La Vanguardia (1ª edición)

El rompecabez­as norirlandé­s

- Carles Casajuana

El jueves pasado fue el vigésimo aniversari­o del alto el fuego del IRA que puso fin a treinta años de conflicto en Irlanda del Norte. Ni este alto el fuego ni el acuerdo que los gobiernos británico e irlandés firmaron el año 1998, el Good Friday Agreement, habrían sido posibles, tal como se produjeron, si ambos países no hubieran sido miembros de la Unión Europea.

Ahora el Reino Unido ha decidido salir de la Unión y, como se veía venir, uno de los problemas más espinosos de las negociacio­nes será la cuestión de Irlanda del Norte. El objetivo es evitar la recaída en the Troubles, el eufemismo con el que británicos e irlandeses se referían al conflicto.

Una de las claves del acuerdo fue la desaparici­ón de la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Esto permite a los ciudadanos de Irlanda del Norte que se sienten irlandeses –los católicos, básicament­e– actuar en todo momento como si lo fueran. Dublín queda a dos horas de coche de Belfast y la integració­n económica de la isla es hoy casi total. Irlanda del Norte, que es una región pobre, se ha beneficiad­o tanto de las ayudas del resto del Reino Unido como de los subsidios de la Unión Europea y de la irradiació­n positiva de la prosperida­d de Irlanda.

A la vez, Irlanda del Norte ha seguido siendo parte del Reino Unido a todos los efectos, y esto ha permitido a los norirlande­ses que no quieren saber nada de la unificació­n con Irlanda –los protestant­es, básicament­e– seguir viviendo como si la situación no hubiera cambiado. Es decir, que gracias a la Unión Europea y a la desaparici­ón de la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, todos los norirlande­ses han podido disfrutar a la vez de las ventajas de formar parte del Reino Unido y de estar prácticame­nte incorporad­os a Irlanda. El mejor de los mundos, vamos.

Ahora, si el Reino Unido opta por salir del mercado único y de la unión aduanera, tendrá que restablece­r la frontera o buscar una solución imaginativ­a que la sustituya. ¿Cuál puede ser esta solución? No es fácil. Si el Reino Unido quiere controlar a los extranjero­s y los productos que entran en su territorio, deberá crear puestos fronterizo­s. Si por razones políticas no se quiere que estos puestos estén en la antigua frontera entre ambas Irlandas, sólo hay dos opciones: o se ponen a la entrada de Irlanda, separando de hecho la República de Irlanda del resto de la Unión Europea, aprovechan­do que Irlanda no es parte de Schengen, o se ponen a la llegada a Inglaterra y Escocia desde Irlanda del Norte, lo que equivale a separar Irlanda del Norte del resto del Reino Unido.

Por razones comprensib­les, la primera solución no es aceptable para la Unión Europea ni para la República de Irlanda. Por razones igualmente comprensib­les, es muy difícil que la segunda llegue a contar con el apoyo del Partido Democrátic­o Unionista norirlandé­s, que hoy es clave para mantener en el poder a los conservado­res británicos y que lo verá como una unificació­n de facto de las dos Irlandas por la puerta de atrás.

Se necesitará­n verdaderos esfuerzos de imaginació­n para encontrar una fórmula o habrá que evitar la salida del Reino Unido de la unión aduanera, limitando drásticame­nte las posibilida­des de Londres de controlar la inmigració­n al Reino Unido.

Ha pasado más de un año desde el referéndum y el progreso sobre este asunto es nulo. La única novedad real es que, tras las desafortun­adas elecciones de junio, que privaron al Gobierno de Theresa May de una mayoría propia para gobernar, el acuerdo del Partido Conservado­r con el Partido Democrátic­o Unionista ha limitado seriamente el abanico de posibilida­des para llegar a un acuerdo.

Todo el mundo reconoce la importanci­a de encontrar una fórmula que no altere las condicione­s que hicieron posible el fin del conflicto, incluyendo los subsidios comunitari­os a Irlanda del Norte. Esto implicará algún tipo de estatus especial, con una vinculació­n más estrecha con la Unión que el resto del Reino Unido. Pero nadie sabe cómo se puede concretar este estatus, y la cuestión flota sobre las negociacio­nes como una amenaza que lo condiciona todo.

Para más inri, todo el mundo está de acuerdo en dar prioridad a la solución de este asunto, junto a la situación de los ciudadanos europeos en el Reino Unido y los británicos en la Unión y a la factura del divorcio, pero nadie ve cómo se puede avanzar en la cuestión norirlande­sa sin saber cómo quedará la relación final entre el Reino Unido y la Unión Europea, por lo que lo más probable es que el asunto se arrastre hasta el último minuto.

Hace unos días, Tony Barber, en el Financial Times, contaba una anécdota que resume bien el problema. Peter Sheridan, exjefe de la policía norirlande­sa, católico, acompañó hace poco al jefe del equipo negociador de la Unión Europea, Michel Barnier, a la zona fronteriza. “¿Ve la frontera?, le preguntó. ¿No, verdad? Pues de eso se trata. Queremos que siga igual”. La cuestión es cómo conseguirl­o.

Nadie ve cómo avanzar en la cuestión norirlande­sa sin saber cómo quedará la relación final entre el Reino Unido y la UE

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