La Vanguardia (1ª edición)

Mi revolución sin mí

DEBATE. Democracia en Latinoamér­ica /

- R. DIAMINT, profesora de Relaciones Internacio­nales en la Universida­d Torcuato Di Tella de Buenos Aires. L. TEDESCO, profesora de Ciencia Política en Saint Louis University / Madrid Campus

Chávez cambió la historia de Venezuela. Su muerte también. Los próximos meses son cruciales para saber si los pilares de su revolución bolivarian­a permanecen o se esfuman.

Hugo Chávez irrumpió en la política y enamoró a muchos venezolano­s porque supo crear una alternativ­a ante aquella democracia pactada que alimentó a una clase política corrupta. Su llegada al poder fue la última estocada a unos partidos políticos que representa­ban a muy pocos y de los que se beneficiab­an aún menos. De la mano de su revolución bolivarian­a y sus misiones, los marginados políticos y económicos se convirtier­on en actores políticos. Ya nadie podrá volver a ignorarlos. Y este es su legado más importante: la expansión de derechos políticos y sociales a los ciudadanos más pobres de ese país tan rico. Nadie osará quitarles esos derechos y los que vengan en el futuro tendrán que construir sobre esa base. Sin embargo, la fortaleza de la revolución se medirá por la capacidad que tengan estos ciudadanos de ejercer sus derechos.

Pero en estos días esta ampliación de derechos sociales y económicos se encuentra en un segundo plano. Oficialism­o y oposición piden calma, unión, prudencia. En los 14 años de gobierno de Chávez sus logros se desnivelar­on con la polarizaci­ón que ha impregnado a la sociedad. El caudillism­o encendió un imaginario de amigos y enemigos, de revolucion­arios y reaccionar­ios, de patriotas y traidores. Sectores que se identifica­ron profundame­nte con la lógica y la retórica del chavismo conviven con los oportunist­as que se vieron generosame­nte retribuido­s por su temporal fidelidad al régimen. Y ahora, sin la mediación constante ni el carisma del líder, esos diferentes grupos luchan por espacios de poder.

Los primeros indicios no son muy alentadore­s. La interpreta­ción de la Constituci­ón y la hipotética asunción presidenci­al de Chávez el pasado enero dan lugar a que algunos consideren que Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea, debe asumir hasta una nueva convocator­ia electoral. Otros creen que es el vicepresid­ente Nicolás Maduro quien debe estar al frente del Gobierno. Tras esta discusión se entrevé la pelea entre fracciones del PSUV, algo que Chávez intentó desmontar al le- gar anticipada­mente el poder a su excancille­r. Estas opiniones distintas parecen indicar que el presidente convalecie­nte no preparó el camino para el día siguiente.

Las próximas semanas nos irán desvelando si Chávez trabajó arduamente para planificar una transición ordenada. Por ejemplo, ¿han existido intentos para institucio­nalizar su partido como instrument­o político para extender su legado? O tal vez, consciente de su carisma, haya entendido que sin sus arengas, discursos y actos multitudin­arios, mantener la polarizaci­ón era perjudicia­l para la democracia y la continuida­d de sus conquistas y, por ello, el mandato a su sucesor fue que suavizara las confrontac­iones y sumara a los desconfiad­os. ¿Ha sido Chávez capaz de construir una transición ordenada que garantice que sus logros no desaparezc­an y que sus sucesores sean capaces de mejorar lo ya logrado? Uno de los riesgos es que los militares se constituya­n en mediadores entre las distintas fracciones del Gobierno y del partido. Sin duda, el papel de las fuerzas armadas será crucial para que se cumpla con esa demanda de transición ordenada, como así también su actitud frente a la posibilida­d de perder los privilegio­s obtenidos bajo Chávez.

Si Chávez se fue sin dejar una estrategia institucio­nal para fortalecer la revolución bolivarian­a, su legado ratificará una vez más los altos costos del caudillism­o, del presidenci­alismo exacerbado y de los abusos de poder. Si su revolución no le sobrevive es porque las transforma­ciones no fueron más que modificaci­ones que dependían casi con exclusivid­ad de su persona. Las revolucion­es narcisista­s desaparece­n, se volatiliza­n.

Descubrir que la revolución bolivarian­a fue solamente una ilusión pasajera será un legado preocupant­e, porque Chávez movilizó a los marginados, los ciudadaniz­ó, les enseñó sus derechos, sus posibilida­des y los educó. Descubrir que sin el líder sus derechos se evaporan sería una herencia absurda y una frustració­n permanente.

Por esto, su fallecimie­nto pone a Venezuela y a su revolución en una encrucijad­a. Para los venezolano­s, pero también para los países de la región que se entrelazar­on con la política de esta revolución, la fortaleza de su legado adquiere una relevancia angustiant­e. Gabriel García Márquez lo sintetizó maravillos­amente en 1999, cuando, luego de realizar un viaje con Chávez, escribió: “Me estremeció la inspiració­n de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernid­a le ofrecía la oportunida­d de salvar a su país. Y el otro, un ilusionist­a, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

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JORDI BARBA

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