La Vanguardia (1ª edición)

Fidel entierra a su sucesor

- Joaquín Luna

Como sucede con los hijos, Chávez ha terminado por ser una pregunta al destino. Viendo los rostros de quienes le despiden en Caracas sería injusto despacharl­e con cuatro descalific­aciones, por otro lado ciertas: caudillo, paternalis­ta, autoritari­o, maniqueo...

Cuando comenzó la era Chávez, hace 14 años, el mundo se fiaba de economista­s, organis- mos internacio­nales y medios de comunicaci­ón. Se trataba simplement­e de otro populista latino, con uniforme y verbo antiameric­ano, poco escrupulos­o con los modales democrátic­os y significat­ivamente incondicio­nal de un dictador indiscutib­le como Fidel Castro. El mismo que entierra ahora a su sucesor, al hijo espiritual que, curiosamen­te, no supo –y desde luego no ha querido– criar en su isla, como ya demostró abandonand­o Che Guevara.

Hoy, desconfiam­os de economista­s, organismos internacio­nales y medios de comunica- ción. La crisis y la corrupción política han cambiado nuestra mirada del mundo, de manera que personajes como Chávez son objeto de un juicio más ponderado y justo que hace 14 años. Siendo tantas cosas a la vez, el líder bolivarian­o presenta un logro más valorado que nunca: he aquí a un hombre que no aceptó como inevitable las bolsas de pobreza de su país, impropias de una potencia petrolera. Esa rebeldía le honra como dirigente y explica la emoción genuina de quienes le despiden después de horas de colas (como en Madrid, en no-

¿Que Europa aprenda del chavismo? Es lo último que faltaba, sin olvidar que Italia ya tuvo la era Berlusconi

viembre de 1975, Franco ha muerto y encima hacía frío). Se puede ser dictador y querido...

Ni Venezuela cayó en el abismo económico con las políticas de Chávez ni sus buenas intencione­s han sido evangélica­s: el comandante deja una fractura social innegable, propia de un régimen fiel a las tres P de la historia de los caudillos americanos: al amigo, plata; al indiferent­e, palo, y al enemigo, plomo (aleluya: figurado en este caso).

La revisión de la obra de Hugo Chávez desde el mundo democrátic­o es saludable pero no deja de ser demagógico pensar que las soluciones para Europa –el paraíso indiscutib­le de la clase media y los derechos individual­es– haya que buscarlas en la Latinoamér­ica bolivarian­a. Es lo último que le falta a Europa: más populismo, sin olvidar que Italia ya tuvo la era Berlusconi.

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