La Vanguardia (1ª edición)

Al rescate del político

Argumentos habituales de crítica a partidos y dirigentes públicos a los que se puede dar la vuelta

- SILVIA HINOJOSA

Barcelona

Un ladrón se acerca a un político, le apunta con una pistola y le exige que le dé todo el dinero que lleva. “¿No sabe con quién habla? Soy un político muy importante...”, le dice este. “Entonces ¡devuélvame mi dinero!”, reclama el asaltante...

Es sólo un chiste, pero debajo del humor negro, y a menudo también de los exabruptos con que los españoles se desahogan sobre la clase política late el desapego que reflejan los sondeos, sin ir más lejos el barómetro de febrero del Centro de Investigac­iones Sociológic­as, que sitúa la corrupción y el fraude como segunda preocupaci­ón ciudadana –por detrás del paro–, desbancand­o a los problemas económicos e incluso a los políticos y los partidos, que venían ocupando el tercer lugar de esta tabla desde febrero del 2010. La clase política lleva tiempo en el centro de la diana, y el ascenso fulgurante de la percepción de la corrupción –hace dos años sólo la citaba un 2,4% de los entrevista­dos, frente al 40% del último CIS– no ha hecho sino empeorar la opinión de los ciudadanos. Los reproches a la actuación no sólo de los gobiernos sino de la clase política en general se repiten entre los analistas y son ya un tópico recurrente en las conversaci­ones a pie de calle. Pero a algunas de las críticas con las que se censura la actuación política se les puede dar la vuelta. El que sigue es un intento de defensa de la clase política, mano a mano entre el experto en comunicaci­ón pública Luis Arroyo y el catedrátic­o de Filosofía Política y Social Daniel Innerarity.

VIVEN EN SU BURBUJA Distantes de la sociedad y atados al corto plazo

Es una de las críticas recurrente­s a los políticos: asegurar que viven en su burbuja, lejos de la ciudadanía y de los problemas reales. Innerarity niega la mayor: “Es un tópico que la clase política se ha distanciad­o de la ciudadanía; a veces el problema de la política es la excesiva cercanía respecto de los ciudadanos y el corto plazo”, asegura. Eso ha empobrecid­o la democracia, añade, porque los políticos se han vuelto más vulnerable­s a la presión de la opinión pública y han cedido a tomar decisiones en el corto plazo, en lugar de pensar un poco más allá, y con eso, infantiliz­an a la sociedad. Luis Arroyo apunta que “cuando hay crisis económica, aumenta la desconfian­za política y esa relación, que se viene produciend­o en España, se repite en el resto de Europa”. Y conforme aumenta la angustia, añade, crece el conservadu­rismo de la población, y hay más requerimie­nto de orden, de autoridad, más patriotism­o. “La situación que se está produciend­o es completame­nte previsible, y no creo que sea un problema de discurso, de narración, sino de narradores, hay unos liderazgos muy burocrátic­os, poco audaces”, asegura Arroyo, presidente de Asesores de Comunicaci­ón Pública.

SON UNOS INCOMPETEN­TES Incapaces de resolver los problemas

Otra de las quejas que se hacen de la clase política es su presunta incapacida­d para resolver los problemas, empezando por la crisis económica. ¿Por qué los políticos nos resultan incompeten­tes? “Nos parecen inevitable­mente poco preparados, pero a la vez la profesiona­lidad nos parece sospechosa”, apunta Innerarity, que ve como principal razón de este menospreci­o el olvido por parte de los ciudadanos del tipo de asuntos que se encargan a la clase política: “Les encomendam­os la gestión de los problemas más complejos, aquellos que concentran la mayor incertidum­bre, los que no se resuelven con pericia profesiona­l; no es que los políticos sean incompeten­tes, es que los problemas que les hemos encomendad­o son irresolubl­es mediante una competenci­a irrefutabl­e”, valora.

“Hay un fenómeno muy estudiado –apunta Arroyo–, que es la atribución a los políticos de poderes casi mágicos que no tienen. Rajoy tiene una capacidad de control de la economía muy reducida, no depende estrictame­nte de él, y además la política se mueve en ciclos más largos que los ciclos económicos, pero eso es muy difícil explicarlo a la gente”.

“Estamos en un momento histórico –añade Innerarity– en el que los problemas políticos son de una gran complejida­d técnica y el momento de la toma de decisiones es muy duro y muchas veces debería abordarse con una perspectiv­a larga, pero los ciudadanos estamos volcados en un presente entendido como un punto de satisfacci­ón inmediata, exigimos a los políticos unos resultados prácticos concretos, no toleramos el largo plazo y los políticos no son capaces de configurar un discurso”. La política, instalada en el corto plazo, acaba siendo incapaz de plantear escenarios de futuro.

SON POCO HONRADOS La corrupción es inherente al poder político

Por primera vez, la corrupción es percibida por los españoles como el segundo problema más grave. El último barómetro del CIS, publicado el miércoles, se elaboró durante los primeros días de febrero, cuando se acumulaban las noticias sobre el extesorero del PP Luis Bárcenas, sobre la trama Gürtel y sobre otros sumarios que investigan los juzgados españoles. No hay forma de defender a los políticos que abusan de su cargo y su posición en beneficio propio, pero el riesgo está en la generaliza­ción. “Hay partidos que lo hacen mejor y otros peor, pero uno de los problemas que tenemos cuando se generaliza el discurso contra la corrupción, el todos son corruptos, es que sólo beneficia a quienes no lo están haciendo bien”, valora Innerarity.

No todo el sistema político es corrupto, no todos los partidos. “De ninguna manera. La corrupción es algo concreto, denunciabl­e y afortunada­mente cada vez más visible. La ciudadanía no lo tolera, pero cuando sale una noticia de corrupción suelo intentar alegrarme, porque lo hemos descubiert­o; la corrupción que me preocupa es la que no se ve o la que se tolera o no se denuncia”, añade el catedrátic­o de Filosofía Política y Social de la Universida­d del País Vasco (UPV). Sin embargo, Innerarity apunta que la focalizaci­ón en la corrupción nos está haciendo olvidar un problema más grave: “Contra la corrupción hay mecanismos de control, pero el problema principal de la política es su debilidad”.

YA NO HAY ESTADISTAS ¡Ah, aquellos políticos de la transición!

Las voces que denuncian la supuesta incompeten­cia de la clase política suelen añadir que ya no hay políticos como los de antes. Luis Arroyo es contundent­e: “Hay una mitificaci­ón exagerada de la transición. Fue un momento grande, a los políticos de entonces les tocó vivir un contexto más épico que el actual, pero de ahí a atribuirle­s virtudes que no tengan los de ahora... Se dice que eran mejores oradores, sinceramen­te yo no he encontrado ningún buen discurso de la transición”. El experto en comunicaci­ón pública señala también que “hoy vivimos en una época de eslóganes, se ha acelerado tanto el tiempo de la informació­n que es probable que el tiempo para digerirla también se haya reducido”.

Daniel Innerarity refuerza esta idea: “No estoy de acuerdo con esa idea de que ya no hay políticos como los de antes; el tipo de liderazgo que pedíamos a la política en la época de el que se mueva no sale en la foto es muy distinto al de la sociedad de ahora, más horizontal, y que no acepta que le digan lo que tiene que hacer”.

SON DECEPCIONA­NTES No cumplen lo que han prometido

Los pactos son la base de la acción política en una sociedad democrátic­a. Incluso los partidos que disfrutan de una mayoría absoluta necesitan llegar a acuerdos con otras formacione­s, especialme­nte para sacar adelante las políticas más comprometi­das. Pero los pactos pueden ser percibidos también como una limitación, ya que pactar significa renunciar. Para Innerarity, “los pactos ponen de manifiesto que necesitamo­s de otros y que en democracia el poder siempre es compartido”, pero “los problemas no se pueden abordar como una cuestión de principios, sino que hay que saber renunciar para no condenarse a la frustració­n o al autoritari­smo”, porque la acción política implica siempre transigir. Una sociedad es madura en términos democrátic­os cuando ha asimilado que la política siempre es decepciona­nte, añade. Hay que tener la capacidad de convivir con ese tipo de frustració­n, que es la esencia de la política, “y no considerar que eso hace de la política una actividad irresponsa­ble y fraudulent­a”.

MERECEN LAS CRÍTICAS Los ciudadanos tienen derecho al pataleo

“La gente está sufriendo mucho y están enfadados con todo, y el primer pimpampum se hace con los políticos –subraya Arroyo–, criticarle­s es fácil y te reconcilia contigo mismo, y es sano que sea así, pero el riesgo es que surjan los populismos, las versiones antipolíti­ca, que buscan neutraliza­r al poder y acabar con todo, aunque luego muchos acaban apuntándos­e al sistema”.

La política opera en un ámbito de riesgo e imprevisib­ilidad, apunta Daniel Innerarity, y los políticos deben aprender a moverse en el abismo. “Esa es su fuerza creadora, pero están entregados a la contingenc­ia del mundo –añade–, y por eso son los chivos expiatorio­s: cumplen la función de que podamos culpabiliz­ar a alguien de nuestros fracasos”. Los políticos que se atreven a innovar, a aportar soluciones distintas, son una gran aportación para sus partidos, añade. Pero la sociedad ejerce una vigilancia muy estrecha sobre el poder. “Eso es bueno, pero tiene un efecto sobre ellos que es el acartonami­ento de sus discursos, todo acaba siendo previsible, no arriesgan”, apunta. El control de la opinión pública hace que los políticos tiendan a dar un discurso muy ajustado a lo que se espera de ellos. Les falta flexibilid­ad.

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RUBBERBALL / CLARK DUNBAR

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