Mujeres en el Holocausto: semen de chimpancé para comprobar si se quedaban embarazadas
Mónica G. Álvarez recoge los testimonios que dieron once supervivientes españolas en los campos de concentración
«Noche y niebla», o, en alemán, «Nacht und Nebel», es una de las denominaciones que los soldados empleaban para clasificar a los hombres y mujeres destinados a las cámaras de gas de los campos de concentración. Un nombre sutil que aludía a un decreto de 1941 corroborado por Hitler para deportar sin despertar recelos a los prisioneros, pero también una expresión conocida que provenía de Wagner. «La noche sería la oscuridad de lo nocturno y la muerte; la niebla, el humo que expulsaban las chimeneas de los crematorios», explica Mónica G. Álvarez. La escritora, autora de «Guardianas nazis» y «Amor y horror nazi», explora las experiencias de las mujeres españolas que fueron trasladadas a Ravensbrück, Auschwitz y Bergen-Belsen. «Las vejaciones fueron habituales. No solo eran las palizas y los insultos, sino los experimentos médicos que hacían con ellas. Las utilizaban como conejillos de indias. Las esterilizaban para evitar que tuvieran la menstruación y para que, si eran violadas, no se quedasen embarazadas. Las vaciaban porque no podían permitirse que ninguna diera a luz».
Estas reas fueron sometidas a pruebas que excedían los límites de cualquier ética. «Les cortaban músculos, nervios y tejidos para ver cómo se recuperaba el cuerpo, y una compañera de ellas murió como consecuencia de una investigación que consistió en introducirle semen de chimpancé para ver si se quedaba embarazada».
«Seguir viviendo»
Mónica G. Álvarez resalta que a pesar del trato inhumano que recibían, de los trabajos forzados y las humillaciones, incluso del recuerdo que las cicatrices de sus brazos y sus piernas despertaba en la conciencia de estas presas, ellas jamás renunciaron a sus ganas de seguir viviendo. «Algunas no pensaban en la libertad, sino en luchar por la paz para sobrevivir; tenían un único enemigo, a pesar de las culturas distintas de las internas: y era el nazismo. Eso las animaba a continuar en pie».
La escritora ha contado sus vivencias a través de un puñado de mujeres españolas (entre las 132.000 que fueron capturadas en cuarenta países distintos). Once figuras, algunas conocidas, como Neus Català, que con anterioridad a su internamiento ya habían dado prueba de su valor. Sus biografías reflejan lo que defendían en su época. Participaron en la Guerra Civil española, tomaron la senda del exilio, formaron parte de la Resistencia francesa y acabaron encontrándose con la peor cara de la Segunda Guerra Mundial. Olvido Fanjul Camín fue una de ellas. En 1937, partió en el carguero Dairiguerrme con 1.100 criaturas, los llamados «niños de Rusia». Durante su estancia en la URSS conoció a un comandante del ejército y se casó con él. Estaba embarazada cuando Alemania inició la Operación Barbarroja. Su esposo desapareció en combate y los nazis, al arrestarla, le arrebataron a su hijo para destinarlo «al servicio de Hitler». Nunca más volvió a ver a su bebé. Ella terminó en Ravensbrück. «Su historia es tristísima. Pasó un calvario, pero cuando regresó a España para rehacer su vida, fue mal recibida por su familia. Infravaloraron su relato, tildándolo de “batallitas”. Se fue a la tumba en silencio sin haber contado lo que llevaba por dentro». Uno de los problemas cruciales para que se haya tardado tanto en sacar a luz la memoria de estas mujeres es que las españolas eran capturadas en Francia y catalogadas como francesas. Lo que ha creado confusión entre los historiadores. Lo interesante, por otro lado, es que siempre mostraron carácter y no se dejaron amilanar. «La mayoría no se doblegaba. Se rebelaba incluso haciendo huelga de hambre cuando no tenían nada para comer». Casi todas se agrupaban en familias, desarrollaron lazos de solidaridad y nombraban a una que hacía de madre: era la que distribuía la ropa, el pan, la comida y, «si había un problema, la que hablaba con la capo».
«Laura García era un ángel de la guarda. Daba discursos a sus compañeras. Les decía que no tuvieran miedo, que los nazis no eran personas, sino animales. Estas invectivas levantaban la moral a pesar de que muchas no pesaban más de 35 kilos». Pero las supervivientes lo pagaron caro: «A nivel psicológico, quedaron tocadas. Padecían terrores nocturnos, insomnio, se veían de nuevo en los campos, soñaban que sus hijos sufrían sus castigos... quedaron sordas, desarrollaron enfermedades por el encierro».
Las españolas sufrieron palizas y muchas fueron sometidas a experimentos médicos en los campos