Flixancos
Una noche de verano tuve que acompañar a mi hijo a un concierto de rock. Actuaba un grupo de nombre logrado, Very Pomelo, y de música fascinante, cruce de estilos y mejores historias. Lo más sorprendente llegó a medio concierto, cuando su cantante, con ese acento magnífico que tiene la gente del sur, se confesó: eran flixancos, es decir, naturales de Flix. Esta semana, un millar de flixancos se acercaron a Barcelona para pedirle a la química Ercros que reconsidere los despidos en la factoría que tiene en esa localidad a orillas del tramo bajo del río Ebro.
Ustedes pensarán que eso de un grupo de rock en un lugar tan remoto y en apariencia tan aislado del mundo como el que noveló en parte Jesús Montcada en Camí de Sirga tiene poco mérito. Pensarán que con internet, con YouTube y con un par de escapadas a Londres desde el aeropuerto de Reus, basta para montar un grupo de rock capaz de cantar esas historias. Pero no es verdad. Grupos e iniciativas como esas sólo pueden salir de entornos algo más complejos y más tolerantes. Y ese tipo de entornos sólo los garantiza la industria.
Ocurre en Flix. Pero se puede decir lo mismo de localidades que fueron industriales y mineras en los tramos alto y medio del Llobregat o del Ter y en general, de los pequeños Detroit de la química, la metalurgia o el textil que durante un siglo se han esparcido por el territorio. Los historiadores aseguran que el balance de la industria es positivo: que ha mejorado el nivel de bienestar de los que trabajaron en ella. Pero ha hecho mucho más. Les ha hecho gente de mundo.
En los años sesenta y setenta, cuando por la transformación de la agricultura y el cierre de algunas de esas factorías, muchos emigraron a las ciudades del lito-
Cuando muere una fábrica, muere el saber acumulado, más cuando esa fábrica da vida a todo un mundo
ral, era fácil saber quién procedía de un entorno rural y quien procedía de un entorno más urbanizado. Los primeros eran más beatos (por fuerza), algo más cerrados y habían visto poco mundo. Es más: les costaba imaginarlo. Los otros, sin embargo, eran ligeramente comecuras y mentalmente más viajados. Habían vivido, o les habían transmitido, la experiencia sindical de antes de la guerra. Habían ido más al cine, habían soñado con América y la modernidad y habían seguido las modas.
Al economista Francesc Solé Parellada le gusta decir que cuando muere una fábrica, muere todo el saber acumulado, datos, procesos... Recuperarlo es ya imposible. Por eso es tan grave que las fábricas cierren. Pero debe de ser peor cuando esa fábrica da sentido a todo un entorno. Lo que muere entonces es todo un mundo. Una manera de ver las cosas y de interpretarlas. Desaparece una fábrica de hacer gente compleja y mentalmente viajada, que es la que necesita hoy la economía. Por eso debe de ser que los de Flix llegaron hasta Barcelona. Para que alguien reconsidere tanto cierre. Y para que la herencia que vaya a dejar Ercros en Flix sea algo más que esa montaña de residuos tóxicos sumergida en el meandro del Ebro.