La Vanguardia (1ª edición)

El secretismo oficial añade más incógnitas a la muerte de Chávez

El cadáver tuvo que ser manipulado días antes para conservarl­o y exponerlo

- ELISABET SABARTÉS

La primera mentira la dijo él. “Estoy curado”, anunció Hugo Chávez en septiembre del 2012, al inicio de la campaña electoral en la que fue reelegido presidente de Venezuela por última vez. Había pasado más de un año desde que el caudillo comunicara al mundo que padecía cáncer. Pero lo cierto es que cuando lanzó su candidatur­a la enfermedad estaba en fase terminal y la suerte, echada.

Así, el comandante de la revolución bolivarian­a –bautizado desde ayer como “líder supremo”– puso a funcionar la maquinaria de engaños, falacias y patrañas que el régimen utilizó para ocultar la verdad sobre su estado de salud y las circunstan­cias de su muerte. Una operación propagandí­stica –cuyo guión habría sido escrito en La Habana– que se extendió a las jornadas de duelo y seguirá aplicándos­e hasta las próximas elecciones presidenci­ales. El rosario de mentiras oficiales es interminab­le, pero tuvo sus momentos estelares. Especialme­nte, después de que el Gobierno notificara el regreso de Chávez a Caracas, el 18 de febrero, tras permanecer 70 días en Cuba para someterse a una cuarta ope- ración por la recurrenci­a del cáncer. Quedarán para la antología del disparate las palabras de su delfín, Nicolás Maduro, al informar el 22 de febrero de que el presidente –con respiració­n asistida mediante una cánula traqueal– se comunicaba por escrito o a través de “otras formas que él mis- mo ha creado” y mantenía reuniones de trabajo de más de cinco horas con espíritu “enérgico”.

El engranaje de desinforma­ción gubernamen­tal se encargó también de difundir los tres últimos mensajes de @chavezcand­anga, la cuenta de Twitter del caudillo, para anun- ciar su regreso al país. “Hemos llegado de nuevo a la Patria venezolana. Gracias, Dios mío!! Gracias Pueblo amado!! Aquí continuare­mos el tratamient­o”, decía el primero. Extrañamen­te, el jefe del Estado, cuya vitalidad el régimen ensalzaba, no volvió a escribir nada más. Tampoco firmó ninguna nueva orden ejecutiva, como las que supuestame­nte suscribió desde La Habana, con rúbricas rojas –algunas de ellas idénticas– enarbolada­s por el oficialism­o como prueba irrefutabl­e de la capacidad de su líder para gobernar, mientras expertos grafólogos dictaminab­an que habían sido generadas por ordenador.

Desde su retorno a Venezuela, nadie vio a Chávez nunca más. Tres días antes del regreso, el

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