Candor, elegancia y humor
Así definió el historiador Robert Rosenblum la discreta personalidad de Roy Lichstenstein, con Warhol, Oldenburg y Rauschenberg, el cuarteto mágico del arte pop norteamericano. Una nueva sensibilidad que había difundido desde Londres Richard Hamilton en clave acaso menos visual pero más crítica, contradictoria y compleja a mediados de los cincuenta. El pop norteamericano rehace con ironía y curiosa capacidad paródica imágenes y objetos cotidianos, reinterpretados a su vez por la publicidad comercial y la cultura del confort al romper la década de los sesenta, arco iris del arte norteamericano. En las salas centrales de la Tate Modern londinense se presenta ahora, en colaboración con el Art Institute of Chicago y hasta el próximo 27 de mayo, una exigente retrospectiva de Roy Lichstenstein (1923-1997) que abarca el itinerario casi lineal de un artista extraordinario: de la emotiva expresividad cromática a la fascinación por la imagen seriada.
Más de cien obras entre acrílicos y óleos tempranos de impronta gestual, abandonados pronto, viñetas de tira gráfica con Mickey y el Pato Donald, junto a un despliegue de figuraciones de factura concisa y colores desbordantes, que cuestionan seriamente la noción romántica de originalidad y acercan el arte a un público que identifica con sorpresa motivos y figuras, arrastrado literalmente por Whaam! Ese contagioso juguete bélico. Roy trabajó siempre con la disciplina de un artesano, un profesional del diseño gráfico, pero muy atento a las técnicas de reproducción en alza, líneas de fuerza, tramas, puntos de imprenta y variables tonales que distinguen su apreciación sensible de la realidad diaria. Una secuela de dibujo industrial, si queremos, pero con la complejidad de la obra de arte, cargada de guiños sutiles hacia la tradición moderna, Picasso, Matisse e incluso Monet y los pioneros de la figuración norteamericana.
La obra de Lichstenstein ha recibido entre nosotros una admiración rendida: las Olimpiadas trajeron Barcelona head en 1992, en azulejos polícromos como tributo a Gaudí. A finales de los años noventa el IVAM ofreció una muestra de una completa antológica del artista, en la que brillaban el buen humor y la ironía. Explosión (1965), Manzana amarilla (1982), Brochazos en forma de cabeza (1987) o Paisaje con niebla (1996) apuntan tal vez los fundamentos más sobresalientes del léxico del artista. Girl with ball (1991) es hoy un mito gráfico que reactiva un cartel publicitario y lo reconstruye a partir de otro múltiple comercial en el que destacan la sencillez del trazo y los detonantes colores pop: rojo y azul sobre un amarillo mate. Un icono moderno en trama punteada al que el artista volverá siempre. Nudes with a beach ball (1994).
A lo largo de los años cincuenta, la pintura de Lichstenstein se afirma en pinceladas que esbozan marcas abstractas de color, pero es desde los inicios de la década siguiente, insisto, cuando el artista trabaja los primeros cartones de estética comercial y figuración próxima al cómic, su aportación más original al pop: Donald y Mickey pescando, en una broma escolar para su hijo. La obra sugiere la participación directa, la elevación de la banalidad diaria y lo inesperado a motivo artístico, a síntoma transparente de la omnivora cultura del consumo. Fantasías gráficas que derivan del cómic, en efecto, pero que pronto alcanzan densidad figurativa y condensan compactas composiciones plásticas donde la linealidad del dibujo perfila narrativas salpicadas de contagiosas onomatopeyas exclamativas: Bratatata!, Varoom!, tal vez como ha señalado la crítica londinense, el motivo eléctrico de su obra que más tar- de puebla innumerables escenas pictóricas. Girl at window (1964) comparte el juego divertido de Masterpiece (1962), una alusión ocurrente a sus aventuras de grafista en Manhattan. Sin embargo, la pintura de Lichstenstein es sólo aparentemente directa y disimula una elaborada teoría de yuxtaposiciones geométricas de largo alcance histórico, en la que el círculo y el rectángulo evocan elementos familiares, por supuesto, pero alterados plásticamente por las propiedades inmateriales de la luz. Un hábil ejercicio de experimentación formal. La pintura figurativa entiende el cuadro como una ventana al mundo, “un espejo que nos devuelve la apariencia de las cosas en dos dimensiones”, como consigue Roy Lichstenstein en su Autorretrato de 1978: el cuello de la camiseta sostiene el espejo plano en el que apuntan reflejos de color y proponen una ilusoria imagen del artista.
La revolución pop subvirtió para siempre los valores de la imagen pictórica. Otra cultura de la imagen, seguro, pero que interpreta la tradición del arte en registro crítico o sarcástico, pienso en el militante pop hispano, y jamás desatiende la ansiedad expectante del público. La parodia del Picasso surrealista realizada por Lichstenstein en 1963, Woman with flowered hat o de las sobrias geometrías de Mondrian hablan por sí solas: la reproducción mecánica ha transformado la recepción plástica mediante el subrayado en negro de las sensaciones ópti-
El pop norteamericano rehace con ironía y curiosa capacidad paródica imágenes y objetos cotidianos
cas, visuales. Líneas, planos y colores entrelazados ahora en una unidad confusa. Esta intención paródica se percibe con mayor claridad todavía en Paisaje con niebla, que cierra paradójicamente a la manera china la exposición londinense. La pintura llenó los últimos tres años del artista y es un impactante óleo de más de dos metros lineales que recupera el sistema pictórico chino sobre papel enrollado, una práctica que data del siglo XIII puesta de moda por la dinastía Song. En esencia, la recuperación de dos ideogramas orientales decisivos: montaña y valle en contrapunto de azules, separados por suaves trazos de color que insinúan la niebla en un día primaveral, como asegura un arbusto en flor al pie del lienzo. La vuelta del toque expresionista, sin duda, pero también el retorno de la figuración frontal que exige del espectador la añeja noción de paisaje.