MÚSICA PARA BAILAR ENJAULADOS
UnUn cantante nunca debería ir a la cárcel. Lola Flores dijo aquello que sólo ella podía decir en español del siglo de oro: «Muchas veces pienso si una peseta diese cada español, pero no a mí, a donde tuvieran que darla… saldaría de la deuda». Se refería a su deuda con Hacienda (28 millones de pesetas; 168.000 euros) que finalmente pagó sin acudir a la casa de empeño, y se libró de la cárcel.
Philip Spector, uno de los músicos y productores que más ha influido en la música pop, acaba de morir en la prisión de Stockton (California) por asesinar a la actriz Lana Clarkson. Un artista no debería nunca acabar en la cárcel, como casi nadie, hasta que actúa como una personal, cruel o simplemente humana. Pero, ¿qué hacer con Pablo Hasél? No nos podemos entrometer en su epilépticas actuaciones, pero otra cosas es cuando después de sus conciertos, cegado de odio, se encierra en el camerino y manda tuits como un loco deseando brindar por todos los asesinatos de ETA o porque el coche de Patxi López vuele por los aires. El arte tiene razones que el Codigo Penal no entiende, pero sí a las personas. Hasél no actuaba como rapero cuando deseaba la muerte de sus enemigos políticos, sino como un humano siervo del peor totalitarismo de izquierdas. A Hasél le dedicaron el martes unas manifestaciones en su honor por las calles de Cataluña con todos los ingredientes que le gustan: fuego, destrozos y gritos absurdos. También en Madrid (en la imagen) tuvo lugar el mismo akelarre primitivo: adoración a que los servicios públicos les recojan las inmundicias arrojadas. Todo un manifiesto de ese analfabetismo social que cree que, por no dar ni un palo, adquieren la condición de víctima.