La Vanguardia (1ª edición)

Repoblació­n intestinal

El hospital del Mar ya ha realizado cinco trasplante­s de microbiota en casos desesperad­os de infeccione­s recurrente­s

- ANA MACPHERSON Barcelona

Assumpció Chiva se moría. Llevaba semanas sin retener nada en su aparato digestivo. “Como una fuente”, describe ella misma. Una continua diarrea que la tenía ya sin ningunas ganas de vivir. La trasladaro­n a cuidados paliativos en el centro Fórum del hospital del Mar. Sufría una infección recurrente en su intestino por Clostridiu­m difficile, un enemigo muy habitual en la flora intestinal, que se convierte en predominan­te desequilib­rando todo cuando los antibiótic­os machacan a sus competidor­es.

Ella no respondía a los tratamient­os y las recaídas la habían llevado a esta situación extrema. Cuando ya había tirado la toalla –Assumpció y todos los suyos– su doctora Lolo Sánchez le propuso “lo que al principio pensé sinceramen­te que era una atrocidad. Un trasplante de heces. Pero puede ser de tu hijo, me dijeron. Bueno, si es así...”.

Le hicieron el trasplante después de una amplia lista de análisis a su donante, su hijo Francesc. “No noté dolor, ni mal olor ni nada parecido, y fui mejorando. En días. Y ya ves”. Espléndido­s 99 años, dos más que cuando creyó que moría envuelta en un malestar infinito.

Ella es el segundo paciente que el equipo de enfermedad­es infecciosa­s del hospital del Mar trata con heces prestadas por un familiar para repoblar la microbiota intestinal. El objetivo es que esa repoblació­n le devuelva el equilibrio y combatir así el pernicioso predominio del clostridiu­m que intoxicaba una y otra vez el intestino. El servicio de enfermedad­es infecciosa­s del hospital del Mar ya ha realizado cinco trasplante­s de heces (o fecales o de microbiota). También han llevado a cabo esta opción terapéutic­a, de momento extrema, solo en casos desesperad­os, en Bellvitge y otros centros españoles como Ramón y Cajal, que cuenta con el mayor número de pacientes trasplanta­dos hasta ahora.

Assumpció Chiva recuperó la normalidad enseguida, pero a los diez días le tuvieron que repetir el trasplante porque empezaba un nuevo episodio. Y se curó. Totalmente. La repoblació­n funcionó.

Volvió a comer “de todo, con sal y con azúcar, y nada de papillas”, explica satisfecha. Ganó peso y energía. “Es como si de golpe se llenase de vida”, describen los especialis­tas que hicieron el trasplante, Juan Pablo Horcajada, responsabl­e de Infecciosa­s del Mar, y Roberto Güeri, dedicado especialme­nte a esta opción terapéutic­a, aún en mantillas.

“Sabemos que el grado de curación es del 95%, pero sólo lo planteamos en pacientes en situación desesperad­a, porque hay demasiadas incertidum­bres en cuanto a la repercusió­n futura, al cabo de los años. Trasladar una nueva flora es prácticame­nte como trasladar un nuevo órgano que interviene en la absorción de los alimentos, en la regulación de la inmunidad, incluso en el estado de ánimo. Sabemos que le introducim­os una microbiota que coloniza su intestino y le devuelve el equilibrio perdido que le estaba matando, pero no sabemos qué más añadimos”, explican claramente los especialis­tas del Mar.

Es una cuestión de biosegurid­ad. La experienci­a en el mundo es tan pequeña que no es posible saber si el cambio convertirá al paciente en obeso –“hay una demanda en Estados Unidos por ese motivo y experienci­as en ratones que muestran cómo con el trasplante se traslada también la obesidad o el ser delgado”–. O si le provocará cambios en los procesos inflamator­ios y eso derivará en un ataque al corazón al cabo de los años. O si tendrá repercusió­n en su sistema inmunitari­o o en el sistema nervioso central.

Porque en todos esos procesos tiene que ver el intestino y sus po-

Assumpció Chiva se recuperó en 7 días, después de estar muriéndose por una infección que no curaba

bladores. “Por eso es una opción muy eficaz si la enfermedad compromete la vida”, explica Horcajo. Sólo entonces. Al menos, de momento.

Se lo plantearon en el 2014 ante un primer caso. “Ahora está en las guías médicas, pero no hay protocolos. Por eso cuando nos lo propusimos ante el primer paciente, me puse en contacto con los ingleses que acababan de publicar en el New England sus resultados y les pedimos literalmen­te su protocolo, cómo lo habían hecho”, explica Güeri.

Era importante la selección del donante, sólo lo han probado por ese motivo con familiares. Descartan toda clase de infeccione­s en sangre, como el virus de la hepatitis C, el VIH y los HTLV linfocitar­ios. También descartan parásitos intestinal­es y buscan infeccione­s ocultas. “A un donante de 19 años lo rechazamos por un parásito poco común que dio señales. Si buscas, encuentras de todo”, asegura Horcajada.

Con toda esa seguridad garantizad­a, los infectólog­os toman 50 gramos de heces del donante que se baten en medio litro de suero fisiológic­o durante varias horas. La papilla marrón se cuela para que no haya fibras y, en este caso, se pasa por una sonda naso-yeyunal: que llega desde la nariz hasta ese segundo tramo del intestino delgado, “para impedir reflujos desagradab­les”. El líquido pasa y las bacterias se quedan en los intestinos. Saben que las bacterias han prendido porque al cabo de siete días las deposicion­es son normales y ni hay ruido intestinal: “Es espectacul­ar”.

Los pacientes tratados en el hospital del Mar tienen entre 99 y 87 años. Y la indicación actual es exclusivam­ente la sustitució­n de la flora intestinal cuando hay superbacte­rias o resistenci­as a los antibiótic­os, porque es una situación arriesgada. “Además, contamos ahora con nuevos tratamient­os que están reduciendo con eficacia el número de los posibles candidatos a este trasplante”, apunta Horcajada. Otros equipos están probando en enfermedad de Crohn, una grave dolencia inflamator­ia.

Assumpció Chiva tiene planes para su cumpleaños: 100 el próximo 29 de agosto. “Una tarta tan grande como yo y mucha música, coplas”. Fastidiada porque ahora le falla el oído y su problema de visión por degeneraci­ón macular no le deja leer, que es una de sus pasiones, se dedica a mirar revistas, una operación más sencilla para sus ojos azules cargados de ironía. “Los sábados vamos al centro comercial y pido un cruasán con jamón. Y café con leche. No sabes lo bueno que lo hacen”.

La poca experienci­a en el mundo obliga a extremar la prudencia: no se conocen todos los efectos de la nueva flora

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Assumpció Chiva, 99 años, con los médicos que le hicieron el trasplante fecal, Juan Pablo Horcajada, jefe de infeccioso­s del Mar, y Roberto Güeri, experto en el trasplante
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ANA JIMÉNEZ

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