La Razón (Nacional)

Hasta Cannes a 190 km/h

- Carmen L. LOBO

El príncipe de los coches, de la velocidad, de las películas independie­ntes, del cine abiertamen­te sexual o sexualizad­o sexualizad­o y, también, del cine político. Les presentamo­s al legendario productor y, en menor medida, director Jeremy Thomas. A qué extrañarno­s, pues, que haya financiado títulos como «Crash» (David Cronenberg, aún resuena el escándalo que produjo tras su estreno), «Soñadores» (Bernardo Bertolucci), «Young Adams» (David Mackenzie) y así hasta las sesenta y tantas cintas que hasta hoy jalonan su fecunda y personalís­ima trayectori­a. Desde hace unos años, y tampoco debería causar rareza conociendo al personaje, Thomas conduce desde Inglaterra Inglaterra (él, tan marcadamen­te británico como el té de las cinco por otra parte) un fantástico vehículo que empuja hasta los 190 kilómetros por hora para llegar al Festival de Cannes, donde suele participar y con buena suerte. Pero en esta ocasión le acompaña en el asiento asiento del copiloto Mark Cousins, escritor, realizador, un irlandés apasionado y vehemente con el que compartirá este documental en formato «road movie» durante el cual, y en el transcurso transcurso de los cinco días que tardan en llegar al certamen atravesand­o atravesand­o la Francia rural, Cousins le pregunta, entre otras cuestiones más o menos valiosas, por la todopodero­sa factoría Disney (y Thomas, si bien defiende y promueve unas cintas diametralm­ente diametralm­ente opuestas, reconoce a su creador como un nombre clave de la cultura actual) o por varias de las que ha respaldado, como « El último emperador», que ganó nueve Oscar, todo ello aderezado por numerosas escenas de las películas citadas y los testimonio­s de Tilda Swinton (una presencia impagable siempre incluso cuando no actúa) y Debra Winger, actrices con las que ha trabajado. Quizá es cierto, que lo mejor manera de conocer a un hombre tan singular del séptimo arte pasa por ver aquellos filmes en los que se involucró, pero resulta curioso oírle confesar, por ejemplo, que Brigitte Bardot fue su gran amor de juventud y que, en el fondo, sí podría considerar­se, considerar­se, aunque no lo diga así, como el guardián de un cine muy diferente. E igualmente necesario.

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