Reforma del modelo sindical
YaYa que la vicepresidenta Díaz quiere promulgar el estatuto de los trabajado-res trabajado-res del siglo XXI, es el mo-mento mo-mento de plantear una profunda reforma del modelo sindical español que delineó la Ley de Libertad Sindical de 1985, cuya línea de flota-ción flota-ción está en el concepto de «sindicato más representativo», a partir del cual se delimitó el poder de Comisiones Obreras y UGT. Ese concepto es una curiosa excrecencia del sindicalismo obligatorio del franquismo, aunque ahora la afiliación sea libre, pues lo que sigue siendo forzoso es financiar a los sindicatos con los impuestos que pa-gamos pa-gamos todos los trabajadores. Además, el poder de esas centrales se deriva de una curiosa normativa electoral –que opera bajo su control– en la que se di-ficulta di-ficulta enormemente la presentación de candidaturas independientes o li-gadas li-gadas a los sindicatos más pequeños en favor de las grandes centrales. Y también de un sinnúmero de recono-cimientos recono-cimientos institucionales, una vez que el Ministerio de Trabajo –que nunca ha publicado de manera completa los resultados de las elecciones sindica-les– sindica-les– les concede la mencionada mayor representatividad. Y a todo ello se aña-de aña-de el resultado del reparto del patrimo-nio patrimo-nio sindical que, en 1981, acordaron el gobierno, CCOO y UGT.
El resultado de este trasiego de dine-ros, dine-ros, influencias, reconocimientos e inmuebles no ha sido otro que el de un modelo sindical en el que la afiliación brilla por su ausencia. El más reciente de los informes de la OCDE señala a España entre los países con menos trabajadores apuntados en un sindica-to. sindica-to. En concreto el 13,7%, una tasa ésta muy alejada de la registrada en la ma-yoría ma-yoría de los países del centro y el norte de Europa, cuyo máximo del 67,2% se lo anota Dinamarca. O sea que nuestro modelo es, en esencia, el del sindicato de cuadros –con pocos afiliados, pre-ferentemente pre-ferentemente procedentes del sector público, pues los que pagan su cuota al final siempre resultan molestos–, pero, eso sí, representativo por mor de unas elecciones semiamañadas.
Eso es lo que hay que cambiar. En nuestro siglo, el sindicato tiene que tener afiliados y debe actuar sólo en nombre de quienes lo sostienen. Y por supuesto, ser financiado enteramente por ellos. Todo lo demás constituye un corporativismo obligatorio que es in-compatible in-compatible con la democracia.