La música, herramienta de consuelo y de tortura
Máximo Pradera publica «Están tocando nuestra canción», un ensayo alrededor de varias celebridades históricas
Las utilidades de la música son innumerables. Bien ambienta un viaje en coche que aparea a dos personas en la pista de baile de una discoteca o reduce la tensión de unos desconocidos en un ascensor. ascensor. La música evade, excita o incluso tortura, como ocurría en la prisión de Guantánamo; relató el preso más joven de aquel infierno, Mohammed ElGorani, ElGorani, que por la noche intentaban intentaban dormir, pero los guardias les atormentaban con música a todo volumen, bien con el « Highway Highway to hell» de AC/DC y el tema de la serie infantil « Barney». Si hay una utilidad más conmovedora, conmovedora, quizá más fuerte que las anteriores mencionadas es la que destaca Máximo Pradera como consuelo absoluto en « Están Están tocando nuestra canción». «Victoria de los Ángeles vivió un momento bastante chungo y la salvó el Adaggietto de la Quinta de Mahler. Y podemos hablar de Patricia Highsmith, que escribió una novela fallida y pasaron unos siete años hasta que publicó “Extraños “Extraños en un tren”. En esa época, la música que la acompañó en el ostracismo fue el Concierto para piano número 23 en La mayor de Mozart », explica a LA RAZÓN el periodista y escritor.
Demasiado opresivo
El enciclopédico libro comparte aquello de que «la música amansa a las fieras»: «Comencé a escribir sobre qué comen en ese sentido fieras como Sadam Husein, Lenin, Franco o Hitler. Pero cuando ya llevaba varios dictadores vi que iba a ser un relato demasiado opresivo y decidí ampliar el abanico. Por eso junto a personajes siniestros salen otros mucho más exquisitos, como Audrey Hepburn, Lauren Bacall, Isabel II y Almudena Grandes», apunta Pradera.
Si bien el autor ha acudido a varias fuentes para la elaboración de este ensayo divulgativo la más importante ha sido «un longevo programa de la BBC que se llama ‘‘Discos para una isla desierta’’. Por él ha pasado la cultura universal, universal, desde Alfred Hitchcock hasta Stephen Hawkings, quienes han hablado de su música favorita», favorita», explica. Es ahí, por tanto, donde donde Pradera extrae el gusto musical de Lauren Bacall, que amaba el Concierto para violín de Brahms, o de Franco, «un hombre que no daba para más», apunta. Quien, según se lee en el volumen, «tuvo dos grandes amores musicales: la ópera ‘‘Marina’’ y el repertorio de Juanita Reina». Y resalta Pradera una anécdota que en su momento momento contó Concha Velasco y que «reproduzco en el libro: a los artistas artistas de España, que los había muy buenos a pesar de ser una época oscura, les hacían pagar un impuesto, que era ir a actuar para él en los jardines del Palacio de la Granja gratis en un concierto que daba al cuerpo diplomático acreditado acreditado en España. Era tan malo ir para actuar como no ir, porque eso quería decir que habías caído en desgracia».
Pradera, que opina que «lo que define la actualidad es la ausencia de música», también lo traslada a lo político: « Ahora les falta calado porque no tienen música detrás. Cuando Podemos era Podemos, porque ahora no se sabe lo que es, intenté convencerles para que metieran una música. Pero no hubo manera. Hay muchas cosas por las que luchar y muy poca música música detrás», concluye el autor de la obra.