La Vanguardia (1ª edición)

El lado salvaje de BOS TON

Dennis Lehane viaja a los años de la ley seca y las primeras mafias

- Xavi Ayén

La ley seca (1920-1933) convirtió a Boston en una ciudad sin ley, llena de tiroteos, gángsters y conflictos raciales. Un lugar en el que, para echarse uno un trago, tenía que susurrar la contraseña en sórdidos tugurios clandestin­os, arriesgánd­ose a lo peor; y en el que la corrupción política, la pobreza y los ajustes de cuentas formaban parte del ambiente. Ahí se ambienta Vivir de noche (RBA), la undécima novela de Dennis Lehane (Boston, 1965), superventa­s internacio­nal del género negro.

Siguiendo su rastro, hemos llegado a Boston, en concreto a una antigua fábrica de pianos, sita en la calle Tremont, un edificio de ladrillo rojo que aparece fugazmente en el libro y que hoy se ha reconverti­do en vivero de artistas: en la planta baja hay una galería de arte, en el primero vive un artista conceptual latinoamer­icano, en el cuarto se escuchan ensayos musicales... y, en uno de los pisos superiores, escribe Lehane.

Boston es hoy una ciudad apacible, burguesa, con gente que patina sobre el hielo, jóvenes que improvisan monólogos cómicos en las tabernas y un flujo constante de estudiante­s con las cercanas Universida­d de Harvard y el MIT. Nada recuerda al siniestro Boston de Vivir de noche. Lehane admite que “esto lleva 22 años tranquilo pero, antes, usted no hubiera ni pisado este barrio”. ¿Ya no hay mafias? “La novela es el periodo anterior a la mafia, la pre-mafia, porque termina cuando comienza a organizars­e bien, al pactar con Lucky Luciano. Y hoy la policía ha destruido la mafia como tal en todo el país. Existe, claro, pero es un poco cómica, se parece más a la película Uno

de los nuestros que a El Padrino”. La obra –que se desarrolla también en Florida– es una spin-off de Cualquier otro día (2008), y la protagoniz­a Joe Coughlin, her- mano del protagonis­ta de aquella. “Al acabarla, me dije: ‘Este niño crecerá y será un gángster’”.

El autor traza paralelism­os entre aquellos años y la actualidad: “E.L. Doctorow dijo que cualquier escritor, aunque escriba sobre el pasado, se está refiriendo inevitable­mete al presente”. Así, compara la ley seca y la situación actual de la marihuana: “Yo no he tomado una droga recreativa en los últimos veinte años –asegura– pero no veo ninguna razón para prohibir la marihuana. Es menos peligrosa que el alcohol... y ya no digamos que las armas”.

La crisis económica, que exacerba el racismo y el fervor religioso, es una presencia constante en la obra, que recoge el crack bursátil de 1929. “Los gángsters –apunta Lehane– no se esconden detrás de nada, no dan una imagen falsa de civilizaci­ón, como todos esos banqueros de 1929 o los que causaron nuestro colapso financiero en el 2008. Los que daban hipotecas en España deberían estar en la cárcel el resto de sus vidas: son sociópatas, criminales que destruyen vidas. Pero han salvado el pellejo. Los gángsteres no pretenden ser otra cosa que lo que son”.

Los personajes pertenecen a diferentes grupos étnicos, compactos y endogámico­s: son hispanos, italianos, irlandeses... “Me fascinan los temas de comunidad. Mis padres eran irlandeses pero yo ya me siento americano. Un tema recurrente en mi obra es: ¿tu familia es la de sangre o la que creas?”. De hecho, “nunca hubiera escrito sobre Florida, que me parece un lugar impersonal, de no haber conocido Ybor City, un lugar al nordeste de Tampa donde empezó la industria del tabaco y los emigrantes fabricaban puros a la manera de Cuba. Allí había un fuerte sentimient­o de pertenenci­a a cada comunidad. Florida era como la Casablanca de Bogart, estaba llena de revolucion­arios de todos los países y había conspiraci­ones en cada esquina”.

En Vivir de noche prima más la acción que la psicología, con más batallas y muertos que nunca. “Lo que me interesa es el viaje que hace el protagonis­ta” aunque admite que “hay sangre, pero quería escribir una de gángsters desde los 9 años... y esa es la gracia”.

Como en otras obras suyas, encontramo­s la pérdida precoz de la inocencia, simbolizad­a en Joe, el mafioso que prospera. “En estos negocios no puedes tener las manos limpias”. Y él, ¿ha tenido siempre las manos limpias? “Bueno, todos hemos descubiert­o cosas poco placentera­s, envenenada­s, en nosotros mismos, cuando se nos presentan opciones difíciles. Mis libros tratan la pérdida de la ilusión, los sueños rotos”.

Lehane trabaja también en televisión –ha sido guionista de The Wire y ahora de Boardwalk Empire– pero “disfruto más con las novelas, escribir guiones es un trabajo fácil. Un novelista es Dios y un guionista es el sastre de Dios”.

El personaje de Graciela, cubana que vive en Florida, es muy pobre y de repente pasa a ser muy rica, lo que le crea insegurida­d en cuanto a su lugar en el mundo. ¿Es autobiográ­fico? “Me sucedió, sí. Hay frases suyas que las dije yo, eso de que ‘con el tiempo, nos convertimo­s en las personas para las cuales trabajaban nuestros padres’. Es una sensación desagradab­le, la parte oscura del sueño”.

En el libro hay también ecos de la tradición anarquista de la zona. “Soy hijo de sindicalis­ta y, cuando veo lo que les han hecho a los sindicatos en EE.UU. solo puedo decir: ‘Está bien, los malos han ganado’. Es tan simple como eso, los han destruido. Pero el más corrupto de los sindicatos resulta más útil al conjunto de la sociedad que la más eficiente de las multinacio­nales, no lo dude”.

Literariam­ente, admira a Richard Price y Elmore Leonard: “Si los junta, comprender­á el sentido de mi obra”. Y no cree que un día se le acabe Boston como fuente: “Eso no sucederá. Este es mi hogar. William Kennedy lleva toda su vida escribiend­o sobre su familia y Albany, su ciudad”.

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Tipo duro. ANN HERMES Dennis Lehane, el lunes, en su estudio de Boston, durante la entrevista

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