Qué reformar ante futuros cónclaves
Un seguimiento atento de la actual sede vacante, suscita una serie de modestas reflexiones con el fin de mejorar quizá su eclesiología y aún su misma realización. En efecto, la primera reflexión es provocada por la dificultad en torno a la renuncia de Benedicto XVI. Tal situación se puede percibir en el impersonal telegrama de los cardenales enviado a “su Santidad el Papa emérito Benedicto XVI” que se limita a confirmar “el renovado agradecimiento por su luminoso ministerio petrino, gracias a su generosa solicitud para el bien de la Iglesia y del mundo, así como su labor incansable en la viña del Señor”. Como se puede constatar, no existe ninguna mención a su renuncia, cosa no menor en el momento presente. Y esto pone de relieve la dificultad de algunos cardenales en comprender las razones del ejemplar gesto de Benedicto XVI, motivado por “el mundo de hoy sujeto a rápidos cambios y agitado por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”, y que en su última audiencia la describía como “amar a la Igle- sia significa tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre ante sí el bien de la Iglesia y no de sí mismo”.
Una segunda reflexión va ligada a la función del Colegio de Cardenales en la Iglesia. Como es sabido, el concilio Vaticano II no habló de ellos y cuando Pablo VI creó el Sínodo de los Obispos, con mayor base teológica, podía parecer que se iría imponiendo. El mismo Pablo VI dijo que estaba preparando un documento según el cual, junto a los cardenales, entrarían a formar parte del cónclave los miembros del secretariado del Sínodo y los patriarcas orientales. Después de un largo proceso de reflexión, Pablo VI, finalmente, se decidió por la praxis tradicional dejando a los cardenales el derecho de elegir al Papa, aunque sólo los que no superasen los ochenta años.
Con todo y no sin razón, el Código de Derecho Canónico de 1983 hablará de ellos, no como “Senado del Papa”, como hacía el anterior código, sino como un “colegio peculiar” por su función en la elección papal. Y en este sentido, se comprende que durante la sede vacante se prescriba austeramente que “el gobierno de la Iglesia queda confiado al Colegio de Cardenales solamente para el despacho de los asuntos ordinarios o de los inaplazables”. La amplitud de los temas tratados por las congregaciones generales, tal como conocemos por las informaciones oficiales, quizá no siempre aparezcan como en esta clave, que seguramente convendría explicitar ya que no hay constancia de este tipo de praxis en anteriores sedes vacantes.
Una tercera y última reflexión. ¿No se debería repensar la presencia activa de los cardenales jubilados no electores en las congregaciones generales preparatorias de un cónclave? En efecto, y con el mejor respeto para con todos ellos, la imagen y la realidad de unas sesiones conjuntas es ajena a la actual praxis eclesial. En este sentido, seguramente sería deseable sacar todo el fruto de lo que ha representado la novedosa renuncia de Benedicto XVI, ya que después de ella el Papa emérito ya no ha participado en ninguna reunión de preparación para la elección del nuevo obispo de Roma. En este sentido, seguramente sería conveniente dar más relevancia a los cardenales electores, para facilitar un trato más familiar y personalizado entre ellos, ya que son los responsables directos de la elección –y del gozo que ella debe comportar a toda la Iglesia– de un nuevo obispo de Roma y sucesor de Pedro.