La Razón (Nacional)

Eppur si muove, don José Ricardo

- Alfredo Semprúm

ParaPara la tranquilid­ad de conciencia del magistrado José Ricardo de Prada, fino jurista forjado en la Sala de lo Penal del TOP (hoy, Audiencia Na-cional, Na-cional, anomalía en un sistema ju-dicial ju-dicial que se precie), tenemos a bien informarle de que, según recuerdan, vagamente, algunos veteranos de la lucha contra el terrorismo, el etarra Xabier Atristain fue un tipo bastante lo-cuaz lo-cuaz y con disposició­n a colaborar, tal vez, por-que por-que venía de la experienci­a carcelaria francesa. Atristain, reveló la existencia en un trastero de su domicilio de un primer depósito de mate-rial mate-rial explosivo, cartuchos de pistola y, qué cosas, 12 casquillos percutidos, que resultaron haber sido utilizados en cuatro asesinatos, entre ellos, dos guardias civiles. Un segundo interrogat­o-rio interrogat­o-rio llevó a la Benemérita a otro escondite, éste, en la propia casa de Atristain, donde hallaron una pistola, medio centenar de cartuchos, de-tonadores, de-tonadores, un temporizad­or y documentac­ión sobre posibles objetivos, en lo que venía siendo el «kit completo» del colaborado­r típico de la banda. Como comprender­á don José Ricardo, el resultado de los registros daba, a efectos de la prueba, validez a la confesión del detenido de que, en efecto, era un etarra. Todo se hizo, y don José Ricardo debe conocerlo de primera mano porque trabajaba en el sector, siguiendo los procedimie­ntos establecid­os por unas leyes que habían sido aprobadas por el Parlamento Parlamento de un país democrátic­o, es decir, legítimas. Ahora, los del Tribunal de Estrasburg­o nos dicen dicen que aquello no estuvo bien, que al etarra se le arrebató el derecho de defensa durante la detención y los interrogat­orios, porque no tuvo la asistencia de un abogado elegido por él mismo, sino la de unos letrados de oficio, con quienes no llegó a hablar. Sin duda, de haber dispuesto de un abogado del «frente jurídico» de la banda, hubiera tenido mayores estímulos para no cantar de plano, dos veces, dos, porque ya se sabe que, como en la mafia, a los abogados de la banda lo único que les preocupaba era el interés de su cliente, y no los de la organizaci­ón. Que conste, don José Ricardo, que es una coña. Pero a lo que vamos. Que Atristain era uno de los malos y que fue juzgado con pruebas. Y eso, al menos para quienes confiamos en la probidad de los jueces, es lo que cuenta. No se condenó a un inocente. Se condenó a un tipo convicto y confeso. Por sus últimas decisiones, absolutori­as absolutori­as de asesinos en serie, entiendo que don José Ricardo cree que era un mal procedimie­nto, que Estrasburg­o tiene razón, y que los etarras debían debían haber sido defendidos, tutelados, vigilados, amenazados o lo que sea, por representa­ntes de la misma banda. A los solos efectos dialéctico­s, se puede aceptar que fuera así, que estábamos ante unas leyes de excepción, forzadas por las circunstan­cias. Pero, en ese caso, podríamos pedirle al magistrado un poco de coherencia, ante su entusiasmo por esos procedimie­ntos penales prospectiv­os, eternos, en los que la prisión condiciona­l, casi siempre prorrogada al máximo, se convierte en un instrument­o de presión, que limitan la posibilida­d de defensa y buscan que el justiciabl­e aporte las pruebas de su condena penal, una vez ya ejecutada la pena del telediario. Por lo demás, si, Dios no lo quiera, tenemos que enfrentarn­os a una nueva banda terrorista, pues se pondrán las cosas un poco más difíciles, sólo un poco, a nuestros servidores servidores públicos. Pero, tenga la seguridad, de que lo harán bien, de que volveremos a ganar. Con don José Ricardo, o sin él.

No se condenó a un inocente, se condenó a un etarra convicto y confeso

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