Esclavitudes
Las nuevas formas de esclavitud de la sociedad digital son extraordinaria mente versátiles, rebuscadas, globalizadas. La imitación, la copia, el plagio y la (in) cultura de lo gratis han conformado un panorama yermo donde la originalidad, las ideas y el arte están siendo asolados por un tsunami de avaricia, mediocridad y delito mal disimulados. Ejemplo: una empresa contacta con un escritor español para ofrecerle transformar una de sus obras en audiolibro. Este formato está pegando fuerte. La prueba es el éxito del lídersector: Storyt el, plataforma emblemática, una empresa sueca, seria y solvente, todo lo contrario de émulas como la que protagoniza este artículo (y que llamaremos Jauja S.A.).
Jauja tienta al carniseco escritor, que no llega a fin de mes, halaga la vanidad de poethambre del plumilla, a quien llamaremos Cervantas. Le dice que van a ponerle voz a su novelita de los años 90, de la que no quedan ejemplares porque el último lo usó el propio Cervantas el invierno pasado para encender un fuego con que calentar cinco minutos a sus ateridos y flacuchos hijos. Impulsado por su orgullo artístico, Cervantas contrata a un informático que le cobra 70 euros (que no tiene) aunque no consigue despertar a la vida el archivo de Word, más caducado que un yogur del Paleolítico, donde estaba el libro. Jauja no ofrece contrato, ni adelantos, ni nada. Solo la «producción» del audiolibro y «posibles» derechos de autor. Inciertos... Así se levantan hoy muchos negocios: basándose en la rapiña, en rebañar despojos, acaparar derechos ajenos, aprovechar la necesidad y el famélico talento ajeno. Son los escarabajos peloteros de la mundialización. Vivimos una época de esclavitudes: numerosas son las cadenas que nos atan. Sobre todo si te llamas Cervantas, eres un escritorzuelo y tus hijos no se conforman con comer «digitalmente», sino que quieren masticar. Y todo.