El principio de Justin
En más de una ocasión nos hemos preguntado hasta qué punto resulta eficaz reglamentar hasta el más mínimo detalle las conductas de los ciudadanos. Hace ya siete años, el Ayuntamiento de Barcelona –con errores como el de meter en el mismo saco a gamberros, prostitutas e indigentes– trazó un camino, el de las ordenanzas del civismo, que muchos municipios siguieron después aprobando normativas todavía más minuciosas y de más difícil seguimiento que la de la capital catalana. El resultado de las fiebres reglamentistas de esos años dorados, en los que a falta de paro y crisis había más tiempo y recursos para moralizar a una sociedad en apariencia acomodada, ha sido desigual. El no disponer de una cobertura legal superior y los problemas de la administración local a la hora de cobrar las multas impuestas a los infractores han contribuido a que el nivel de vigilancia de las ordenanzas de convivencia en el espacio público varíen en función de la diligencia del gobernante de turno, de la motivación de las policías locales y de la capacidad y velocidad de respuesta ante las denuncias de vecinos y medios de comunicación.
Esta semana, el Ayuntamiento de Barcelona ha pasado en cuestión de horas de tolerar la presencia frente a las puertas del Palau Sant Jordi de una veintena de jóvenes seguidores de Justin Bieber, dispuestos a perder veinte días de su vida para ver de cerca a su ídolo, a actuar con contundencia contra ellos, aplicando la ordenanza y obligándoles a desmontar sus tiendas de campaña. El hecho de que entre los acampados hubiera varios menores en horario escolar aceleró la respuesta de las autoridades e hizo
¿Se aplicará la ordenanza con el mismo rigor con los fans de Bruce Springsteen o con los ‘applemaníacos’?
aflorar de nuevo esa mezcla de irresponsabilidad y de paternalismo de la que peca esta sociedad que, a la hora de educar a sus hijos, demasiado a menudo suele delegar funciones propias de los padres en otros actores, ya sea la escuela o, como en este caso, la policía.
Con los fans de Justin, el Ayuntamiento ha acabado haciendo lo que manda su ordenanza. Nada que criticar a quien cumple su deber. Pero me pregunto si el celo con el que la Guardia Urbana ha actuado esta vez va a sentar un precedente. Desalojar a los seguidores de este ídolo de preadolescentes, cuyo éxito entre las niñas es inversamente proporcional a su mala prensa, sale barato. Está por ver si se aplicará el mismo rasero el día en que algunos hagan noche con sus bártulos en el paseo de Gràcia para ser los primeros en adquirir el iPhone6 –un fenómeno de autofabricación de necesidades digno de estudio psiquiátrico– o cuando algunos incondicionales de Bruce Springsteen –distinguido como “amic de Barcelona” hace diez años a instancias de CiU, entonces en la oposición– planten sus tiendas en Montjuïc para conseguir el mejor sitio posible en el concierto número 4.793 en esta ciudad del profeta de la autenticidad.