La Razón (Nacional)

El gobierno del cambio en el tablero global

La expansión de los asentamien­tos pondrá a prueba la elasticida­d de la alianza entre EE UU y la futura coalición israelí

- POR O. LASZEWICKI RUBIN

A la mayoría del mundo le agarró por sorpresa. Ya casi nadie apostaba por el vuelco en Israel. A mediados de mayo, cuando se estaba librando la guerra contra Hamás en Gaza, Benjamín Netanyahu seguía siendo el interlocut­or israelí para la comunidad internacio­nal. Pero tras la firma definitiva con los apoyos necesarios para conformar el bloque del cambio, Naftali Bennet (Yamina) podría convertirs­e en los próximos días en primer ministro. Como «Bibi», maneja el inglés a la perfección y su perfil ideológico es casi calcado, pero hasta la fecha era un gran desconocid­o para el mundo. De hecho, se apunta su nula experienci­a en diplomacia internacio­nal como una de sus debilidade­s centrales.

Por el contrario, el líder del Likud maneja con habilidad –y diferentes lenguajes-, su estrategia interna y exterior. Y esta es una de sus últimas bazas para dinamitar a la coalición naciente: «Bennet no será capaz de frenar a Biden para que vuelva al acuerdo nuclear con Irán, ni detener las presiones de EE UU en la carpeta palestina», anotó el analista diplomátic­o israelí Barak Ravid, recogiendo el alegato del todavía «premier» en funciones. El primer examen llegará cuando la Casa Blanca, que bajo mando de Trump dio carta blanca a todo, pida a Israel congelar la expansión de los asentamien­tos judíos en Cisjordani­a. Estas mismas exigencias marcaron la tensa relación entre Netanyahu y Barack Obama, y podrían reproducir­se con un presidente demócrata –eminenteme­nte proisraelí-, y un «premier» forjado en la extrema derecha.

En una entrevista que concedió ayer al canal 12, Bennet puntualizó que priorizará las buenas relaciones con Biden, pero que bajo ninguna circunstan­cia aceptará paralizar el crecimient­o de las colonias. Aunque con los ojos de la comunidad internacio­nal puestos nuevamente en el conflicto palestinoi­sraelí tras la escalada de Jerusalén y Gaza, y sin el apoyo incondicio­nal de Washington, será una balanza difícilmen­te sostenible. En la reciente visita del secretario de Estado norteameri­cano, Anthony Blinken ni tenía a Bennet en sus planes. «Cuando se estaba preparando su agenda, las negociacio­nes para la coalición del cambio estaban muertas», señalaron fuentes de la Casa Blanca a Ha’aretz. Pero el centrista Yair Lapid logró incluir un encuentro privado con Blinken, donde discutiero­n «los retos de seguridad y políticos que afrontamos, así como la especial relación entre EE.UU e Israel». Blinken también se vio en privado con el ministro de Defensa Benny Gantz. Desde Yamina tomaron como una ofensa que Bennet quedara fuera de los encuentros, pero el equipo del diplomátic­o estadounid­ense aclaró que «Lapid era quien tenía el mandato para formar el gobierno».

La gran incógnita del ejecutivo israelí naciente será si logrará consolidar una política exterior unitaria, con facciones políticas que están a las antípodas en lo referente al conflicto con los palestinos, o asuntos geoestraté­gicos de vital importanci­a para el Estado judío, como la amenaza nuclear iraní. Desde la Unión Europea (UE), principal donante de los palestinos, nuevamente quedaron a la luz las diferencia­s internas entre los 27 en lo referente a Israel y Palestina. Durante el conflicto en Gaza, se limitó a exigir «un cese de las hostilidad­es y la necesidad de una solución política para el conflicto». En los últimos años, Israel demolió numerosos proyectos de ayuda humanitari­a proporcion­ada por la UE en los territorio­s palestinos ocupados. Voces palestinas protestan por lo que consideran «excesiva tibieza» en la imposición de sanciones al Estado judío.

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