La Razón (Nacional)

«Elogio de la locura», la «grandeza» de los necios según Erasmo de Rotterdam

Su divulgació­n convirtió al autor en un pilar del humanismo, y el texto, todo un «best seller», es una sátira sin paliativos de los vicios de entonces

- POR JAVIER ORS

Jonathan Swift decía que «cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él». Y John Kennedy Toole glosó esa idea en el título de su novela «La conjura de los necios». Pero ya mucho antes, en el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam daba cuenta de cómo la mediocrida­d y la medianía están extendidas por el orbe, y cómo son aupados los estultos. En tono burlón y con la mordacidad que da una bien asumida escolástic­a, y en latín, por supuesto, que era la lengua culta y la primera de la época, el fundador del erasmismo, el hombre que denunció a los buleros –como haría después «El lazarillo de Tormes» en 1553– y las malas prácticas de la Iglesia, la clarividen­cia que defendió el evangelism­o y dio alas al reformismo y al protestant­ismo, prestó voz a la estulticia en «El elogio de la locura».

La estupidez, siempre amiga de darse coba, de resaltar su importanci­a y siempre halagadora consigo misma y el poderoso, se defiende en este texto con toda la gracia que da el ingenio y la falsa humildad de los que nunca son humildes. En realidad, la obra pone de relieve todos los defectos de este vicio humano en una centuria donde la estupidez campaba a sus anchas y el mundo parecía su reino. El texto, enjundioso, más incisivo de lo que se antoja en principio, fue repasado por el autor junto a su amigo Tomás Moro, el célebre autor de «Utopía», con el que compartía inteligenc­ia y sentido del humor; un escritor, como él, desafortun­ado que acabaría perdiendo la cabeza, aunque no como consecuenc­ia de la demencia ni tampoco de manera metafórica, sino literal, por cortesía de ese rey nada empático que resultó Enrique VIII, quien ordenó decapitarl­o.

Por todos los países

Erasmo logró con estas hojas erigirse en uno de los mayores puntales del humanismo europeo y su manuscrito corrió por las esquinas de todos los países como si hoy se tratara del último «best seller» de Ken Follet, que, en realidad, es como también puede considerar­se. Gustó incluso en la apostólica Roma de León X, muy culto y también mecenas, como se sabe, de Rafael y Bramante, que la encontró jocosa, rica y divertida. Erasmo, del que existen varios retratos certeros, uno pictórico realizado por Hans Holbein el joven, y el otro, literario, a cuenta de Stefan Zweig, que nos brindó una sucinta y amena biografía sobre este hombre sabio, pero tímido, que acabó chocando con Lutero, desplegaba ante los lectores un hondo fresco que, en realidad, iba más allá del chascarril­lo y el chiste.

El mensaje, como en tantos otros libros, corría entre las líneas para que lo entendiera­n y lo recogiesen todos aquellos que, además de leer, tuvieran vivo el seso, como afirmaría Jorge Manrique, y despierta la atención. «El elogio de la locura» es más que una narración, toda una denuncia de estultos, abusos y vicios; un título que permanece vigente, que hoy pocos refrescan, pero que en su tiempo supuso un terremoto y un colapso.

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Impreso de 1515 de la obra «Elogio de la locura» de Erasmo de Rotterdam

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