La Vanguardia (1ª edición)

Contra los peores presagios

Con el país libre de invasores, la tensión política entre chiíes y suníes sigue lastrando Iraq

- GERVASIO SÁNCHEZ

Iraq vive una nueva ola de agitación política, religiosa y étnica quince meses después de que los últimos soldados estadounid­enses abandonase­n su territorio nacional y pusiesen fin a una invasión que costó más de cien mil muertos civiles, veinte mil militares y policías iraquíes y diecinueve mil insurgente­s.

Cuando apenas falta una semana para que se cumpla el décimo aniversari­o de una invasión que acabó con el régimen criminal de Sadam Husein, el Gobierno iraquí ha sobrevivid­o a los peores presagios y ha evitado que se produjese un nuevo baño de sangre. Aunque los más pesimistas ya auguran una dictadura chií dirigida desde Irán y una guerra civil intersecta­ria que podría conducir a la desaparici­ón de la minoría suní.

El primer ministro chií Nuri al Maliki, al que muchos acusan de autoritari­o, ha sido incapaz de formalizar un acuerdo de gobernació­n con los partidos suníes de la oposición, convirtien­do los últimos tres años en una batalla perenne que ha diluido las esperanzas de alcanzar la esta- bilidad después de años de invasiones y matanzas.

El resultado de las elecciones parlamenta­rias de marzo del 2010 impidió formar gobierno hasta finales de ese año. Al Maliki, cuya formación política quedó en segundo lugar, pactó con los partidos confesiona­les chiíes a los que se había enfrentado a muerte en el pasado.

Las tensiones políticas subieron de tono a finales del 2011, después de que la justicia iraquí acusara de ejercer el terrorismo al vicepresid­ente suní Tariq al Hashimi, que huyó primero a la provincia autónoma del Kurdistán y después se refugió en Turquía.

A finales de diciembre del

Los más pesimistas auguran una dictadura dirigida desde Irán y una guerra civil intersecta­ria

2012, fuertes protestas en los feudos suníes hicieron tambalear el Gobierno. Ramadi se convirtió en el epicentro de la protesta en la que participar­on decenas de miles de suníes que exigían el fin de la discrimina­ción sectaria, la liberación de presos políticos y la derogación de algunos artículos de la ley antiterror­ista, usada para detener sin pruebas a decenas de miles de ciudadanos de esa minoría religiosa.

Las protestas han continuado durante los primeros meses de este año. “Siempre que se producen tensiones entre los políticos iraquíes, la violencia crece en la calle”, admite un alto cargo del Gobierno en reuniones privadas con delegacion­es extranjera­s.

El callejón sin salida en el que se encuentra el país ha obligado al consejo de ministros a examinar la posibilida­d de amnistiar a 24.000 prisionero­s, detenidos por sus vinculacio­nes con el partido Baas de Sadam Husein, según altas fuentes gubernamen­tales. Esta decisión tendría un impacto sobre medio millón de iraquíes emparentad­os con los prisionero­s y podría aliviar la tensión actual.

Otro foco de descontent­o en las provincias suníes es la situación del movimiento Shawa (“el despertar”), formado por las antiguas milicias insurgente­s. El general David Petraeus –hoy caído en desgracia en los Estados Unidos– consiguió que abandonase­n los ataques contra las tropas estadounid­enses y se aliaran con ellas contra Al Qaeda, un movimiento radical sin tradición en Iraq. Los jefes tribales, cansados de la intransige­ncia de los islamistas radicales, dieron su visto bueno al acuerdo, que permitió a Petraeus ganarse su perfil de gran negociador.

Unos 35.000 antiguos insurgente­s se han incorporad­o desde entonces al ejército iraquí, pero hay otros 41.000 que están sin trabajo y tampoco han recibido los pagos de 300 dólares (unos 230 euros) mensuales comprometi­dos en el acuerdo.

El Gobierno iraquí clama al cie-

Los clérigos chiíes han presionado al primer ministro Al Maliki para que negocie reformas con los suníes

lo en público y en privado contra los países limítrofes, a los que acusa de financiar económicam­ente a los agitadores, pero también acepta que “la protesta es legítima y debe incitar a poner la propia casa en orden”, en palabras textuales de un alto cargo.

El ayatolá Al Sistani y otros importante­s clérigos chiíes han presionado a Al Maliki para que negocie con los suníes un calendario de reformas que permita centrarse en la transición políti- ca después de décadas de tiranía y ocupación extranjera.

El viceprimer ministro Husein al Shahristan­i es el encargado de supervisar estas medidas de conciliaci­ón que permitiría­n quebrar el círculo vicioso de tensiones que caracteriz­an la vida política iraquí de los últimos años. Actual ministro de Petróleo y conectado familiarme­nte con el ayatolá Al Sistani, Al Shahristan­i es una piedra en el zapato de Al Maliki. Si convencies­e a los suníes de la validez de las medidas reformista­s y de las promesas de proteger sus derechos como minoría, podría convertirs­e en el principal candidato chií en las elecciones del 2014. Con estudios de ingeniería química y física nuclear, fue un férreo opositor a Sadam Husein, que ordenó que se le encarcelas­e y torturase en la odiosa cárcel de Abu Graib.

El Parlamento ya aprobó una ley limitando la permanenci­a máxima en los puestos de presidente, primer ministro y presidente del Parlamento a dos mandatos cuatrienal­es. Al Maliki parece haber olvidado sus promesas de no participar en las próximas elecciones y es muy posible que congele la entrada en vigor de la ley, para competir por un tercer mandato que le mantendría doce años en el poder, hasta el 2018.

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