Bolivarianos en Miami
Los años de Chávez han dejado en herencia una dinámica comunidad de expatriados venezolanos en EE.UU.
Algunas estatuas carecen de ideología: cualquiera puede proyectarse en ellas. Si la veneración del poeta José Martí une a los cubanos del régimen y del exilio, ocurre algo similar con Simón Bolívar. Hay bolivarismo en Caracas y en Miami.
El 13 de abril del 2012, un grupo de venezolanos del sur de Florida inauguró una estatua al Libertador en el aparcamiento del restaurante El Arepazo, punto de encuentro de los expatriados de Venezuela en esta región. El Arepazo es lo más parecido a lo que, para la comunidad cubana de Miami, representa el legendario Versailles de la Calle Ocho.
El héroe de Hugo Chávez, cuya muerte la semana pasada ha abierto una etapa de incertidumbre en Venezuela, lo es también de sus opositores más feroces.
“Hui de la tiranía, no para ir a salvar mi vida ni esconderla en la oscuridad, sino para exponerla en el campo de batalla, en busca de la gloria y la libertad”. Bolívar pronunció estas palabras, inscritas al pie de la estatua, en 1814.
Todos dicen que hay chavistas en el área metropolitana de Miami pero nadie da nombres, y no se les vio en la inauguración de la estatua a Bolívar. Se esconden, dicen algunos venezolanos afincados aquí, viven encerrados en mansiones, son multimillonarios enriquecidos durante los años de Chávez: los boliburgueses, como les llaman despectivamente. La nueva oligarquía bolivariana.
¿Dónde están estos chavistas? En las elecciones de octubre, Chávez sólo obtuvo entre los venezolanos de Estados Unidos 457 votos. Un 2,09%. Henrique Capriles, el líder de la oposición, se llevó 21.254, un 97,37%.
Lo que cohesiona a la pujante comunidad venezolana en el sur de Florida es el antichavismo. En rigor, sólo una minoría son exiliados: entre 8.500 y 10.000 de los cerca de 125.000 venezolanos de Florida, según José Antonio Co- lina, presidente de Venezolanos Perseguidos Políticos en el Exilio, una organización de exiliados. El resto no son exiliados en el sentido estricto. Algunos llegaron huyendo de la inseguridad. O en busca de negocios.
“Balseros del aire”, los define Armando Chirinos, editor de Venezuela al día, uno de los periódicos que se editan para la comunidad venezolana. Las balsas son hasta ocho vuelos diarios entre Miami y Caracas.
“Chávez es un fenómeno de masas que se estudiará”, vaticina Chirinos, que llegó a EE.UU. hace dos años y viaja con regularidad a su país. Venezuela al día se esfuerza por ofrecer una información libre de los adjetivos y descalificaciones. “Aquí está naciendo el chavismo –analiza– como nació el peronismo en Argentina”.
Los expatriados venezolanos son, en general, personas con estudios y poder adquisitivo. Su experiencia no es ni la del exilio cubano –la mayoría puede volver a su país; los vínculos económicos entre EE.UU. y Venezuela son intensos– ni de la de los centroamericanos o antillanos que emigran por motivos económicos.
Hablar de los venezolanos de Florida es hablar del empresario Luigi Boria, el nuevo alcalde de Doral, la ciudad de 47.000 habitantes vecina de Miami que en la última década se ha convertido en la capital venezolana de EE. UU. Aquí se come venezolano, se habla y lee castellano y la política y el deporte de Venezuela monopolizan las tertulias. Boria, que llegó en 1989, antes de la era Chávez, sueña con convertir Doral en una Singapur norteamericana, un dragón asiático en Florida.
Pero la comunidad expatriada también son personas como el teniente retirado José Antonio Colina, promotor de la estatua a Bolívar. Su biografía es novelesca. Colina, de 38 años, explica que nació en una familia humilde. Estudió en la escuela de oficiales de la Guardia Nacional. En el 2002 formó parte del grupo de militares que exigió la renuncia de Chávez “por no respetar la Constitución”. Pasó ocho meses en la clan- destinidad. Huyó a Colombia. Acusado por la Venezuela de Chávez de poner bombas en legaciones de España y Colombia, aterrizó en Miami en diciembre del 2003. Pasó más de dos años en centros de de detención, hasta que EE.UU. le concedió el asilo.
Ahora trabaja de jefe de almacén en una empresa de distribución de congelados, y el resto del día lo dedica a su misión. “Un apostolado”, en palabras suyas.
“No tengo esposa ni hijos ni nada”, dice en la terraza de El Arepazo. Ha rechazado las ataduras que habrían robado tiempo a la causa y que, en un futuro, podrían ser un obstáculo al retorno.
Pero la mayoría de venezolanos aquí no tiene vetado, como él, el regreso, ni les persigue la justicia. Y son minoría los que regresarían en caso de un cambio político en el que pocos creen. A diferencia del exilio cubano, que tiene en Miami su capital, el boom venezolano es tanto –o más– un fenómeno demográfico, económico, cultural– que político.
Sí, el boom –la población venezolana en EE.UU. se ha multiplicado por más de dos desde el 2000– coincidió con la consolidación de Chávez en el poder. Pero la influencia política de la comunidad en Venezuela es limitada. En Venezuela ya existe una oposición fuerte. Y, aunque en las elecciones de octubre se hu- biesen movilizado contra Chávez todos los venezolanos censados en EE.UU., no habrían cambiado el resultado. El cierre del consulado venezolano en Miami tampoco facilitó las cosas. Quienes querían votar en tuvieron que desplazarse a Nueva Orleans.
“Si bien (la comunidad venezolana) no tiene peso en el resultado electoral, el peso simbólico es muy importante”, dice el venezolano Manuel Gómez, profesor asociado en la escuela de derecho de la Universidad Internacional de Florida. “Es una comunidad activa, en un lugar donde no es el primero ni será el último grupo de exiliados”.
Esto es Miami: exilios, destierros y fiebres de oro se superponen como capas geológicas. Este lugar que, como Detroit con el automóvil, tiene algo de ciudad de una sola industria. La ciudad actúa como un altavoz.
Será difícil que algún día se erija una estatua a Chávez aquí pero en su legado podría incluirse esta constelación de pequeñas Venezuelas en EE.UU., de la que Doral y, más al norte, Weston, son las más conocidas.
Ahora se discute sobre si, muerto Chávez, el chavismo pervivirá. Lo que parece probable es que la presencia venezolana en Florida –los restaurantes, la prensa, la estatua– le sobrevivirá.