Jérôme Savary
Con los años, qué remedio, uno acaba volviéndose una persona ordenada, más o menos ordenada. Me acuesto pronto –rara vez salgo de noche–, madrugo, leo, escribo (los viernes, La terraza de los domingos), escucho música (de Bach a Charlie Parker) o pongo la radio (RAC1, los martes, para escuchar al colega Quim Monzó). Antes solía poner más la radio, pero últimamente gritan demasiado. La Tertulia de los lunes en RAC 1 se me ha hecho inaudible y no sé cómo ese buen profesional que es Jordi Basté no le pone remedio, en especial a los arrebatos de Pilar Rahola cuando dialoga, es un decir, con el pobrecito de Paco Marhuenda, el hijo de la señora Paquita, mi querida pescadera. He de reconocer que la Rahola, una cierta dosis de Rahola, tiene su gracia, como aquel día que, azuzada por Xavi Sardà, contó su visita al Rey luciendo en la chaqueta un pin con la bandera catalana y el rostro del president Macià. El Rey se la quedó mirando, esbozó una sonrisa y le cogió la solapa de la chaqueta para mejor poder observar el pin de la señora diputada (ERC). “I em va fotre mà! Em va fotre mà!”, gritaba la Rahola con gran alborozo de Xavi Sardà y de sus devotos oyentes. Sí, una cierta dosis de Rahola puede tener su gracia, pero últimamente chilla tanto que no se la entiende.
Pues bien, como les decía, los martes suelo escuchar a Monzó, y el martes (5 de marzo) de esta semana mi admirado colega coincidió en RAC 1 con Elisenda Roca, que intentaba convencerle para que fuese a ver un espectáculo en el Teatre Poliorama, del que ella firma la puesta en escena. Y Monzó que nones, que lleva más de veinte años sin pisar un teatro… Y Elisenda dale que dale. “T’hi arrosegaré”, decía ella. “Com? Lligat amb un cordill?”, decía él. Total, que cambié de emisora y fue entonces cuando me enteré de la muerte de Jérôme Savary, ocurrida la tarde del lunes (4 de marzo)en el hospital franco-británico de Levallois-Perret (Alt del Sena), a los 70 años, a consecuencia de un cáncer. Jérôme Savary, el mismo que en 1986 había estrenado en el Romea El tango de Don Joan con un texto de Quim Monzó.
Al igual que Monzó, hace tiempo que no piso un teatro, salvo en contadísimas ocasiones. Me ocurre como con la misa: después de siete años de misa y rosario diarios en los jesuitas de Sarrià, me he bien ganado un descanso. Cuando ejercí de crítico teatral –alrededor de treinta años–, los compañeros del periódico solían decirme: “El día que dejes de ir al teatro estás perdido, Juanito”. Pues no, no estoy perdido. A menudo me preguntan si añoro el teatro y yo respondo que no. Es como aquella canción: “Que res-
Cuando era crítico me decían: “El día que dejes de ir al teatro estás perdido”. Pues no, no estoy perdido
te-t-il de nos amours?”. Nada. Jean Vilar, Giorgio Strehler, Ingmar Bergman, Tadeusz Kantor, Antoine Vitez, Fabià Puigserver, José Luis Alonso… todos muertos. Ese fue mi teatro, mis amigos, todos muertos.
¿Y Savary? Savary era, como diría Pla, tan sólo un conocido; nunca llegamos a ser amigos, aunque confieso que lo intenté. Era demasiado intolerable, tanto como podía llegar a ser irresistible, cuando se lo proponía, sobre todo con las jóvenes actrices, jóvenes y guapas. Cuando le conocí, en el París de finales de los sesenta principios de los setenta, era un chico que se movía en el mundo de los “pánicos” –Roland Topor, Víctor García, Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowski–, que presumía de conocer a las principales figuras de la Beat Generation y flipaba con el piano de Thelonius Monk. Dudaba entre el teatro, el jazz (tocaba discretamente la trompeta) y la fête, una fiesta al más puro estilo de mayo del 68. Y acabó por mezclarlo todo, más los cómics (era buen amigo de Copi, argentino, como él) y el music-hall, y nació el Grand Magic Circus y sus “animales tristes”. Fue su mejor época. En 1981, con la llegada de Mitterrand al poder (Savary era un incondicional de Mitterrand: ya antes de 1974 alegraba sus campañas con la fête ), la cosa cambió, y el chico del Grand Magic Circus pasó a ser
Nunca llegamos a ser amigos, aunque lo intenté. Era demasiado intolerable, tanto como podía ser irresistible
una gran estrella del teatro oficial y subvencionado, espléndidamente subvencionado: dirigió el Centro Dramático Nacional de Languedoc-Rosellón, en Montpellier (1982-1986), el Centro Dramático de Lyon (1986-1988), el Teatro Nacional de Chaillot (1988-2000) y, finalmente, la Opéra-Comique, hasta el 2007. Trabajó como un negro y estrenó más de un centenar de espectáculos, muy desiguales, y atrajo miles de espectadores a sus teatros. El público se lo pasaba bomba –con D’Artagnan, con Cyrano de Bergerac, con Tartarin de Tarascon, con El burgués tropical (¡un Molière cubano!)…– mientras la crema de la intelectualidad lo tenía por un payaso…
Con anterioridad a 1986, en que montó El tango de Don Joan con Monzó, Savary visitó el Romea en dos ocasiones: en 1976 con Les grands sentiments y en 1981 con Mélodies du malheur, en ambas ocasiones con el Grand Magic Circus. Guardo muy buen recuerdo del segundo. Excelente trabajo circense, sin red; un pastiche melodramático con trapecistas, malabaristas, un enano extraordinario, Carlos Pavlidis, Carlitos y sus leones del Atlas, y dos estupendos actores procedentes de la tropa de la Mnouchkine: Maxime Lombart y Clémence Massart. Una hermana siamesa pegada a su hermana quiere vivir un gran amor. Una acróbata se cae del trapecio porque ve como su amante la engaña con una baronesa rusa. Una striptease friolera que trabaja en Pigalle, en plena calle, se resiste a quitarse las bragas por miedo al frío… Una especie de homenaje a Fellini y al Max Ophüls de Lola Montes. Y Savary omnipresente, como un Fregoli demiúrgico. Cuando acabó el espectáculo, los actores permanecieron en el escenario y una actriz se puso a cantar a capella: “A Aragó hi ha una dama/ que és bonica com un sol./Té la cabellera rossa,/ li arriba fins als talons…”. Martí Farreras, mi colega en la crítica, sentado a mi lado, lloraba como un crío… Descansa en paz, Jérôme, irresistible Jérôme Savary.