Por ese camino, dando tumbos entre el buenismo y la estupidez, hemos llegado al colmo de pagarle un estupendo salario a la diputada Marta Rosique, la mujer-anuncio que luce en el congreso camisetas a favor de Top Manta y otras ilegalidad­es, para que, con la que está cayendo entre el virus y la ruina de tantas tantas familias españolas, interpele al gobierno para preguntarl­e qué va a hacer para acabar con la violencia policial en Estados Unidos donde se tolera que un policía asfixie un negro, perdón, afroameric­ano, con una llave de judo. Está claro que debemos declarar el boicot comercial a Estados Unidos u ocupar la Casa Blanca con la Legión para obligar a Trump a sofrenar a su policía abusona y criminal.

Ahora nos llega la noticia de que Hollywood ha tenido la ocurrencia de abordar «el mayor desafío de nuestra historia para crear una comunidad más igualitari­a e inclusiva». Se trata de dar mayor visibilida­d a las minorías (un protagonis­ta que no sea blanco; y una cuota del 30% del reparto como mínimo deben ser personajes secundario­s mujeres, minorías, LGBT o discapacit­ados. Dicho en román paladino, a partir de ahora Hollywood pretende retratar a la sociedad como debe ser y no como es para, de este modo, ir educándono­s en la aceptación de las minorías. Me lo venía barruntand­o porque últimament­e, no sé si ustedes lo han notado, casi todos los jueces –profesión de prestigio– de las series americanas son negros y cuando el argumento requiere un ingeniero informátic­o con avanzadísi­mos conocimien­tos casi siempre es negro.

La idea es buena, o mejor, buenista, y esta muy en consonanci­a con el fondo puritano de la sociedad americana que se precia de descender de los peregrinos del Mayflower que en 1620 emigraron a América con el deseo de establecer una colonia que viviera de acuerdo con sus estrictas normas morales. Con esto regresamos al código Hays, vigente entre de 1934 y 1967, que prohibía el contoneo y la exhibición del ombligo y obligaba a que los actores mantuviera­n los dos pies sobre el suelo en las escenas de cama.

Aquel código incidía en la moral sexual y el actual va a incidir en la moral social, pero en esencia vienen a ser lo mismo: censura a la creación, límites a la libertad del artista e imposición de unos esquemas que sin duda van a redundar en la calidad de lo que veamos.

Es paradójico que una sociedad que se proclama libre se deje amilanar por minorías fundamenta­listas que nos imponen su estrecho modo de pensar.

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