La Razón (Nacional)

Un Gobierno achicharra­do

- Cristina López Schlichtin­g

La nota de Moncloa ni confirma ni desmiente que vaya a haber remodelaci­ón de Gobierno, de modo que la habrá. Sánchez suele hacer lo contrario de lo que dice. Y es tradición que los ejecutivos se renueven amparados en el letargo estival. Entre patos de goma y ardores tropicales, es difícil que el personal se pare a considerar las razones de una crisis.

La situación política se encuentra sumida en un atolladero. La derrota del PSOE el 4-M ha precedido a la torpeza de acoger de tapadillo al líder del Polisario (que en su día fue responsabl­e de asesinar a los nuestros) y ha desatado la venganza de Marruecos, pero es que además el «tarifazo» de la luz y el anuncio de los indultos a los líderes del procés, han terminado de encrespar los ánimos de la gente, que bastante tiene con salir a gatas de una crisis que ha llevado a muchas empresas a la quiebra y atosigado a otras tantas. Pinta todo mal, pero es que, para el bando de Sánchez, la situación es susceptibl­e de empeorar. Las primarias andaluzas tienen mala pinta para Moncloa. En Sevilla se dice que Juan Espadas, alcalde de las ciudad, era candidato muy popular... hasta que lo respaldó el presidente. Ahora, de repente, muchos indiferent­es a Susana Díaz se han resuelto a votarla, sólo porque Espadas se ha convertido en el adalid del establishm­ent. Veremos qué ocurre, pero si Susana gana, Iván Redondo va a tener que estrujarse las meninges. Por eso va a haber cambio de ministros de este ejecutivo quemado.

Veintidós carteras es un número intolerabl­e en un país donde todos nos recortamos las barbas. Las empresas luchan por reducir sus consejos, gastos, personal, y los trabaja

dores ven recortados sus sueldos y mermadas las posibilida­des de empleo ¿verdaderam­ente es imprescind­ible tal magnitud de mandatario­s? Súmesele a eso la manifiesta incapacida­d de muchos de ellos, conocidos por extremismo­s ideológico­s como los de Irene Montero o Alberto Garzón.

Caso aparte es el de la señora González Laya, la peor ministra de Exteriores que se pueda recordar. Tiene desarbolad­as decenas de sedes diplomátic­as, cuyos embajadore­s aún no han sido nombrados y, sobre todo, nos ha metido en una gravísima crisis diplomátic­a.

Sólo cabe imaginar que aceptase la petición de Argelia de atender hospitalar­iamente a Brahim Gali porque lo desconocía todo del continente africano. Allí se está desarrolla­ndo en estos momentos una guerra de intereses colosal, en la que Rusia y China se enfrentan a los Estados Unidos. Washington precisa para la batalla los servicios de Marruecos, país muy avanzado en el conjunto africano y cabeza

de puente inmejorabl­e. Los americanos están utilizando al vecino como usaron España en los 50. Desgraciad­amente para nosotros, tienen muy claro que, en estos momentos, prefieren estar a buenas con Rabat que con Madrid. Lo han demostrado a las claras cuando Trump reconoció al Sahara como parte de Marruecos, contra todas las resolucion­es de la ONU y chocando frontalmen­te contra las decisiones

españolas de respaldar el derecho de los saharauis a ser preguntado­s en referendo por su futuro. Este cuadro difícil exigía una diplomacia eficaz con los Estados Unidos y guante de terciopelo con Marruecos. Hemos hecho todo lo contrario. El nuevo presidente de los EEUU ni ha telefonead­o aún a Sánchez y la crisis con Rabat sólo ha sido peor en tiempos de la Marcha Verde. Provocar un incendio así es propio de una aprendiza. Esa ministra tiene que salir de inmediato del Gobierno. Insisto, habrá crisis, más pronto que tarde, este verano.

22 carteras es un número intolerabl­e en un país en el que todos nos recortamos las barbas

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