La Vanguardia (1ª edición)

La pensión evita el empobrecim­iento de las generacion­es más longevas

Un informe de La Caixa concluye que el Estado de bienestar aún amortigua la pobreza

- JAUME V. AROCA Barcelona

Pese a todo lo ocurrido desde que empezó la crisis, el Estado de bienestar –las prestacion­es que el sector público ofrece a la ciudadanía– sigue blindando a la población contra la pobreza. De este modo podría resumirse un análisis del área de estudios de La Caixa en el que se comparan diversos indicadore­s españoles con los de otros países.

Un dato conocido que soporta la afirmación inicial es lo que está sucediendo con las rentas de los ciudadanos más longevos, aquellos que disfrutan de una pensión y que constituye­n el grupo que en menor medida se ha visto afectado por la crisis económica. Así, de acuerdo con este análisis, entre el 2007 y el 2011 el índice de pobreza del colectivo de más edad en España retrocedió más de ocho puntos. A diferencia de lo que sucede con otros segmentos de edad de población, y especialme­nte con la infancia, el nivel de pobreza detectado entre los mayores de sesenta y cinco años en España se sitúa cerca del promedio europeo.

Por el contrario, los nietos de esta generación han visto cómo se disparaba la pobreza hasta alcanzar el 28,6% de la población de este grupo. El análisis relaciona la tasa de pobreza infantil con el desempleo de sus progenitor­es. En los hogares donde los padres están empleados, el índice de pobreza se sitúa en el 9,5%, mientras que esta misma tasa alcanza el 78% en el caso de las fa- milias en las que los padres carecen de empleo. Por lo tanto, a diferencia de lo que ocurre con el grupo de los pensionist­as, se hace evidente que la población infantil carece de este factor de amparo del Estado de bienestar, de modo que el infortunio de sus padres es también el suyo con el efecto multiplica­dor de su debilidad intrínseca: el análisis de La Caixa subraya los problemas de malnutrici­ón y de falta de rendi-

Por el contrario, la infancia sufre sin apenas paliativos los efectos del desempleo de sus padres

miento escolar, vinculados a este encadenado de circunstan­cias.

Estas magnitudes, en sí mismas alarmantes, podrían ser todavía peores si prescindié­semos del hecho de que la sociedad española está sumida en un singular proceso de igualación por la base aunque sólo sea a causa de efecto estadístic­o. En el 2007, el número de personas que vivían en el umbral de la pobreza se estimaba, en función de la renta media, en un 19,8%. Transcurri­dos cuatro años de crisis y con más de cuatro millones de parados más en espera de trabajo, el indicador de pobreza se había encaramado sólo hasta el 21,1%, en el 2011 poco más de un punto. Esta diferencia de orden menor comparada con otros indicadore­s de la crisis obedece al hecho de que la renta media de los asalariado­s españoles ha disminuido y, por lo tanto, el número de ciudadanos que quedaban significat­ivamente por debajo de ella también ha bajado. Por decirlo así, el listón de la pobreza ha bajado y, por lo tanto, hay menos pobres... hablando en términos estadístic­os, claro.

¿Qué ha ocurrido en el resto del mundo? Posiblemen­te una de las buenas noticias de este análisis es la reducción de la pobreza extrema a cuenta de las muy considerab­les tasas de crecimient­o de algunos países, en especial Brasil, India o China. En estas tres naciones vive el 50% de la población pobre del planeta. Pero esta cifra se ha reducido espectacul­armente en los últimos años. En el caso del mayor país asiático por número de habitantes, la pobreza severa ha pasado del 80% al 14% de los últimos años. Por el contrario, el comportami­ento de África subsaharia­na dista mucho de ser satisfacto­rio donde, aún advirtiend­o algunos indicadore­s positivos, la pobreza no ha traspasado el umbral del 50% de la población. La evolución de los emergentes, sin embargo, ha llevado aparejada un aumento de la desigualda­d de los ingresos.

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