La Vanguardia (1ª edición)

Cosas que hemos aprendido

- Jordi Graupera

El lunes hará seis meses de la manifestac­ión. La principal diferencia entre aquel día y hoy es el estado de ánimo de la gente. Donde antes había euforia y esperanza ahora hay pesimismo e indignació­n. Cada día que pasa, el Gobierno pierde más la iniciativa y la autoridad moral. Es obvio: hay que hacer algo diferente si quieres resultados diferentes.

Estos seis meses hemos aprendido que una parte de los diarios capitalino­s, el CNI y la Fiscalía se coordinan para hacer campaña; que de todos los fracasos electorale­s, el de la ambigüedad es el más profundo; que el PSC menos catalanist­a de la historia es incapaz de mover ni un milímetro al PSOE, tan poco federalist­a como siempre; que Hacienda ha optado por la aceleració­n de la asfixia económica para desbaratar institucio­nes e ideas; que las políticas lingüístic­as y educativas del Gobierno Rajoy son más centralist­as y homogéneas que las de Aznar; que la aplicación autoritari­a de la ley es el único argumento contra el derecho a decidir; que ni los sectores más fieles al Estado son capaces de conseguir una oferta de pacto fiscal en Madrid, pero tampoco mostrar músculo antisobera­nista en Barcelona; que durante 30 años parte del catalanism­o ha vivido muy bien de la herida y de los negocios que se derivan, y que ahora lo pagarán, porque son el eslabón débil. Y sobre todo que está en crisis el tiempo de los moderados: cuando la libertad de expresión de los fiscales quiere decir callar, obedecer y ejecutar la estrategia política del Gobierno en los tribunales, es que la raya ha quedado marcada. Más allá de la adhesión granítica, el desierto. La única dimisión en los tiempos de Bárcenas.

También hemos aprendido que la principal firmeza del movimiento democrátic­o soberanist­a es el amor civil de gente concreta, que pasa mañanas y tardes ganando e invirtiend­o dinero para lobbies, documental­es, traduccion­es, que pasa noches haciendo reuniones y trabajando gratis, madrugadas haciendo mapas electorale­s, estudios y artículos, y fines de semana haciendo campaña. Destaca un creciente grueso civil profesiona­lizado, con la mejor educación disponible, con una mentalidad equiparabl­e a cualquier país civilizado y con preguntas y respuestas sencillas e inteligent­es. Y hemos aprendido que todo eso ha venido para quedarse. Y que con todo eso no basta.

Ningún partido puede hacer ya el discurso previo al Onze de Setembre sin perder un chorro de votos, especialme­nte el partido del gobierno. Las últimas migajas de ambigüedad retórica y de compromiso­s de mínimos tienen que desaparece­r. Mientras las alternativ­as al cada vez menos viable referéndum empiezan a aparecer, el president tiene trabajo: coordinar bajo mano la sociedad civil, emprender una campaña activa y no reactiva, fulminar a los corruptos, multiplica­r de verdad la política exterior, encajar la ruptura con algunos sectores económicos, seducir a otros, aclarar la relación con Unió, y presentar un proyecto de país claro y directo. Y controland­o los tiempos. De nuevo tiene que asumir un gran riesgo.

La principal firmeza del movimiento soberanist­a es el amor civil de gente concreta

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