La pensión evita el empobrecimiento de las generaciones más longevas
Un informe de La Caixa concluye que el Estado de bienestar aún amortigua la pobreza
Pese a todo lo ocurrido desde que empezó la crisis, el Estado de bienestar –las prestaciones que el sector público ofrece a la ciudadanía– sigue blindando a la población contra la pobreza. De este modo podría resumirse un análisis del área de estudios de La Caixa en el que se comparan diversos indicadores españoles con los de otros países.
Un dato conocido que soporta la afirmación inicial es lo que está sucediendo con las rentas de los ciudadanos más longevos, aquellos que disfrutan de una pensión y que constituyen el grupo que en menor medida se ha visto afectado por la crisis económica. Así, de acuerdo con este análisis, entre el 2007 y el 2011 el índice de pobreza del colectivo de más edad en España retrocedió más de ocho puntos. A diferencia de lo que sucede con otros segmentos de edad de población, y especialmente con la infancia, el nivel de pobreza detectado entre los mayores de sesenta y cinco años en España se sitúa cerca del promedio europeo.
Por el contrario, los nietos de esta generación han visto cómo se disparaba la pobreza hasta alcanzar el 28,6% de la población de este grupo. El análisis relaciona la tasa de pobreza infantil con el desempleo de sus progenitores. En los hogares donde los padres están empleados, el índice de pobreza se sitúa en el 9,5%, mientras que esta misma tasa alcanza el 78% en el caso de las fa- milias en las que los padres carecen de empleo. Por lo tanto, a diferencia de lo que ocurre con el grupo de los pensionistas, se hace evidente que la población infantil carece de este factor de amparo del Estado de bienestar, de modo que el infortunio de sus padres es también el suyo con el efecto multiplicador de su debilidad intrínseca: el análisis de La Caixa subraya los problemas de malnutrición y de falta de rendi-
Por el contrario, la infancia sufre sin apenas paliativos los efectos del desempleo de sus padres
miento escolar, vinculados a este encadenado de circunstancias.
Estas magnitudes, en sí mismas alarmantes, podrían ser todavía peores si prescindiésemos del hecho de que la sociedad española está sumida en un singular proceso de igualación por la base aunque sólo sea a causa de efecto estadístico. En el 2007, el número de personas que vivían en el umbral de la pobreza se estimaba, en función de la renta media, en un 19,8%. Transcurridos cuatro años de crisis y con más de cuatro millones de parados más en espera de trabajo, el indicador de pobreza se había encaramado sólo hasta el 21,1%, en el 2011 poco más de un punto. Esta diferencia de orden menor comparada con otros indicadores de la crisis obedece al hecho de que la renta media de los asalariados españoles ha disminuido y, por lo tanto, el número de ciudadanos que quedaban significativamente por debajo de ella también ha bajado. Por decirlo así, el listón de la pobreza ha bajado y, por lo tanto, hay menos pobres... hablando en términos estadísticos, claro.
¿Qué ha ocurrido en el resto del mundo? Posiblemente una de las buenas noticias de este análisis es la reducción de la pobreza extrema a cuenta de las muy considerables tasas de crecimiento de algunos países, en especial Brasil, India o China. En estas tres naciones vive el 50% de la población pobre del planeta. Pero esta cifra se ha reducido espectacularmente en los últimos años. En el caso del mayor país asiático por número de habitantes, la pobreza severa ha pasado del 80% al 14% de los últimos años. Por el contrario, el comportamiento de África subsahariana dista mucho de ser satisfactorio donde, aún advirtiendo algunos indicadores positivos, la pobreza no ha traspasado el umbral del 50% de la población. La evolución de los emergentes, sin embargo, ha llevado aparejada un aumento de la desigualdad de los ingresos.