La Vanguardia (1ª edición)

La Diagonal

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BARCELONA, como cualquier otra gran ciudad, es un organismo vivo en continua transforma­ción. Sus sistemas requieren en ocasiones cambios sustancial­es, y en toda circunstan­cia, mantenimie­nto. Cuando se hace evidente que alguno de sus puntos clave requiere reformas, el gobierno municipal debe ser el primero en detectarlo, para así aportar adecuadas soluciones inmediatas, sin olvidar las necesidade­s futuras. Es decir, soluciones y propuestas que permitan mejorar en un plazo breve el punto clave tratado y, de paso, beneficiar al conjunto de la ciudad, también a medio y largo plazo. He aquí una responsabi­lidad de cualquier equipo de gobierno.

Hace ya demasiado tiempo que se aprecian problemas en la Diagonal. Son problemas diversos, relacionad­os con los sistemas de transporte público y su convivenci­a con los privados, con los peatones y los ciclistas; y son también problemas asociados a la pérdida de fuelle de esta arteria como eje comercial. Los recientes cierres de Habitat o Conti no hacen sino reiterarlo: en el tramo central de esta avenida hay ahora mismo medio centenar de tiendas desocupada­s.

Decimos que hace demasiado tiempo que se aprecian problemas en la Diagonal y no revelamos ningún secreto. El lector recordará que la planeada reforma de esta vía fue uno de los episodios que acabaron costándole el cargo al alcalde Jordi Hereu. No fue un asunto menor. Todo ello, a pesar de que Hereu exhibió las mejores intencione­s, tanto en lo tocante a calidad urbanístic­a como a participac­ión ciudadana. Encargó el plan de reforma a técnicos capacitado­s, fiables, pero convocó una consulta popular cuya aplicación fue un auténtico fiasco y que, a la postre, acabó por abortar el proyecto. La crisis ha sido la puntilla final a todo intento de acometer reformas excesivame­nte costosas en la Diagonal.

El fracaso de aquella operación debería haber servido para recordar a la actual administra­ción municipal lo que supone la Diagonal y animarla a dotarse de las herramient­as adecuadas para acometer su futuro con garantías. Pero, dos años después de la toma de posesión, no parece que exista un plan muy definido para atacar el problema con diligencia y visión de futuro. Es cierto que la crisis económica y la escasez de apoyos políticos no ayudan al alcalde Trias. Pero la ciudad no puede rendirse ante los embates de la coyuntura. No puede asistir de brazos cruzados al decaimient­o de su arteria central. Y a sus habitantes les cuesta mucho creer que Barcelona, una ciudad que ha hecho bandera de su excelencia urbana y arquitectó­nica, no sepa dar ahora con la solución idónea.

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