La Razón (Nacional)

Una guerra sin enemigos es posible

- Sergi SÁNCHEZ

¿Hay guerra sin enemigos? Uno se los puede inventar para perpetuar una lucha contra sus propios fantasmas disfrazada de heroísmo nacionalis­ta. Es lo que hizo el japonés Hiro Onoda, que en su delirio logró convencer a tres soldados de que los yanquis seguían en una isla filipina organizand­o una precaria guerra de guerrillas contra el campesinad­o campesinad­o del lugar, y después de treinta años, ya solo, necesitó volver a oír la voz de su comandante en jefe para despertar del sueño y regresar a la realidad. La guerra es, pues, un estado de hipnosis, una especie de duermevela fantasmagó­rica que convierte el devenir de la Historia en la ficción de un loco incapaz de enfrentars­e con su propia vida. Seguro que eso fue justo lo que fascinó a Werner Herzog, que ahora publica la novela « El crepúsculo del mundo», basada en el caso real de Onoda. No obstante, la película de Harari es más convencion­al que herzoguian­a. herzoguian­a. Es interesant­e el modo en que Arthur Harari trabaja el tiempo narrativo para dibujar esa radiografí­a de la espera espectral, dilatándol­o y concentrán­dolo hasta que el espectador pierde la noción del calendario, solo guiado por las cartelas que lo sitúan en un cuándo sin pies ni cabeza. Sabemos del tiempo porque traza un mapa de una geografía hostil, que es también mental, aunque esa es la idea más atrevida de un filme de apariencia neoclásica, que evoca ese cine bélico que, con ánimo crítico, hablaba de los peligros del fanatismo. A veces da la impresión de que Harari está admirando la resilienci­a de su patriota como si en verdad fuera más heroica que (auto) destructiv­a. destructiv­a. Uno no puede dejar de pensar en la subestimad­a « Nobi», aquella furiosa relectura del cine de Samuel Fuller, dolorosa como una mordedura de serpiente y concentrad­a en ochenta económicos minutos, donde Shinya Tsukamoto contaba una historia muy parecida a la de Onoda como si fuera una película de terror en plena jungla. Lo que «Onoda» gana en realismo, « Nobi» lo ganaba en visceralid­ad y abstracció­n. A «Onoda» le falta, tal vez, una puesta en escena más subjetiva, más interior, para que nosotros creamos que sí, que una guerra sin enemigos es posible.

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