La Vanguardia (1ª edición)

Padre FC

- Carlos Zanón

El fútbol siempre ha sido más que fútbol. Pocas veces me abrazó mi padre como cuando Zuviría marcó el gol que eliminaba al Anderlecht. Ese gol nos permitió ganar en Basilea la Recopa y a mí descubrir que alegría, abrazo y padre cabían en una misma frase. Nos abrazamos, gritamos y luego nos recompusim­os como si aquello no hubiera pasado nunca. Puro western: sin mediar una palabra acordamos que no diríamos nada en casa. Yo tengo un hijo –imagino que aún lo tengo: desde año nuevo sigue en su cama– al que le gusta practicar deporte pero que le importa poco el fútbol. Quizás es que le he abrazado demasiado sin goles por medio. El poder ver todo al mismo tiempo en cualquier pantalla ha matado la estrella de la radio y el misterio del cáliz de tu equipo favorito. Uno heredaba el equipo de su padre (o al que este odiara si el padre era odioso) como se debía heredar caballo y armadura en la edad media. Heredabas la historia, las afrentas y victorias, goles en la línea, penaltis que no fueron, jugadores golferas, lesiones en la rodilla, hepatitis y traiciones imperdonab­les. También un algo difuso e imposible de atrapar en palabras. Lo que significab­a pertenecer a ese equipo. A veces sin entender muy bien qué era aquello. Recibías la anécdota, la derrota y una escurridiz­a moraleja de, por ejemplo, haber perdido tu primera final de Copa de Europa porque los postes eran cuadrados. Una final jugada en Berna, el contrario era el Benfica y nosotros teníamos jugadores húngaros. Todo aquello era raro, ¿no creen? Apenas tenías edad para casi nada y Berna, Benfica, húngaros, postes cuadrados y mala suerte ya eran parte de ti. O te entregaba entes con nombres extraños como Peñarol o Copas de Ferias. Tú tenías Copa de Ferias cuando El Maligno tenía Copas de Europa. Ahora sabes que tu padre te explicaba cosas de él a través de su equipo de fútbol. Un equipo al que amaba y odiaba como un romance de tango: no puedes renunciar a él por muy mal que te trate. Ya de algo más mayor, cuando uno salía por las noches, me dejaba apuntado el resultado del partido del Barça que se hubiera jugado aquella noche. Recuerdo un 2-1 en el que uno de los goles los había marcado “el navajero”. Mi padre llamaba así a Stoichkov, por lo de la melena quinqui. El fútbol era un territorio franco entre seres que no sabían hablar de mucho más que de eso. Las emociones jugaban allí con o sin balón, andaban exigidas más que excusadas. Reconocías en tu padre tus mismos enfados y alegrías, tu concepto de la justicia y el filosofar sobre la suerte esquiva. Defendías a tus jugadores como si fueran de la familia y los llegabas a olvidar como si siendo familia se hubieran trasladado a trabajar a Alemania sin dejar ni ciudad ni número de teléfono. Pienso en todo ello ahora que mi padre anda mal en eso de recordar. Temo preguntarl­e por antiguas alineacion­es, por Canito, Archibald o Maradona. Me aterra pensar que los postes volverán a ser cuadrados.

Pocas veces me abrazó mi padre como cuando Zuviría marcó el gol que eliminaba al Anderlecht

El fútbol era un territorio franco entre seres que no sabían hablar de mucho más que de eso

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‘MUNDO DEPORTIVO’ Gol histórico de Zuviría ante el Anderlecht en 1978
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