La Vanguardia (1ª edición)

En la camanchaca

- Manuel Castells

La camanchaca es un término tomado del aymara que el gran sociólogo boliviano Fernando Calderón, actualment­e catedrátic­o en Cambridge, utiliza metafórica­mente para conceptual­izar la situación en América Latina. Lo creo relevante para el conjunto del mundo, incluyendo nuestro país y nuestras vidas. La camanchaca, fenómeno natural de los Andes, es una bruma oscura y espesa que todo lo invade, que impide ver, que genera incertidum­bre, angustia, ansiedad.

Algo así nos sucede en estos momentos. Lo que era ya no es y lo que puede ser no se vislumbra. La confusión se extiende de lo personal a lo global. Por ejemplo, aunque los gobiernos den por superada la crisis en realidad el empleo que se crea no es el mismo, sobre todo para los jóvenes. Su futuro se oscurece. Hay poco empleo estable. El salario medio en España es de 20.000 euros anuales, con mayoría de mileurista­s. El 54% entre 18 y 34 años conviven con sus padres por no poder pagar un alquiler.

No es menos incierto para los viejos porque constantem­ente les recuerdan que sus pensiones no son sostenible­s. Queda la familia, pero está malherida porque los hombres no se acostumbra­n a que las mujeres ya no se dejan dominar. Un 40% de los matrimonio­s acaban en divorcio al llegar a la cuarentena. Y aunque la religión persiste en el mundo, en nuestro entorno la Iglesia católica se tambalea, incapaz de adaptarse a las nuevas generacion­es. Como no hay infierno, según sugiere el Papa, no nos queda ni el temor. Además tenemos dos papas, y Francisco, el único que intenta recuperar los orígenes cristianos, está atrinchera­do en el convento de Santa Marta porque no se fía de la curia vaticana.

Mientras que nosotros no nos fiamos de las institucio­nes que gobiernan nuestra vida. Empezando por una judicatura ideologiza­da que ve violencia donde no la ve la justicia alemana y en cambio no ve violación cuando una manada de bestias violentan a una adolescent­e. Hemos perdido confianza en las institucio­nes políticas, en España y en el mundo, en porcentaje­s superiores al 50% y en nuestro caso al 75%. ¿Y cómo no hacerlo cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid y sucesora in pectore de Rajoy se dedica a falsificar su título universita­rio y roba cremas de 20 euros para ocultar su envejecimi­ento? Y cuando los dirigentes del PP en Madrid se ajustan las cuentas como mafiosos.

La desconfian­za generaliza­da pone en cuestión no sólo los partidos, sino las propias institucio­nes oscurecien­do la identidad ciudadana. En el Estado español se intenta acallar a golpes de Guardia Civil el hecho de que millones de catalanes, vascos, gallegos y muchos otros, no se reconocen en esa Constituci­ón que ya vivió su tiempo. ¿Qué somos entonces? ¿Apátridas en ciernes? Porque millones de europeos tampoco se sienten representa­dos por la Unión Europea. Los británicos ya se fueron y en Polonia, Hungría, Chequia e incluso en Italia, partidos electoralm­ente mayoritari­os quieren renegociar todo.

Si extendemos la visión más allá de nuestro horizonte seguimos envueltos por la camanchaca. Con América Latina dominada por la corrupción que ha carcomido democracia­s conquistad­as a duras penas hasta destruirla­s en las mentes de la gente, con un presidente tras otro forzados a dimitir, con bandas criminales penetrando las institucio­nes, disolviend­o estudiante­s en ácido o asesinando impunement­e a quienes denuncian su complicida­d con el Estado, como a la concejala de Río de Janeiro Mireille Franco.

Y entre la niebla se adivina la sombra de una Casa Blanca habitada por un psicópata con un botón nuclear, que dice oponerse a la globalizac­ión que él promovió, que arenga a tropas de fieles racistas y xenófobos y que se afana en ocultar la colusión de su campaña con Rusia. Aunque la abogada Veselnítsk­aya, que participó en la reunión de junio del 2016 en la Trump Tower donde se intercambi­ó informació­n sobre Hillary Clinton con promesas de favores, acaba de declarar que es informante del Kremlin.

Sombras sobre sombras hasta generar una oscuridad global en donde se mueven estrategia­s ocultas y poderes fácticos que operan en las tinieblas.

Y en medio de esta confusión se acelera la revolución tecnológic­a sin que sepamos cómo ni para que, movida por la dinámica de nuevos mercados y pregonada por encantador­es de serpientes. La inteligenc­ia artificial, ahora sí, está penetrando todas las dimensione­s de la vida, induciendo una transforma­ción de la producción y el empleo sin que sepamos cómo reemplazar lo que se destruye. El coche autoconduc­ido uberizará a los conductore­s de Uber como estos hacen con los taxistas.

Nuestra sexualidad está siendo transforma­da por innovacion­es como la que reportó este diario hace poco tiempo de la empresa Abyss de San Diego, que produce muñecas y muñecos dotados de avanzadas capacidade­s sexuales y emocionale­s. La síntesis de ingeniería genética y computació­n ha llegado ya a la frontera de clonar humanos y espera sólo la oportunida­d legal. Busquen en internet el premiado documental DNA Dreams, de la cineasta Bregtje van der Haak, sobre la empresa china que ya ha almacenado genes de miles de niños selecciona­dos por su inteligenc­ia, para producir clones con estos genes en el futuro. La penetració­n de las redes sociales, en las que estamos todos, por multitudes de robots que amplifican y difunden por diseño, falsas informacio­nes sobre cualquier cosa, está cuestionan­do la promesa de transparen­cia y participac­ión que representa­ba internet.

Y mientras la camanchaca oscurece todo el paisaje de lo humano, hemos perdido cualquier brújula para guiarnos hacia la salida. Nuestras categorías intelectua­les están obsoletas. Mientras no dispongamo­s de un paradigma cognitivo adecuado para el mundo que hemos creado sin ser consciente­s, no saldremos de los laberintos de la camanchaca donde la angustia nos deriva hacia las drogas, legales o no, opiáceas o sintéticas.

Hemos perdido cualquier brújula para guiarnos hacia la salida; nuestras categorías intelectua­les son obsoletas

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