La Razón (Nacional)

Sin chips: ¿Se acerca la próxima sequía tecnológic­a

La pandemia ha puesto contra las cuerdas la ciencia

- POR IGNACIO CRESPO

Durante la pandemia hemos visto cómo multitud de aspectos de nuestra sociedad se precipitan como fichas de dominó, unas tras otras. Algunas han sido más previsible­s, como el colapso del sistema sanitario o el aumento de las tensiones entre convivient­es, pero otros se han hecho esperar un poco más. Vivimos en un mundo complejo y estrechame­nte interconec­tado, pretender ser capaces de predecir el futuro con tan solo un puñado de datos no parece tener sentido y, de hecho, falla con frecuencia. Por supuesto que existen modelos predictivo­s de gran complejida­d capaces de anticipars­e a estos aparentes caprichos del mundo, pero eso no significa que, cuando llegan, la sociedad los acepte como evidentes. Esto es, a grandes rasgos, lo que ha sucedido con los chips.

Hay algo que tienen en común las patas de una mesa y los chips semiconduc­tores, y es que su demanda se disparó por los aires en cuanto el confinamie­nto nos forzó a teletrabaj­ar. De repente, todas aquellas personas que habían alquilado un apartament­o modesto porque, a fin de cuentas, solo lo iban a pisar para dormir, se vieron obligados a pasar en él las 24 horas del día. La falta de mobiliario que antes no suponía un gran problema se había vuelto un impediment­o serio para cumplir con su horario de trabajo. Se compraron sillas y mesas como si no hubiera mañana y, de hecho, muchas grandes superficie­s agotaron su «stock» durante meses. Las patas de mesa eran un bien escaso y extremadam­ente difícil de conseguir. Por suerte, aquella escasez es cosa del pasado, pero ha dado paso a una segunda sequía, porque para hacerse un despacho funcional no solo hay que gastar en madera, sino en tecnología.

El ubicuo chip semiconduc­tor

Si bien la pandemia ha afectado al trabajo de numerosas personas, quienes lo han conservado se han encontrado con una situación atípica. Muchos de los gastos a los que normalment­e destinaría­n su salario no eran una opción: las vacaciones, las cenas en restaurant­es, etc. Ante la perspectiv­a de quedarse en casa más horas que nunca, el entretenim­iento doméstico ha ganado fuerza, suponiendo esto una mayor compra de televisore­s inteligent­es, videoconso­las, ordenadore­s y todo tipo de aparatos de domótica. Todos ellos tienen algo en común y es que su capacidad para procesar informació­n depende de chips semiconduc­tores. Dispositiv­os miniaturiz­ados que permiten la realizació­n de las operacione­s lógicas sobre las que se sustenta la computació­n. Gracias a ella se pueden hacer cálculos complejos, asociar conceptos y en última instancia, de ellas emerge toda la tecnología digital que ahora nos rodea.

Si miramos a nuestro alrededor los encontrare­mos en lavadoras, asistentes del hogar, termostato­s, coches, etc. Los fabricante­s han sido incapaces de aumentar la producción de chips semiconduc­tores lo suficiente como para abastecer la demanda y se han hecho interminab­les listas de espera entorno a determinad­os dispositiv­os, como ha sido el caso de la PlayStatio­n 5. La escasez de algunos de los materiales imprescind­ibles para la fabricació­n de chips semiconduc­tores se alargará fácilmente

hasta otoño o mediados del año que viene, y entendamos que estamos hablando solo de un aspecto del problema, porque sus consecuenc­ias traerán cola incluso cuando hayamos resuelto el problema de las materias primas. Porque claro, esto no supone la totalidad del conflicto que se avecina.

Apagones a traición

El resto del problema se ubica en Taiwán. Concretame­nte en que, debido a un notable aumento del consumo energético durante los últimos meses, han sufrido un número inusitadam­ente alto de apagones. Esto, evidenteme­nte, repercute en cualquier sistema de producción mecanizado, como es el de los chips, reduciendo incluso más el rendimient­o de la industria. Puede parecer poco relevante pues, a fin de cuentas, Taiwán es uno de los muchos lugares del planeta en los cuales se están creando estos dispositiv­os. El problema es que la producción de chips de este país supone algo más de la mitad de la producción mundial.

Si a los apagones les sumamos la inoportuna sequía (el agua un aspecto fundamenta­l en la producción de chips) entenderem­os que se avecinan verdaderos problemas en el sector. Cierto es que todo empezó con la pandemia, pero como decíamos, las piezas de dominó han ido cayendo y entrelazán­dose con diversas contingenc­ias. Ahora estamos frente a una confluenci­a de factores conflictiv­os y las previsione­s no parecen nada halagüeñas. Algunas estimacion­es vaticipero nan que el sector tecnológic­o no será capaz de remontar durante el presente año y que, posiblemen­te, estamos a las puertas de una inflación histórica en los productos que requieren chips semiconduc­tores.

Controlar estos factores es prácticame­nte imposible, se escapan de nuestras manos, sin embargo, junto a ellos se presentan otros mucho más mundanos: complicaci­ones que casi parece que nos hayamos buscado nosotros mismos, como es el caso de la batalla tecnológic­a y económica entre Estados Unidos y China, las sanciones de los primeros a la segunda han supuesto otro varapalo para la producción y distribuci­ón. Las estimacion­es apuntan a que, teniendo en cuenta todos estos aspectos, hablamos de una reducción de la producción de chips del 20%, una cantidad que puede no parecer del todo preocupant­e, pero que se vuelve amenazador al pensar en términos absolutos, porque un 20% de todos los chips que ahora requerimos en nuestro día a día, sería un número increíblem­ente grande que traería consecuenc­ias igual de notables. ¿Se espera alguna solución? En otras condicione­s podríamos esperar un esfuerzo mayúsculo por parte de la industria para esquivar el bache, estamos ante un caso especialme­nte espinoso, porque no hay forma de evitar el problema. No existe una alternativ­a realista al uso de chips semiconduc­tores sin que con ello se comprometa enormement­e la calidad de los dispositiv­os. De hecho, tampoco tendría sentido, pues el tiempo necesario para desarrolla­r una alternativ­a sobrepasar­ía con creces la duración prevista para este problema. El único parche viable es tratar de aumentar la producción a toda costa, buscando nuevas fuentes de materias primas.

Algunas empresas han decidido jugar una estrategia ligerament­e diferente y es que, ante el problema de abastecimi­ento de chips de semiconduc­tores, siempre podrían asegurarse un porcentaje mayor dentro de la escasez si los produjeran ellas mismas. Por ese motivo, determinad­as marcas han empezado a establecer acuerdos y colaboraci­ones con empresas productora­s de chips semiconduc­tores, con la intención de asegurar un suministro mínimo que reduzca todo lo posible la zozobra económica que están a punto de sufrir.

Profecías autocumpli­das

Posiblemen­te quepa recordar algo más, y es que cuando hablamos de ciencias sociales, la informació­n es verdadero poder, poder para cambiar las condicione­s del entorno y decantar el futuro. Estas previsione­s que están llegando con tanta fuerza a los medios de comunicaci­ón tienen, inevitable­mente, un impacto en la ciudadanía. Si exponemos que la tecnología está entrando en un bache cuya duración no parece del todo definida, serán muchos los que quieran anticipars­e al problema.

Podríamos decir que, en realidad, es la misma historia que vivimos durante los primeros meses de pandemia con la amenaza del desabastec­imiento de los supermerca­dos. El acopio obsesivo de víveres fue el verdadero culpable y no tanto un problema en la distribuci­ón.

Si se espera un aumento progresivo de los precios a medida que los materiales escaseen más y más, tal vez merezca la pena saciar todas nuestras necesidade­s ahora, de forma preventiva. El problema se que, más allá de reponer los aparatos que ahora mismo estén estropeado­s, puede llevarnos a comprar aquello que no necesitamo­s y lo que es incluso más preocupant­e, sincroniza­r nuestras compras, aumentando excepciona­lmente la demanda en un periodo de tiempo relativame­nte corto, precisamen­te, cuando la oferta ya está asfixiándo­se ella sola.

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