«Sin techo ni ley»: la cápsula del tiempo de Agnès Varda
«Si tuviera delante a una niña que nunca hubiera visto ninguna película de mi madre, probablemente empezaría con “Los espigadores y la espigadora” o “Sin techo ni ley”, aunque la segunda me parece mucho más relevante hoy en día». Así explica su recomendación, entre las butacas del Cine Doré de Madrid, la productora y figurinista Rosalie Varda, hija de Agnès y protectora de facto de su legado.
El filme elegido fue estrenado por la cineasta belga en 1985 y no solo se hizo con el León de Oro del Festival de Venecia, sino que significó más de una decena de reconocimientos internacionales para la película y su protagonista, Sandrine Bonnaire, además de un inesperado éxito comercial.
«Creo que captura una época y un momento clave en la lucha por los derechos de las mujeres, aunque mi madre odiara que la etiquetasen así tan rápido. Es
«La película aboga por el fin de la soledad, una pandemia anterior a la que sufrimos ahora», explica la figurinista e hija de Varda
una película que va mucho más allá de eso, y también aboga por el fin de la soledad, una pandemia anterior a la actual», añade Varda sobre el filme que es, curiosamente junto a «Ciudadano Kane» y «Paddington 2», uno de los pocos que conservan años después de su estreno un registro absolutamente positivo de sus críticas, con todas las oficiales otorgándoles cinco estrellas o el equivalente.
Desde el «tú no existes», que le espeta uno de los personajes a los que se encontrará en su recorrido paupérrimo por la región de Nimes, hasta la propia declaración de intenciones de la protagonista, que directamente no quiere ese techo y esa ley y se acerca conscientemente a la precariedad, la película ha pasado a la historia como uno de esos tratados de juventud que aíslan el tiempo en unos cuantos fotogramas y que resisten a cualquier envejecimiento, subiendo a Bonnaire a un olimpo generacional que años antes ocupaba Jean-Pierre Léaud.