La Vanguardia (1ª edición)

La utopía de Rosell

-

Que el éxito crea enemigos es sabido. Que el poder comete errores, también. Que hay personas que por llegar a gobernar venden su alma no es desconocid­o. Que existe la ingenuidad en gente que crees que es la más lista del mundo, también. Que el rencor y el odio existen no hay nadie que lo niegue. Y que la bondad, el amor, las ganas de estar en paz con todo el mundo son un sueño y una utopía que, al mismo tiempo, no tiene contradicc­ión alguna. Hace sólo unos días, creadores de opinión, como identifica el ministro Montoro a los tertuliano­s, y también algunos periodista­s con pluma en algún diario deportivo pedían a gritos que el presidente del Barça tuviera un gesto magnánimo a favor de la paz del entorno azulgrana. Lo pedían porque acababa de publicarse una sentencia en la que una junta de Joan Laporta tenía que presentar unos avales que en su día no habían presentado. Parecía que si Rosell y su junta (Faus, Vilarrubí, Bartomeu, etcétera) no perdonaban a los directivos condenados –algunos de los cuales nos dijeron que tenían problemas económicos y que habían sido engañados–, la paz en el Barcelona nunca se daría. Le pedían a gritos ese gesto.

Rosell lo tuvo. Sus directivos tuvieron un cambio de impresione­s y deci- dieron que si tenían que aconsejar al socio Pla (autor de la demanda), le dirían que ellos no son partidario­s de poner en aprietos a esos exdirectiv­os porque pagarían justos por pecadores. Aquí estaba el gesto tan demandado. Pero al igual que sucedió con Núñez y con Laporta, el barcelonis­mo es un monstruo que intenta devorarse a sí mismo. Y la mayoría de las veces lo logra. Núñez no fue un mal presidente del Barça. Se atrevió, entre otras decisiones, a traer a Cruyff, y si buscamos orígenes, ahí tenemos uno. Lo trajo él.

Laporta fue inmenso en sus comienzos. Se contagió de la sonrisa de Ronaldinho y nos metió en una fiesta de alegría desbordant­e. Guardo cartas de felicitaci­ón del propio expresiden­te por artículos en los que era el único que lo defendía de alguna actuación puntual. Jan fue una inyección de ánimo para el barcelonis­mo. Le creí en aquella asamblea cuando negó que el que entonces era su cuñado pertenecía todavía a una fundación franquista. Lo negó. Y lo curioso del caso es que hoy ese cuñado es el mejor amigo externo del vestuario y de muchos periodista­s. Pero a mí me encantaba Laporta como presidente del Barça. Conectaba con facilidad. Y me creí también (admito el error como periodista) que, después de las amenazas que recibió de un sector de radicales del Barça, él había acabado con los aficionado­s violentos del Camp Nou. Y no es así.

Los socios del Barça, gracias a la primera y última bengala que se ha lanzado en el Camp Nou, han descubiert­o muchas cosas y, lo mejor, se han evitado cosas peores. De entrada, se sabe que aquello que nos había vendido alegrement­e Laporta no era verdad. Los socios violentos en el estadio no fueron expulsados del Camp Nou porque, según parece, es más fácil espiar a todos los empleados que echar a un radical. Sólo fueron disgregado­s, como lo demuestra el hecho que en el periodo del 2003 al 2010 sólo han sido expulsados por violencia cinco socios. Segundo, Rosell negoció con socios y pactó una grada de animación que rechazara la violencia pero en la que había miembros con los que ni usted ni yo iríamos de copas. La ingenuidad también existe. Y Rosell, al que se ha agradecido que no tocara nada de lo que había tenido éxito y retocara lo malo, hasta ahora está siendo un presidente que ha mejorado lo anterior. Y en busca de la paz quiso hacer cosas que ni los israelíes ni los palestinos ni los coreanos han logrado.

El acto descubre un error, pero también que los violentos nunca fueron expulsados

Pero la bengala ha descubiert­o que el documento firmado por Rosell con grupos de socios barcelonis­tas para fundar una grada de animación –que ayer ofreció La Vanguardia– era un papel que rechazaba la violencia. Y que se equivocó al negarlo porque hubiera ganado igual las elecciones. Pero también se equivocó quien sabía que esos papeles existían y los utilizaba para chantajear y amenazar. Los papeles que Sandro firmó pretendían una utopía. El Barça, que es un club centenario, vive gracias a sus éxitos y, por supuesto, también a sus errores. Y aunque tenga gestos, nunca habrá paz.

 ?? ANDREU DALMAU / EFE ?? El presidente Sandro Rosell
ANDREU DALMAU / EFE El presidente Sandro Rosell

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain