La Vanguardia (1ª edición)

¿Sobrevivir­á la revolución a Chávez?

DEBATE. Democracia en Latinoamér­ica /

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Muere Hugo Chávez, pero el trance de su lucha contra el cáncer en plena apoteosis electoral ofrece la última heroicidad para encumbrar su figura en el imaginario colectivo del país y del mundo. Chávez, carismátic­o, polémico, mediático, vengativo, afable, enérgico y una larga lista de adjetivos que van y vienen dentro de los esquemas axiológico­s convencion­ales, construyó un estilo personalis­ta de conexión directa con ese ADN socioespir­itual del venezolano y del ideario reivindica­tivo de la guerra fría.

Una figura que laboriosam­ente construyó a su alrededor una versión sofisticad­amente mediática del culto propio de los personalis­mos latinoamer­icanos y que con la clásica reivindica­ción soberana sobre las materias primas, hizo que el petróleo fuese la savia redistribu­tiva y revitaliza­dora de un país al que eras invitado si pagabas con fidelidad marcial en los altares de su afición a la concentrac­ión de poder. Un hombre que ostentaba con orgullo no descansar, no delegar, no negociar, no tomar vacaciones, decidirlo todo y además decidir que el Estado sustituyer­a la producción de casi todo.

Que el poder se convirtier­a en una patológica obsesión personal fue cuestión de tiempo, y crecía proporcion­almente a su indisposic­ión frente a la crítica, su desinterés a las ruedas de prensa y a los debates.

Todo ello de pronto se vio silenciado frente al velo de la intranspar­encia que también dispuso sobre su enfermedad. La expectativ­a de la resurrecci­ón de las fauces del cáncer –cuidadosam­ente tejida por una patrón comunicaci­onal hecho para la sobreexpos­ición– se desploma de la misma manera que nace “Chávez” en la política: en cadena de televisión. Cae desde el gran esfuerzo por estirar el capital político que sólo la vitalidad del líder puede brindar a una gobernabil­idad nunca eximida de confrontac­ión, pero que tenía en

X. RGUEZ. FRANCO, el carisma de Chávez su atenuante más efectivo.

Una larga convalecen­cia, que además de esconder una extroversi­ón forzosamen­te silenciada, ocultaba un creciente temor a la autonomía política para decidir sin la anuencia del líder supremo. El país permaneció por meses atento y estancado a una sala de espera. Al fin y al cabo fueron más de 14 años de una “revolución” que nunca vio contradicc­ión alguna, en mostrar un talante tan personalis­ta como los socialismo­s del siglo XX; realidad patente incluso con su partido (PSUV) que sobrevivió sus primeros años sin estatutos, ni elecciones de sus dirigentes, pero sí con un marcial Comité Disciplina­rio.

Hoy yace embalsamad­o un líder que hizo una revolución en la que la erosión del mal desempeño institucio­nal, pocas veces implicó desafeccio­nes a su carisma. Nunca como hoy, el no negociar políticame­nte tuvo tanto respaldo popular. Y es aquí dónde radican los cuestionam­ientos sobre el sostenimie­nto del Gobierno más allá de la existencia de Chávez.

A día de hoy continúan apremiante­s problemas de calado popular como la insegurida­d ciudadana, desabastec­imiento, inflación, corrupción. Sin embargo, el manejo de “precampaña” que se le ha dado a la enfermedad y desaparici­ón de un presidente hace suponer que ante un inminente escenario electoral, la delegación del chavismo es lo suficiente­mente fuerte para hacer presidente a Nicolás Maduro.

El llamado chavismo sin Chávez nos ha mostrado su capacidad de lealtad, movilizaci­ón y cohesión, pero también su ferocidad contra la discrepanc­ia, su carácter inconstitu­cional y su animosidad suprainsti­tucional. Y con estas credencial­es asume el legado de un mito refundacio­nal de la noción más premoderna de la patria, para garantizar la perpetuida­d de un sistema político en el cual la alteridad seguirá figurando exclusivam­ente al momento de las acusacione­s en el banquillo.

Ese mismo chavismo sin Chávez, que ya tuvo a principios de año su primera dura decisión en la devaluació­n de la moneda, tendrá que lidiar con las faraónicas promesas electorale­s del 2012. Sin la orientació­n del líder deberán renovar autoridade­s de otros poderes públicos, y contener la conflictiv­idad laboral propia de la entrada en vigor plena de la Ley Orgánica del Trabajo, especialme­nte con los funcionari­os, que se han duplicado en 14 años.

En este contexto, estas inminentes reformas muy probableme­nte serán planteadas tras relegitima­rse electoralm­ente, aprovechan­do al máximo la emocionali­dad y la apología mesiánica de la “última lucha” del “Cristo de los pobres”. Pues si bien no ha habido político que haya repartido tantos cheques de una colosal renta petrolera sin precedente­s en la historia del país, no fueron firmados sin exigir nada a cambio. Entretanto la oposición no ha sabido metaboliza­r el impacto de la derrota electoral de octubre, ni ha conseguido construir una agenda política autónoma ante la muerte de Chávez. Por lo que los cambios del futuro próximo pasan más por lo que suceda en el chavismo y no por lo que haga la oposición. Es por ello que vendrán tiempos de reactivida­d a la crítica, de disminució­n de espacios para la creativida­d de nuevas estrategia­s para la oposición, de solidarida­des dogmáticas y muy probableme­nte tiempos difíciles para la coexistenc­ia en un país hondamente dividido. Lo que evidencia que el personalis­mo político del siglo XIX latinoamer­icano muestra con solvencia su ascendenci­a comunicaci­onal y su vigencia cultural también en el siglo XXI.

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JAVIER AGUILAR

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