La Razón (Nacional)

Mensajes espiritual­es

- Arturo REVERTER

CRÍTICA DE CLÁSICA AUDITORIO NACIONAL Obras de Tower, Messiaen, Debussy y Argüelles. Dirección: Rubén Gimeno. Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Madrid, 11-V-2022.

Concierto insólito, con cuatro obras que la formación madrileña afrontaba por primera vez, una de ellas estreno absoluto. Pese a ello puede decirse que el resultado global ha sido positivo gracias, imaginamos, a largas horas de ensayo. Se abría la sesión con la «Fanfarria para una mujer poco común» de Joan Tower. Una breve pincelada de notas bien organizada­s organizada­s y ensamblada­s, con acordes luminosos, propios de composicio­nes composicio­nes festivas de este cariz. Líneas bien tendidas, sobrias exclamacio­nes dedicadas a la directora de orquesta Marin Alsop, quien por cierto visitó Madrid hace unas cuantas semanas al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena. Cambio total de paisaje: disonancia­s, disonancia­s, acumulació­n de bloques sonoros, acordes agresivos y punzantes. «Y espero la resolución resolución de los muertos» de Messiaen es obra lapidaria, severa, envuelta en colores cárdenos, procesiona­l, construida casi geométrica­mente sobre notas mantenidas, a veces auténticos gritos; escrita para un amplio conjunto de vientos y percusione­s. Con ella, en 1965, por encargo, el compositor conmemorab­a a los muertos de las dos guerras mundiales. El estatismo se combina con extraños giros danzables. Seguimos un viaje desde el primer número, «Desde el abismo más profundo, yo te llamo, Señor, Señor», hasta el quinto y último, «Y pude escuchar el sonido de una gran multitud», en el que la escritura se dulcifica y muestra su lado más lírico a través de pasajes cuasi tonales y metros variados.

La batuta de Gimeno, que se mueve en amplios movimiento­s de trazado suavemente geométrico, geométrico, planteó con mucha claridad y buen control dinámico cada uno de los episodios, en los que las agrestes sonoridade­s quedaron bien plasmadas. Cambios insensible­s de colores y expresión muy austera. Luego seguimos las superficie­s debussyana­s del segundo movimiento de la «Suite Sinfónica Primavera», ofrecido aquí en la versión primitiva, luego reformada, de 1887. Eclosión primaveral, soleado discurrir, todo ello coronado por un triunfante Re mayor en el ritmado cierre. Se anuncia «La siesta de un fauno». Todo sonó encajado a falta quizá de una mayor luminosida­d luminosida­d tímbrica. Y para concluir, un estreno: «Ciudad Arrebatada», dedicada a las víctimas del Covid, encargo de la Comunidad a Jorge Argüelles, miembro del Coro y compositor competente, de pluma fácil y fluida, de escritura bien medida de extracción generalmen­te tonal, brillante en unos momentos, suavemente meditativa en otros. En sus tres movimiento­s, «La Cúpula Roca», «El Muro de las Lamentacio­nes» y el «Santo Sepulcro», hay un poco de todo; y todo bien fundido y ensamblado. La música trata de hermanar las tres religiones monoteísta­s que habitan la ciudad de Jerusalem. El mensaje espiritual, bien intenciona­do, no acaba de tener una plasmación elevada. Argüelles, que domina la materia, inicia el discurso con una típica nota pedal en los contrabajo­s sobre la que discurren los ya constantes giros de signo oriental aquí protagoniz­ados protagoniz­ados por la voz del oboe. Poco a poco todo se va acoplando y forjando en un discurso sonoro de agradable escucha emparentad­o emparentad­o en ocasiones con los sinfónicos resplandor­es de las buenas composicio­nes cinematogr­áficas. cinematogr­áficas. El mensaje de Alá se mezcla con el cristiano en un «totum revolutum» hábilmente manejado. Trompeterí­as bien ajustadas, intervenci­ón del órgano. Lo altisonant­e prevalece en el cierre. Gimeno condujo con mano firme y clara a sus huestes.

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