Rebelión cardenalicia
La gran rebelión de los cardenales, negándose a elegir Papa hasta conocer el informe de los escándalos del Vaticano, puede ser un hito que devuelva la Iglesia a lo que fue: la asamblea de los cristianos que, en Roma como en el resto del mundo, elegía a su vigilante, su obispo.
Arrastrada por las corrientes políticas, la asamblea perdió después poder ante señores feudales eclesiásticos, los nuevos obispos. Más tarde, estos caciques regionales fueron sometidos al obispo de Roma, un rey absoluto, aclamado incluso como infalible en el Vaticano I, que nombraba a sus nobles, los obispos; a los superobispos (arzobispos), y a sus mismos electores (los cardenales).
Pero el zar está muy lejos y su poder le hace intervenir en infinidad de asuntos. De ahí que se formara una burocracia vaticana, auténtica detentora del poder antes eclesial; una camarilla cerrada de la que salió huyendo Benedicto XVI, y que pretendía ahora manipular con rapidez y expulsar del Vaticano incluso a esa exigua reliquia de la asamblea, esos doscientos cardenales electores, cuyo plante es un notable gesto que puede ser decisivo hacia una recuperación de la Iglesia, es decir, la asamblea de fieles, con ayuda quizá de un Vaticano III.
DIEGO MAS MAS
Madrid