Los jefes también lloran
En la pirámide invertida de la voracidad laboral, el neocapitalismo neocapitalismo liberal siempre se cobra víctimas. Los cargos intermedios, intermedios, que para unos son altas esferas y para otros peones con cuentas que cuadrar, sufren tanto como los obreros de a pie, pero con un millón de euros de patrimonio. En lo que parece el cierre de su trilogía sobre los efectos de la crisis en el mundo laboral, Stephane Brizé quiere demostrarnos que el concepto de «buen patrón» existe, ahora sin las ironías de León de Aranoa. He aquí, pues, a Vincent Lindon atrapado en el dilema moral de un ERE que no quiere ejecutar. Recibe presión desde abajo y desde arriba, y aplastado por un divorcio inminente, provocado por su adicción al
► El excelente trabajo de Vincent Lindon y el análisis de los efectos del capitalismo
► El riesgo de victimizar, casi canonizar, en exceso la figura del buen patrón
trabajo, es una olla a presión a punto de estallar. Con la inapreciable ayuda de un Lindon capaz de hacer de su fragilidad su más valioso capital humano, y un acercamiento a lo documental que produce interesantes fricciones, Brizé construye un personaje concebido concebido para dinamitar el arquetipo del jefe explotador y sanguinario, sanguinario, con sus problemas personales personales y su resistencia a sucumbir a las exigencias inmorales implícitas en su cargo. Es una buena idea retratar el capitalismo capitalismo desde otro ángulo que desafíe las polarizaciones ideológicas de un Ken Loach, aunque a veces Brizé corre el riesgo de victimizar demasiado a un hombre que, por mucho que se solidarice con los obreros, siempre va a poder alimentar a su familia si se queda en la calle.
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