El gran «Karnawal» de Alfredo Castro
Para explicar la importancia en Chile de Alfredo Castro (Santiago, 1955), basta con remitirse al plebiscito sobre la nueva Constitución que se está dando en el país y cómo su rostro fue uno de los principales reclamos de la campaña de un «apruebo» que arrasó. El carisma del actor, versado primero en esas telenovelas de las que cualquiera renegaría cobarde pero que él luce cual medallas de guerra, estalla en júbilo venenoso en «Karnawal», la esteparia película del argentino Juan Pablo Félix que se presentó en la tarde de ayer en el Festival de Málaga.
Rodada en la frontera entre Argentina y Bolivia, en ese páramo lleno de porteadoras y camellos eventuales, el filme cuenta la historia de Cabra, una especie de Billy Elliott silente que solo sale de su letargo adolescente cuando practica el malambo, una disciplina casi olvidada del folclore gaucho: «Es un mundo que está desapareciendo ante nuestros ojos. Me interesaba cómo en la película el baile, además de para rescatar la idiosincrasia de los pueblos originarios, servía para que el chico, el protagonista, volcara esa rabia de la que nunca habla», explica Castro, que interpreta a la figura paterna ausente y recién salida de la cárcel en medio de la celebración popular que da nombre a la película.
Criminal carismático
Sobre El Corto, ese criminal carismático al que pone su cara y su melena, el actor reflexiona: «Es una serpiente venenosa, una especie de demonio, también víctima de un sistema patriarcal y horrible pero que sabe abrirse paso a través de él. Me parecía tremendamente interesante el papel, porque era poner a un hombre como yo, blanco y de ojos claros, en un mundo en el que se mueve perfectamente pero que no es el suyo, no es el mío, es el de los descendientes de los pueblos originarios, y él no es más que un invitado. Es un demonio encantador que, precisamente, queda libre cuando se celebra la purga de los pecados».
El «quechuañol» que inunda la película, bien sea a través de unas escenas de baile hipnóticas o de la propia celebración, casi ilógica en un lugar donde cada vecino está a kilómetros del siguiente, son el alma de un relato que, para Castro, tiene mucho de reivindicación: «Creo que la película también es un poco un quejido contra ese neoliberalismo abrasador que durante años quiso sepultar toda esa cultura, como si sobrara», opina, antes de relacionarlo con la actualidad: «No me parece una realidad tan lejana como lo es en lo geográfico, porque hablamos hablamos de fronteras y eso en España es algo candente. No hay más que mirar a lo que está ocurriendo a unos kilómetros de esta entrevista. No podemos dejar que la globalización nos robe nuestra idiosincrasia cultural y hay que celebrarla, recuperarla. Son los jóvenes los que han traído de vuelta el flamenco aquí, la cueca en Chile o el malambo y el tango en Argentina. Ellos lo llevarán al futuro», dice vehemente antes de despedirse.