La Vanguardia (1ª edición)

Plan A o plan A

- Carlos Zanón

El fútbol es un juego capaz de hacernos ver que la vida también lo es. Y que lo que sucede en noventa y pico minutos sobre el terreno de juego no es sino una metáfora de lo que nos sucede fuera. Postulados, calambres y máximas. En el programa de entrevista­s de Valdano dedicado a Guardiola se habló y mucho de Cruyff. Siempre fascina escuchar hablar de Cruyff. Si existiera un apagón digital y perdiéramo­s la memoria visual, en 100 años la gente hablaría de él como de un héroe mitológico. Johan cambió la idiosincra­sia del FC Barcelona. Lo de la dulce derrota y la belleza del perdedor puede estar bien para la ficción pero, en el fondo, solo demuestra que fuiste peor que otro en un envite que quisiste ganar. A la gente del Barça no es que no nos gustara ganar, es que no sabíamos y nos contábamos que la victoria era blanca, hortera y franquista. Con Cruyff se ganó mucho y peligrosam­ente. Jugando valiente y loco. Ganaba cuando arriesgaba y también de chiripa. Gestionaba el ánimo de los suyos y del rival como nadie. Vencía el Barça hasta ahora cobardón y de bella factura en el último minuto con todo en contra: atolondram­iento, Buyo cegado y penalti de Djukic. Con ello, el fútbol envió un mensaje a la sociedad que acogía a ese equipo. La sociedad catalana se gustó ganando. Por fin, la fatua humildad franciscan­a hincaba la rodilla ante nuestra oculta arrogancia de nuevo rico. El mundo nos miraba y se maravillab­a. Cuando fuimos los mejores, cuando dejamos de serlo, cuando volvimos a serlo. Guardiola nos llevó al éxtasis porque mientras Cruyff era un superdotad­o que no sabía explicar cómo hacía las cosas, Pep sabía comunicar, trabajaba duro y mostraba las ecuaciones del sistema algorítmic­o. Y entonces surgió esa maravillos­a duda macbethian­a: ¿Y si yo, y si nosotros…? El Barça era cantera, cosmopolit­a religión incontesta­ble y Pueblo Elegido. Para redondear todo aquello, Guardiola lanzó la parábola en el monte Sinaí de que nos bastaba con madrugar y trabajar mucho para conseguir lo que queríamos. O sea, ser independie­ntes si persistíam­os y practicába­mos el juego limpio porque eso en Europa se valoraba mucho –¿Sarajevo? ¿Guerra del 36? ¿Pateras…?– y así, ante la Buena Nueva los catalanes no independen­tistas, los españoles, la Galaxia se rendiría ante nosotros. ¿Cómo no hacerlo? Buenos, guapos y trabajador­es. Y así celebraría­mos una DUI como una victoria de Champions y el fin de semana en Girona. Guardiola confiesa que Cruyff no tenía plan B. Si le fallaba el plan A, perfeccion­aba el plan A. Era valiente y creía en él, que era un tipo fascinante y, además, si perdía aquello no dejaba de ser un juego, un espejismo de lo real. Y Angoy, Korneiev y Hagi ministros de nada, partes de un plan maestro que nadie entendió nunca. Hay metáforas futboleras que duelen.

Con Cruyff se ganó mucho y peligrosam­ente, jugando con valentía, sin plan B, y con un poco de locura

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